Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 100

—¿En se...? —preguntó Mell, pero no me quedé a escucharla porque ya me había ido por la misma dirección en la que esa chica, en busca de una respuesta.

—¡Andrea! —exclamé en un grito, llamando la atención de los demás comensales que obviamente era gente adinerada e importante. Ella siguió caminando a grandes zancadas hasta meterse a una puerta que decía "Baños para empleados. No pase, solo personal autorizado"

Por lo menos estaba en español, de haber estado en francés ni hubiese entendido. Pero... ¿Qué rayos me importaba si decía baños o que no podía pasar? En inglés, francés, español, chino, vietnamita, africano o japonés, de igual manera no me importaba.

Entré con un portazo y decidida a ser lo más mordaz posible caminé hasta uno de los baños. Intentó cerrar la puerta, pero la detuve empujándola y evitando que lo lograra. Al abrirse la puerta, la divisé refugiada en una esquina.

—¡No me hagas nada! —vociferó implorando misericordia—. Te lo suplico, por favor. Por los años de amistad...

—No sabes cuántas ganas tuve de hacer esto… por los años de amistad —gruñí con desprecio y repudio. Me acerqué enfurecida y cuando estaba a punto de darle una cachetada entró Mell.

—Be-lla —intervino mi amiga desde la puerta, resoplando porque estaba en estado avanzado de embarazo y no podía ni debía agitarse tanto—, por favor no lo hagas. Esta tipeja te salvó de casarte con un saco de excremento —agregó con dificultad—. Si lo haces, solo estarás afirmando que fue malo haber perdido al imbécil de James… y, defender esa decisión de la vida no vale la pena en lo más mínimo.

Las palabras de Mell calaron en mis huesos y fue entonces cuando mi dignidad me lo afirmó y mi integridad me lo impidió, mi mano se bajó de forma lenta mientras asimilaba y confirmaba en mi corazón cada palabra pronunciada por mi verdadera amiga.

—No, yo no... —sollozaba Andrea acurrucada al lado del inodoro—, tuve un hijo de James —confesó entre lloriqueos.

—¿Tuviste o no tuviste? —interrogó Mell con impaciencia y mirándola con odio—. A ver, Andrea, decídete. No podemos con tu inmadurez.

La chica le lanzó una mirada de fastidio y tomó una bocanada de aire para responder.

—Es que… yo… si lo tuve —confesó en un susurro y agachó su cabeza, su afirmación ni siquiera turbó mi corazón, ya lo sabía y aunque en un tiempo me destrozó cada partícula, ahora solo eran palabras más—. Perdóname Bella —chilló arrodillada en medio del sanitario y el espacio con la puerta—. Él me sedujo y...

—Y tú caíste como una cualquiera —espeté alterada, pero tratando de recobrar la compostura, no me dolía la traición de James, sino la suya—. No me importa cómo sucedieron las cosas, solo que lamento que hayas sido tú.

—Pero… tú tienes un hijo de él. ¿Entiendes lo que significa? —comentó con ilusión y cargando su voz de emoción, falsa o no, me daba asco—. Tú hijo y mi hijo son medios hermanos.

Esa afirmación me hizo soltar una carcajada burlesca e irónica que resonó en las paredes de aquel baño y negué con la cabeza de forma rotunda.

—Mi hijo jamás de los jamáses será hijo de ese maldito cobarde. Mi hijo tiene un papá que si lo sabe amar. Así que, si tienes que ir a ilusionar a alguien con eso del "hijo" es a James —mascullé alterada y con el corazón palpitando con furia al ver en su rostro la traición de una amistad—. Y ¿sabes? Él nunca me amó y dudo mucho que lo haya hecho contigo, solo fuiste una más entre sus sábanas. Siempre dijiste que no era un buen hombre para mí, mientras tú te revolcabas con él a mis espaldas y sí, tienes toda la razón, ni siquiera hombre es… no se puede llamar así una asquerosa basura como él. Tenías razón, nunca fue una buena persona y me alegro que lo hayas experimentado por ti misma, me alegra mucho que hayas tenido la dicha de confirmar esas palabras que por mucho tiempo me repetiste con la intención de quedarte con él… pues, felicidades… ganaste el mayor premio de inutilidad del mundo, te lo mereces.

Me giré sobre mis talones dando media vuelta y seguí caminando a paso rápido y con elegancia por el piso marmoleado del baño.

—¿No vas a pe-gar-me? —preguntó Andrea de pronto, con una mezcla de sorpresa, desconcierto y algo de miedo en su voz—. ¿A pesar de lo que hice?

Me giré sobre mis tacones hasta quedar de frente a ella y observar lo mal que lucía. Al parecer, no le había quedado bien las consecuencias de sus errores. Sostuve su mirada fija mientras miraba su rostro demacrado y cada detalle que me hacía saber lo mal que lo estaba pasando.

—No —respondí con firmeza—. ¿Sabes? Yo perdono fácilmente cuando quitan de mi camino la basura. Es como usar servicios gratis, así funcionan los favores y tú me hiciste el más grande de mi vida.

Mell aplaudió emocionada y me miró con asombro. Sonreí y noté como la atención de Andrea se había posado en ella, al punto de lanzarle miradas de odio y resentimiento.

—Otra cosita, Andrea. —Caminé otra vez hacia ella, decidida y como una mujer valiente—. Jamás me caíste bien. Siempre supe lo ofrecida que eras. No te consideré nunca, parte de mi vida. Si te importa mucho o poco, ese es tu problema, pero mi misión es dejarte claro que como Mell jamás podrás ser. —Extendí mi mano con firmeza y ella dudó si tomarla o no, enarqué una ceja y la miré con frialdad, ella levantó la suya temblorosa y tomó la mía temblorosa sin apretar mucho porque estaba tiritando de miedo porque la expresión de su rostro dejaba ver el pánico que la consumía—. Muchas gracias por recoger la basura y por reciclarla, no sé si lo sabías, pero le haces bien al medio ambiente. —La miré con fijeza y esbocé una sonrisa sincera al caer en el peso de mis propias palabras—. Me diste la oportunidad de conocer el amor y de ser feliz. De verdad, muchas gracias.

Mell me miraba asombrada siguiendo mis pasos detrás de mí por el pasillo del baño hasta la puerta de salida. La miré en señal de complicidad y antes de poner mi pie fuera del baño, me detuve en seco y suspiré, metí la mano a mi bolso y saqué una tarjetita rosada.

—Toma —expresé en voz alta y dejé la tarjeta sobre el lavabo—. Me llamas si necesitas algo. No soy tan mala como tú lo fuiste conmigo. Ayudamos a madres solteras y no me haría daño ayudar a la amante de mi ex prometido —agregué con firmeza al sentir ese gramo de compasión que me había despertado ver cómo lucía.

Continué mi camino y salí de ese lujoso baño, caminando con elegancia y decisión, como si nada hubiese sucedido dentro de esas paredes, pero es que, al fin había cerrado todos los ciclos de mi vida, al fin había terminado con esa zozobra y al fin me sentía en paz.

—Parecías como de telenovela —seguía repitiendo Mell dentro del ascensor con mucha emoción y sin dejar de mirarme como si estuviese frente a la estrella de novelas de ese año.

—¿Tú crees? —pregunté mientras marcaba en los botones el número del piso al que iríamos.

—Estoy segura de que, si pides trabajo en La Rosa de Guadalupe te lo dan de inmediato —agregó en tono de broma y soltó una risita—. Solo te faltaba la brisita.

—Estás loca, enana —resoplé entre risas—. Gracias por recordarme que ella fue el trampolín que me ayudó a llegar hasta donde estoy. Lo había olvidado y casi me dejo guiar por la ira, pero entendí que realmente me hizo un favor, así como cada persona o cada cosa que actuó en mi contra… eso solo me hizo más fuerte.

Ella asintió y sonrió mientras caminábamos hasta las habitaciones que ocupábamos por esos días. Asombradas, como cada vez que veíamos cada detalle del elegante y caro hotel, seguimos charlando sobre lo hermoso que era París, hasta que, al abrir la puerta de mi habitación, encontré un enorme peluche de Minnie Mouse en el centro de la cama.

Sonreí emocionada al ver que, Alex cambiaba el pañal al pequeño, mientras Javi encendía y apagaba un muñeco de Toy Story para distraer a mi bebé.

—¿Cómo les fue a las princesas? —inquirió Alex sonriente aproximándose para buscar el talco del bebé que estaba sobre la mesa. Miré hacia Mell, pero ya estaba enfrascada en una sesión de besos con su amado esposo.

—¿Cómo les fue a ustedes, mi amor? —pregunté de brazos cruzados y enarcando una ceja, buscando algún indicio que me diera pistas sobre si habían subido o no a mi bebé a la montaña rusa.

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