Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 13

Limpié mi rostro y restregué mis ojos con fuerza. Odiaba ese sentimiento de culpa, de impotencia, de no poder hacer nada para cambiar y remediar esa situación tan deprimente. Pero exhalé con fuerza y enfoqué mi vista en un punto fijo e intenté concentrarme pensando en lo que haría desde ese momento en adelante.

Mi vista nublada a causa de las lágrimas, empezó a despejarse poco a poco, hasta que pude observar con más claridad y distinguí algo de color blanco sobre el asfalto, de inmediato recordé a Fernanda.

Me agaché con lentitud para levantarlo, lo tomé entre mis dedos y noté que estaba muy bien cerrado. Titubeé un poco y lo observé con rabia, tenía tantas ganas de llorar y tantos sentimientos guardados.

Mi amiga se acercó a paso lento y con las manos metidas en sus bolsillos, se detuvo frente a mí y me observó con detenimiento.

—¿Estás bien, cariño? —cuestionó en voz baja.

Negué con la cabeza y sollocé. Se hizo a mi lado y abrazó de lado, apretando mis hombros con suavidad.

—Pronto lo estarás. Podemos irnos cuando quieras —susurró y luego miró el sobre que tenía en mi mano—. Puedo imaginar que tu orgullo es más grande —añadió.

—Qué bien me conoces —reconocí de inmediato y esbocé una leve sonrisa.

Nos quedamos en silencio un par de segundos, solo se escuchaba el sonido de aquella noche de luna llena, que se ocultaba tras unas nubes densas y grises, haciendo un contraste con los tonos del cielo nocturno.

—En mi opinión, aunque te esté comiendo el orgullo, deberías abrirlo —dijo Mell en voz baja y supe que se refería al sobre—, después de todo, ellos son los abuelos de mi sobrina y necesitas el dinero, ella nunca sabrá si lo usaste o no. Al menos te ayudará a empezar a forjar el futuro de mi sobrina.

Suspiré abatida, Mell tenía toda la razón y aunque mi orgullo me impedía aceptarlo, sabía que me caería bien. Ya no tenía nada en mi billetera, los últimos dólares, los había gastado en la panadería, y no me acompañaba más que unos míseros centavos; además, ya no tendría el apoyo de mis padres. Ya no tenía nada.

Eché mi cabeza hacia atrás un poco, para apartar los cabellos que se pegaban a mi rostro por la brisa leve que soplaba, y lo sujeté con fuerza con una mano, mientras que con la otra rasgué poco a poco la parte que estaba pegada. Mi corazón empezó a acelerarse y mil cosas pasaron por mi cabeza ¿Serían cien? ¿Doscientos? ¿Quinientos? ¿Mil?

Las escenas seguían trascurriendo en cabeza, comprar la cuna del bebé, las primeras piezas de ropa, sus primeros juguetes, ahorrar para el parto, o alquilar un espacio donde poder vivir. Me emocioné mucho; ya me veía como una mamá con un pequeño bebé en mis brazos. Imaginarme de ese modo, fortalecía mi alma en ese momento que tanto lo necesitaba.

Terminé de abrirlo y miré el fondo, no pesaba y eso empezó a preocuparme.

La emoción bajó sus niveles, quizás no serían mil dólares, tampoco quinientos, ni tenía forma de doscientos, y eso empezaba a frustrarme.

Metí la mano con rapidez para sacar el dinero y...

¡¡¿Qué?!!

¡¿Siete dólares?!

¿Siete miserables dólares?

Entre mis dedos sostuve aquellos escasos dólares con rabia, frustración y una gran desilusión al ver como se esfumaban todas las esperanzas que por un momento tuve, las escenas fueron absorbidas por la desesperación de no poder cumplirse, y mi orgullo me reclamaba haber sido herido por nada.

Mis mejillas se tornaron calientes y quería explotar de la furia; un mareo repentino atacó mi débil cuerpo y Mell me sujetó para evitar mi caída, debido a la conmoción de aquel bochornoso y frustrante momento patrocinado por la egoísta y miserable Fernanda.

Sí, era una… ¡vieja egoísta!

—Vamos Bella, ya no estés así —pidió mi amiga tratando de aliviarme.

Y es que la rabia estaba destrozándome a pedazos, me enfurecí tanto por aquel detalle macabro. Se suponía iban a darme una ayuda, que me estaban haciendo un favor ¿Acaso creían que con siete dólares iba a poder darle a mi hijo algo bueno? ¡Si apenas alcanzaba para un desayuno o para un par de calcetines!

¿Ayuda? ¡Eso era una limosna! O una broma muy pesada que solo quería hacerme sentir peor.

—Bella, estás conmigo. Aunque yo no pueda darte todo lo que necesitas, techo y comida no te faltará nunca —susurró Mell con delicadeza y dejó besos en mi frente.

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