Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 15

Me sentía sumamente nerviosa. En mi mano tenía los exámenes y en la otra, la tarjeta de control que me habían dado el día que supe que estaba embarazada, al verla me sacaba un suspiro cada vez que leía mi nombre y recordaba el porqué estaba sentada frente a la puerta de ese consultorio.

Miré de reojo a mi mejor amiga que estaba más nerviosa que yo, no dejaba de mirarme a cada rato, jugaba con sus dedos y movía sus piernas frenéticamente como si se tratase de ella toda esa situación.

A nuestro alrededor había tres parejas, una de ellas con cinco niños a los que veía jugar con algunos juguetitos que habían llevado, de repente empezaron a pelearse. El papá trató de separarlos y uno de los niños quedó llorando por cederle al otro, un carrito rojo.

¿Cómo se era un buen padre? O en mi caso ¿una buena madre? No tenía ni idea de qué hacer en una situación así, ni a quién debía darle la razón y mucho menos qué hacer para calmar el llanto del niño.

La mamá de los niños, una señora de quizás cuarenta años, al ver que los observaba, decidió entablar una conversación.

—¿El primero? —preguntó con interés y esbozó una sonrisa, luego de forma sutil miró mi vientre y supe a qué se refería.

—Sí, así es —respondí con timidez y en voz baja. En realidad, no estaba acostumbrada a estas conversaciones típicas de madres, o a charlar con desconocidas sobre embarazos o hijos.

—Disfrútenlo, porque ese es el más bonito —dijo con una sonrisa—. Cuando yo quedé embarazada, mi esposo casi se muere de la felicidad, hizo fiesta como por tres días seguidos —recordó con alegría y con la mirada perdida como si viajara por los recuerdos.

Asentí nerviosa y le dirigí una sonrisa amable.

—¿Y el papá está feliz? —preguntó de pronto.

Mi labio inferior empezó a tiritar, y mis pulsaciones se aceleraron. Sentí el calor subir hasta mis mejillas y una debilidad intensa en mis piernas. Con esa pregunta, aquella señora había dado en el clavo que traspasaba mu corazón y como si sus palabras actuaran como un martillo, solo iban enterrándolo más, causando una herida aún más grande que la que ya tenía adolorido mi corazón.

—Soy ma-madre soltera —respondí nerviosa y entrecerré los ojos buscando algún punto donde fijar mi mirada, que no fuera en esos ojos marrones que me examinaban con preocupación.

Rápidamente y casi sin saber cómo, el silencio se hizo en la sala y me vi envuelta entre todas las miradas de los presentes. Era como si yo fuera parte de un show, aunque algunas miradas eran de comprensión, otras de lastima y otras, de una total repulsión o de desgrado.

Mi labio empezó a moverse con más fuerza y sentí un escalofrío recorrerme desde los pies hasta la cabeza, y provocó una sensación de vértigo y de mareos instantáneamente.

—Soltera pero no sola; soltera pero valiente; soltera pero con mucha más valentía que todos ustedes; soltera pero aguerrida, y sobre todo, soltera pero con mucho amor para su hija, con un amor doble —interrumpió mi mejor amiga con firmeza y tomando mi mano, la levantó y agregó—: espero les haya quedado claro.

Apreté con fuerza su mano, luego ambas la bajamos y le dirigí una mirada cargada de cariño y agradecimiento. Ella era mi apoyo, era como ese faro en la oscuridad que me hacía encontrar mi camino, como la luz que me guiaba y fortalecía en medio de la tormenta.

—Gracias, Mell —susurré con dulzura.

—¿Tú eres Bella Graze, la que dejaron en la iglesia plantada? —preguntó una mujer de unos veinticinco años que estaba junto a su pareja. Sonreía con una ironía extraña y me parecía haberla visto en la fallida boda—. ¿Eras la prometida de James Carter?

—Sí —afirmé de una vez y con determinación. Tenía que acostumbrarme a aceptar mi realidad, por mucho que me doliera.

—Pues sí, querida, ella es Bella Graze, la mejor futura mamá del mundo y déjame contarte que mejor que no se casó, porque ese tipo es una basura, un cobarde y un maldito traidor —intervino mi amiga con brusquedad.

—Bella Graze —llamó la enfermera de repente, abriendo la puerta del consultorio—, el doctor la espera.

Mell me siguió de prisa, pero escuché como murmuraba algo como para sí misma antes de entrar y sonreí, seguramente estaba lanzando una maldición a la chica que se había burlado de mí, sin saber que lo que realmente hacía era una plegaria.

—Buenas tardes —saludé con cordialidad al entrar al consultorio.

Esta vez, el escritorio estaba en medio de la habitación y el doctor Smith esperaba mientras revisaba su celular. Nuestros pasos resonaban en el espacioso consultorio, lo cual llamó la atención del guapo doctor que con rapidez levantó su mirada y una sonrisa engalanó sus labios sonrosados.

—¡Bella! ¡Mellisa! —exclamó con alegría al vernos—. Qué alegría tenerlas por aquí nuevamente.

¡Pausa!

¡Retrocedamos un poco!

¡¿Qué está pasando aquí?!

—¿Có-cómo? ¿Ustedes se conocen? —formulé en medio de titubeos y pasé mi mirada directo a Mell, que se escondía detrás de un folleto que había tomado en la sala de espera.

Claro que el doctor Smith era uno de los mejores ginecólogos de la ciudad, pero tenía entendido que no era quien atendía a Mell, porque la acompañé a su primera cita con el doctor Vásquez, y que Mell juró sería el único doctor que la revisara, además, el doctor Smith era un ginecólogo obstetra, y aquello ya empezaba a resultarme bastante extraño.

Seguramente esta vez mi amiga saldría con que era un tío lejano o un pariente, porque ella tenía familia lejana en todas las esquinas de la ciudad y sobre todo si tenían buen físico, porque decía que la belleza se heredaba.

Mi amiga bajó con lentitud el folleto y me observó apenada y con sus mejillas sonrosadas que ahora se habían tornado más rojas, su respiración estaba entrecortada y las lágrimas amenazaban por salir.

—Bella, no quiero que te enojes —pidió con los ojos cerrados y tragó saliva con dificultad.

—¿Qué está pasando? —pregunté asustada y desconcertada a la vez, y por un momento, me atemoricé, me quedé petrificada al imaginarme lo peor—. ¿Estás enferma? ¿Tienes algo que no sepa? ¡Responde, amiga!

Negó con la cabeza de forma frenética e impulsiva y un par de lágrimas salieron de sus ojos, luego tomó aire antes de responder:

—Hace algunos días he sentido algunos malestares, al principio no le di importancia; pensé que era algo pasajero. Pero luego mi periodo no llegó...

—¡¿Estás embarazada?! —interrogué de inmediato y tan sobresaltada como actuó mi pregunta en ella.

—No lo sé —replicó entre balbuceos—, el doctor tiene los resultados, quedamos que me los iba a entregar hoy. Estoy nerviosa, no sé qué será.

—¿No pudiste decirme antes? —protesté con rapidez y manteniendo el ceño fruncido—. ¿No es que somos las mejores amigas para siempre? ¿Dónde quedó esa confianza que siempre me reclamas?

Ella me cuestionaba siempre por no contar con ella y ella hacía lo mismo o peor. Jamás le oculté mi embarazo, en cambio ella me ocultaba la posibilidad de ser tía, me negaba la posibilidad de acompañarla en esos momentos de desesperación y desconcierto.

El doctor nos miraba en silencio y mantenía una ceja arqueada, seguramente estaba impaciente, tenía más citas que atender y la sala de espera aún estaba llena.

—Bien, no sé si puedan terminar su discusión afuera, pero necesito atenderlas ya. Tengo otras pacientes esperando —declaró con voz pausada pero enérgica al ver que Mell estaba a punto de replicar.

—¿Doctor, estoy embarazada? —cuestionó mi amiga en voz baja y mantenía una expresión de pánico en su rostro—. ¿Tendré un bebé?

El doctor suspiró al entender la situación que estaba pasando, pero no dijo nada. Empezó a rebuscar en un portafolio y cuando encontró el resultado de la prueba de Mell, la sacó con lentitud. Los segundos pasaban y el silencio nos envolvía. Cerré mis ojos y dejé salir una lágrima, nunca imaginé ese momento así, entre secretos y mentiras.

—Mellisa, según tus resultados —respondió por fin y releyendo la página. Solo se escuchaban nuestras respiraciones agitadas porque ambas estábamos nerviosas—, no; no estás embarazada.

Mell dejó escapar un suspiro que duró varios segundos, y se desplomó en la silla. Me sentí mal por un instante al no saber qué deseaba ella, si estar o no estar embarazada, pero estaba herida y dolida por su forma de actuar y de sobrellevar aquella situación.

¿Por qué tenía que ocultarlo? ¿Por qué no me había confiado una sospecha tan importante? ¿Acaso no le inspiraba la confianza suficiente para decírmelo?

—Pero, entonces ¿qué tengo? —preguntó en un hilo de voz y algo temblorosa, se veía más asustada que segundos antes.

—Tienes desórdenes en la menstruación, es decir, tu periodo es irregular y al parecer es debido a factores externos. Está descartado el embarazo, infecciones, enfermedades o traumatismos, este es un caso de desequilibrio hormonal. Debes mejorar tu alimentación, dejar el estrés y hacer ejercicio —explicó el doctor mientras la miraba por encima de sus anteojos—. Te he encontrado muy sana, pero debes cuidarte un poco más, algunas veces factores externos alteran tu organismo y a la vez tu sistema reproductor.

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