Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 16

Podía sentir el sol tenue de la tarde iluminar mi rostro con sus colores rojizos; el susurro del viento en mi oído que soplaba una suave melodía y que fungía como animador de mis pensamientos; el caer alterno de las hojas y el siseo de las ramas al bailar con el suave movimiento que provocaba la brisa. Miré hacia uno de mis lados para encontrarme con un hermoso parque que me recordaba los días en que mis preocupaciones solo eran los raspones de rodillas y los regaños de mamá.

Mi celular empezó a sonar, la canción No Vacancy de One Republic se acompasó con el susurro del viento, logrando que me sobresaltara y que diera un brinquito en el lugar donde me encontraba sentada. Rápidamente saqué el celular de mi bolso que llevaba en mi hombro, al echar un vistazo a la pantalla vi que era una llamada de Mell. ¿Es que acaso no podía entender que necesitaba estar sola? ¿Le costaba tanto entender que necesitaba digerir todo aquello que había acontecido?

Ese suceso me había marcado, me había dolido mucho, por el hecho de que mi mejor amiga pensara así de mí y tan sólo recordarlo volvía a revivir el dolor del momento. Esa discusión me había hecho dudar de cuán fuerte era nuestra amistad, de qué tan sincera era. Después de crecer juntas en las buenas y en las malas, de superar unidas todos los obstáculos y de compartir tantos momentos, ella era capaz de pensar que podría envidiar su familia.

Restregué mis ojos con fuerza para borrar todo rastro de llanto y peiné un poco mi cabello con mis dedos, entrelacé mis ondas en una trenza y la sujeté con un pasador, luego me levanté de la banca; me acomodé la blusa y me colgué el bolso en el hombro. Empecé a caminar sin rumbo ni dirección, ya estaba anocheciendo y yo debía tomar una decisión, una decisión que me llevara por las sendas de lo correcto. A pesar de que había estado tratando de asimilar lo que había sucedido, aun me sentía herida y muy confundida.

Las luces de la calle empezaban a encenderse y el sol se ocultaba poco a poco en el horizonte, dejando un cielo rojo, que a su vez se empezaba a convertir en un azul oscuro y relajante y una que otra estrella se pintaba como por arte de magia, para hacerlo ver aún más perfecto.

Caminaba por la larga acera a un lado de la abarrotada carretera repleta de autos que iban en ambas direcciones, mis pasos eran lentos y con cada uno, una duda más me asaltaba. Me encontraba en medio de una gran tormenta de sentimientos, una lluvia de comprensión empezaba a gotear cuando recordaba que quizás mi amiga solo quería evitarme un dolor; no obstante, los truenos en mi cabeza traían consigo, mucha rabia y decepción.

Entre un laberinto de percepciones y de distintas direcciones, mi cabeza entró en una confusión, mi pecho se apretó levemente y la respiración comenzó a faltarme; los mareos y la debilidad recorrieron cada milímetro de mi cuerpo.

Asustada y nerviosa, eché un vistazo corto a mi alrededor; estaba sola en medio de la ciudad concurrida. La acera era angosta y larga, a uno de sus costados se ubicaban locales comerciales y del otro, la transitada calle que me mareaba más tan solo de ver la enorme fila de autos que se atiborraban debido al tranque por ser la hora de salida de los distintos trabajos.

Una punzada en mi cabeza me alertó de una fuerte sacudida y me sujeté fuerte de una de las puertas de vidrio de algún establecimiento de quién sabe qué. Pero, de un momento a otro mi cuerpo colapsó; me mareé tan fuerte que sentí apagarse las luces a mi alrededor; mi vista se fue nublando poco a poco, dejándome en una total oscuridad. Sentí una dolorosa agonía y sin otro remedio me dejé llevar por la debilidad que me invadía. No pude sostenerme más, mis piernas flaquearon, me desvanecía segundo a segundo en medio de la enorme ciudad.

Cuando me resigné a la voluntad de mi debilidad, sentí que mi espalda reposaba sobre unas manos que la sostenían con fuerza, impidiendo que me derribara y ayudándole a mi cuerpo para no caer de lleno sobre el duro asfalto de la acera.

—¡Bella! ¿Estás bien?

Fueron las últimas palabras que logré distinguir antes de caer en un vacío y oscuro agujero que me atraía con fuerza y al que tuve que dejarme llevar siguiendo el ritmo de mi cuerpo, otra vez.

******

Los párpados me pesaban, era como si por un mes entero no hubiese dormido y el sueño eterno se apoderara de mis ojos. La debilidad aún se mantenía en mis extremidades y al mismo tiempo en mi cabeza el dolor se hacía presente mediante punzadas agudas, pero la respiración se había normalizado y mis pulsaciones habían vuelto a su ritmo regular.

En lo que si no podía dejar de pensar era en ese particular olor. Y yo no era la mejor adivinando olores, pero ese era inconfundible porque mi estómago reaccionaba de inmediato lanzando llamados a mi cerebro: el olor a pan caliente.

¿Dónde estaba? ¿Por qué olía a pan? ¿En el cielo había panaderías?

No sé cómo ni de donde saqué fuerzas para hacerlo, pero abrí los ojos milímetro a milímetro y un dolor más agudo atravesó mi cabeza. Debido a la debilidad, algunas partes de mi cuerpo temblaban con suavidad, pero necesitaba saber dónde estaba y qué había pasado luego de aquel vacío negro. De inmediato un haz de luz traspasó mi vista, haciéndome entrecerrar mis ojos mientras me acostumbraba a la claridad.

—¿Bella? ¿Te sientes bien? —preguntó la voz inconfundible de Matt, aunque sonaba como un eco lejano; sin embargo, su rostro perplejo y preocupado se mantenía frente a mí.

Lancé una mirada a mi alrededor y fruncí el ceño. Resulta ser que estaba sentada en una de las sillas de la misma panadería que había visitado días antes. Frente a mí había una botella de alcohol y algunos algodones que suponía debían ser por mí. También había algunos clientes que me observaban extrañados, y un par de curiosos a mi alrededor. A lo lejos divisé a la mujer del otro día, Julia, que me sonreía irónicamente mientras recogía algunos platos de una mesa.

Recosté mi cabeza un poco sobre la mesa e inhalé con fuerza para rellanar mis pulmones de oxígeno.

—¿Estás bien? —formuló Matt por segunda vez—. Estaba por llamar una ambulancia. —Levanté mi rostro y negué con la cabeza, luego se rascó la nuca y me miró con fijeza, se notaba nervioso ante la situación y un poco indeciso por mi petición.

—Estoy bien —me apresuré a contestar para calmar su miedo—, sólo fue un mareo repentino.

Me examinó detenidamente con su mirada y noté un destello de alivio en sus ojos al ver que sonreía un poco.

—Desmayo, querrás decir —murmuró con voz ronca y se dejó caer en una silla mientras cerraba los ojos—, no fue solo un mareo, Bella.

—Matt, estoy bien —repetí y apreté su mano por encima de la mesa—, solo me duele un poco la cabeza, pero poco a poco me estoy recuperando. No creo que deba ir al médico, hace apenas unas horas estuve en la cita de control y todo estaba bien. No tienes por qué preocuparte.

Abrió sus ojos y alzó una ceja, me miró fijamente y con voz severa agregó:

—Bella, no debes estar sola en las calles, así embarazada. Pueden pasarte muchas cosas, por ejemplo, lo que acaba de suceder. —Se limpió una gota de sudor de la frente—. Es demasiado peligroso, pudo haber sido peor.

—Lo sé —admití avergonzada—. Gracias por haberme ayudado y traído hasta aquí —añadí con una sonrisa ligera. Y era cierto, por más que lo pensaba solo llegaba a la misma conclusión: de no haber sido por su ayuda, habría caído y golpeado bruscamente con el asfalto lastimándome y principalmente a mi bebé que era tan vulnerable.

El silencio reinó en el ambiente donde solo nuestras miradas hablaban. Segundos después mi acompañante decidió hablar.

—¿Qué hacías caminando por esta calle? ¿Acaso venías a verme? —preguntó en voz baja sonrojándose y trató de ocultar una sonrisa, pero pude descifrarla en sus delgados labios. Solté una carcajada al escuchar su comentario, aunque después recordé que sí, tenía en planes ir a verlo en algún momento de mi día.

—Pues sí y no —respondí jugando con mis dedos, mientras los nervios me acechaban.

—¿Entonces sí? —susurró esperanzado y sonrió esperando mi respuesta.

Sonreí de lado, pero no respondí, giré mi cabeza a un lado evitando su mirada y sin querer divisé de inmediato a Julia que nos miraba con el ceño fruncido mientras atendía a un cliente. De pronto los gritos resonaron, llamando la atención de todos, incluyéndonos.

—¡Señorita, ha dejado caer el pan! —exclamó furioso el señor calvo y delgado al que atendía—. ¿Qué clase de servicio al cliente tienen en esta panadería?

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