Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 17

Luego de tantas cosas acumuladas, con ese acontecimiento mi mundo se terminaba de caer a pedazos. No podía estar pasando, ¡no en ese momento!

—Tienes que estar tranquila —pidió Mell, sentándose a mi lado en una de las sillas de la panadería y apretó mi mano con fuerza—. En serio, estar así solo te hace daño, el doctor lo dijo.

—¡¿Tranquila?! ¿Cómo voy a estar tranquila? ¿Te das cuenta de lo que está pasando? — grité alterada y llamando la atención de los demás. Todos me miraban asustados, pero no me importó porque mi situación era más grave ahora, que unas cuantas miradas curiosas.

—Lo siento mucho, Bella —murmuró Mell y se levantó de su silla, luego se acercó y me abrazó con fuerza—, y no estás sola en esto.

Yo aún no podía creerlo, estaba en una especie de shock. Tenía la boca seca y las palpitaciones de mi corazón eran rápidas, sentía que mi mundo, mi pequeño mundo se caía a pedazos.

—Vamos.

—¿Estás segu...?

—Vamos, Mell —repliqué con firmeza, lanzándole una mirada cargada de decisión—. Si no quieres ir conmigo, igual iré.

Mell suspiró y asintió con la cabeza, tomó mi mano y justo cuando íbamos a abrir la puerta para salir, una voz nos interrumpió:

—Yo las acompaño —se ofreció Matt a la vez que se desprendía el delantal y lo dejaba a un lado—, no puedo dejarlas solas.

Cerré mis ojos y negué con la cabeza. No podía permitir que mi nuevo jefe se mezclara en mis problemas familiares.

—Gracias, pero esto es un asunto familiar —sentenció Mell, tratando de ser amable y asentícon rapidez, dedicándole una sonrisa de agradecimiento y despedida a Matt.

Salimos de la panadería casi corriendo y Mell me ayudó a subir al auto. Me sentía tan débil que ni siquiera podía sostenerme. Estaba en un shock total, no podía siquiera llorar, no entendía qué pasaba conmigo; mis manos sudaban y mi boca estaba seca, el frio recorría mi cuerpo, casi movilizándome en el sillón del auto.

Mell condujo en silencio, pero no dejaba de lanzarme miradas de comprensión cada cinco minutos, sin embargo, ni ella ni yo lográbamos pronunciar palabra alguna. Giramos por una vuelta y rápidamente el vecindario apareció ante mis ojos, suspiré frustrada al ver a unos cuántos metros la casa de mis padres, la que por tantos años me acogió en su interior y me ofreció un jardín precioso y que ahora pasaría a manos de la familia que más detestaba en el mundo.

—¡¿Cómo fueron a hacer negocios con esa bruja?! —vociferé en un estallido de furia, apenas bajé del auto—. ¿Después de todo lo que sucedió y siguen pensando que son personas justas para hacer negocios?

La escena que había ante mis ojos no era nada alentadora, al contrario, me hacían brotar enojo y rabia por cada poro. Mis padres se encontraban a un lado, con las maletas y algunos muebles, mientras, Angie estaba sentada en un escalón de la pequeña escalera que daba al pasto, junto a nuestro perro.

—¿Acaso no se dan cuenta de lo que está pasando? —cuestioné intentando calmarme, pero mi mamá solo se limpiaba la nariz con un pañuelo y mi padre la abrazaba—. ¿Quién en su sano juicio ofrece su casa como seguro de una inversión? ¡¿Nunca pensaron que eso podía pasar?! —clamé subiendo el tono de mi voz hasta convertirlo en un grito rabioso nuevamente. Sabía que no estaba bien gritarles, pero es que ahora si se habían pasado de la raya, lo habían perdido todo, incluyendo los pocos ahorros que tenían en el banco, gracias a una arriesgada inversión, que habían perdido de una forma insalvable, y donde la única beneficiada era Fernanda.

—Be- Bella. No te alteres, es malo para el bebé —intervino mi mamá con timidez.

—Y ¿desde cuándo les importa lo que pasa conmigo? —indagué desafiante—. ¡Ah sí, desde que quieres vender a mi hijo!

—No es por eso, es por su salud…— replicó en un susurro.

—¿Hablas en serio, mamá? —pregunté con ironía—. Llevo semanas lejos de aquí y ni siquiera he recibido una llamada, una visita o una señal de que existen. ¿Y ahora me dices que te importa el bebé? ¡Increíble!

Nos quedamos en un silencio incómodo donde nuestras miradas ni siquiera lograban evadir el sentimiento herido y de reproche. Miré a Angie y soltó un resoplido, luego miró a nuestros padres y negó con la cabeza.

—Y… también me despidió —intervino mi papá, nervioso y con la mirada puesta en el suelo—. Debo hasta el sueldo de la liquidación.

—Bien, excelente. ¿Algo más? —resoplé frustrada y dejé caer mis brazos sobre mis piernas.

Caminé frente a ellos varias veces y luego bufé. Me senté en uno de los escalones, más abajo de donde estaba Angie, y me quedé mirando incrédula cómo la vida como la conocía estaba a punto de cambiar y como todo lo que mis padres habían logrado construir con esfuerzo, después de la bancarrota que nos acompaño durante un tiempo, quedaban nuevamente en escombros gracias a la malvada madre de mi ex.

—Ya viene Fernanda —anunció Mell con temor, señalando hacia la calle donde unas luces de auto se dibujaban en la oscuridad—. El aviso decía que hoy tomaría posesión de la propiedad.

—¡Qué llegue, que me va a escuchar! —vociferé enojada y me levanté de un brinco. Aún podía hacerlo, pero dentro de unos meses necesitaría ayuda para levantarme.

Esa arpía no podía hacer eso. Primero me dejaba sin casa a mí y luego a ellos. ¿Qué pensaba que sería de su futuro nieto si le quitaba las oportunidades de un techo donde vivir? ¿Cómo podríamos sobrevivir en una ciudad donde las oportunidades laborales eran bastante limitadas y el precio de las viviendas cada día era más alto?

El auto llegó y se aparcó justo detrás del de Mell. Luego de unos minutos, escuchamos la puerta abrirse, justo del lado de la calle en el que nos encontrábamos. Un pie con un tacón cuadrado y negro se apoyó contra el asfalto con fuerza, luego terminó de bajar y se acomodó un poco el vestido rojo oscuro que llevaba, se pasó la mano por el cabello y ajustó el lazo que llevaba en el centro de su cuello. La puerta del auto se mantenía abierta y ella dio algunos pasos hacia el frente, cuando un zapato masculino, negro y reluciente se apoyó contra la carretera. Mi corazón comenzó a agitarse con mucha rapidez y un vacío se empezaba a formar en mi estómago.

Era... ¿era él?

—Bella, vamos —suplicó mi amiga en voz baja y me tomó por el brazo—. Esto no es sano, vámonos.

—No. Tengo que decirle algunas cosas a esta gente —declaré con firmeza y me solté de Mell, que intentaba esconderme con su cuerpo.

—Pero, Bella… —llamó en un ruego, pero ya me encontraba encaminada directo hacia donde se dibujaban sus siluetas.

—Los que faltaban en esta noche —musité con sarcasmo y aplaudí irónicamente—. El festín de payasos acaba de llegar a la fiesta. ¡Bienvenidos!

Fernanda me lanzó una mirada cargada de odio y levanté mi rostro con orgullo. Casi suelto una carcajada al verla porque realmente parecía un payaso. Su vestido no era solo rojo, tenía algunas rayas multicolores a lo largo de sus piernas y su color de cabello ahora era de un tono parecido a una zanahoria podrida.

—¿Bella? —inquirió una voz masculina de pronto, saliendo de la oscuridad y posicionándose bajo la luz de una de las farolas de la entrada.

Estaba igual de apuesto que siempre, solo que esta vez, se había dejado crecer un poco la barba. Sus ojos penetraron los míos y de inmediato mis extremidades se debilitaron, seguía provocando ese cosquilleo que sentí el primer día que lo vi. Y rápidamente los recuerdos vinieron a mí como una gota de aceite hirviendo.

—Sí cielo, ella es la anfitriona de este circo —respondió su madre y me lanzó una mirada burlona—. James, saca lo que hay adentro, esta gentuza ya debe salir. Ahora será nuestra propiedad y luego trae los papeles para que firmen la renuncia de sus derechos.

—Aquí nadie firmará nada, vieja loca —espeté mordazmente y me di media vuelta para regresar hasta la puerta de la casa—. A ellos no los saca nadie.

Me interpuse frente a la puerta para impedir que entraran, y mientras todos me observaban con sorpresa, James se aproximó a paso lento, y sin planearlo, quedamos frente a frente.

—No permitiré que les hagas lo mismo que a mí, primero muerta —amenacé en un gruñido.

Él no decía nada, solo me observaba con profundidad, sus ojos penetraron los míos y como si existiera una conexión, en mi mente los recuerdos aparecieron apilados: sus besos, sus abrazos, sus caricias, sus detalles, nuestras noches de pasión, sus palabras dulces… y tragué saliva con dificultad debido al calor que empezaba a provocar sus ojos en mi cuerpo.

—No, madre —sentenció James de pronto, cortando así la tensión del momento. Su mirada seguía posada en mí y suspiré de alivio—. No haré eso.

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