Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 23

El tiempo se detuvo ante mis ojos y cada segundo parecía arrastrarme consigo hacia el mundo del olvido, mi corazón empezó a rugir con fuerza y mi cuerpo se vio afectado por un tsunami de debilidad y decepción.

—¿Decían algo sobre mi prometido? —agregó sarcásticamente y entrecerró sus ojos un poco—. Creo que definitivamente, ustedes sobran en esta sala.

Mell abrió sus ojos y dio un par de pasos hacia al frente, pero la tomé por el brazo, impidiendo que cometiera una locura.

De pronto, el sonido ensordecedor de una música nos sobresaltó y al girarnos, pude ver de qué se trataba. Era un grupo de mariachis que se acercaban a paso lento por el largo pasillo y con la mirada puesta en nosotras, eran guiados por un par de enfermeras que dejaban caer pétalos de rosa a medida que caminaban. La señora Queen me miró y luego quitó su rostro con amargura y fastidio, posó su vista en la prometida de Alex y ambas sonrieron emocionadas.

Mell me miraba de reojo, pero no decía nada. Mi ceño estaba fruncido, pero por dentro estaba tan deshecha, tan herida y tan decepcionada de haber creído nuevamente en un hombre. ¿Para eso Alex me había hecho ir aquel día? ¿Para volver a reabrir mis heridas que con tanto dolor me había tocado sanar?

—Vámonos, Mell —susurré cuando ya faltaban pocos metros para que el espectáculo llegara hasta nosotras. Ella asintió y me tomó de la mano, pero cuando nos giramos para salir, nos dimos cuenta que estábamos rodeadas por enfermeras, doctores y pacientes.

—¿Cuál de las dos es la novia de Alex Queen? —inquirió una voz a nuestras espaldas y cuando me di la vuelta, descubrí que ya habían llegado hasta donde estábamos.

De inmediato la chica castaña, tomada de la mano de su suegra, se aproximaron hasta la enfermera que había preguntado y antes de posicionarse frente a ella, ambas se voltearon un poco, para luego sonreírnos con ironía.

Pestañeé varias veces y tragué saliva con dificultad, al ver cómo la enfermera le entregaba un hermoso ramo de rosas turquesas como la que me había regalado y ella sonreía complacida y emocionada.

Posteriormente los mariachis entonaron “Si nos dejan” y la puerta de la habitación de Alex se abrió poco a poco, pero tomé la mano de Mell y la jalé con fuerza, para perdernos entre la gente que gritaba emocionada y secaban sus lágrimas por el acto tan romántico que presenciaban. Caminé con rabia y ponía toda mi fuerza en cada paso. Logramos escabullirnos hasta llegar a un pasillo vacío y me detuve para restregar mis ojos con frustración, estaba llorando, estaba herida, estaba mal.

De repente, el sonido de los gritos y abucheos se acrecentó y suspiré con rabia al imaginarme la escena de un beso triunfante y romántico.

—Cariño, yo… —susurró mi amiga y me abrazó con fuerza. Luego nos separamos y salimos del hospital a paso rápido, para escapar de aquel momento tan decepcionante.

Decidimos ir a comer algo porque ya era casi medio día y el hambre nos había atacado a ambas, así que, tomando como excusa el desplante de Alex, acordamos romper la dieta de comida saludable e ir por unas ricas hamburguesas que mejorara nuestros estados de ánimo.

—¿Estás mejor? —preguntó Mell en voz baja y observándome con angustia.

Asentí con la cabeza sin dejar de mirar la lluvia intensa por la ventana, mientras le daba un sorbo a mi té humeante. El cielo estaba gris, tanto como mis pensamientos, me sentía abatida, afligida y como una bruta por haber confiado nuevamente en las palabras de un hombre. Alex y James eran la prueba viviente de que todos eran iguales, solo querían jugar con los sentimientos genuinos de alguien que si estaba dispuesto a darlo todo por ellos.

—¡Es mi culpa! ¡Soy una tonta! —exclamó pegándose en la frente con la palma de su mano─. No debí dejarte ir, no debí convencerte para que fueras, no debí meterte tantos cuentos a la cabeza.

Bajé con lentitud la taza hasta depositarla sobre la mesa nuevamente. Tomé una bocanada de aire y miré sus intensos ojos azules cristalizados y marcados por una gran capa de arrepentimiento.

—No. Es mi culpa —murmuré con voz ronca, mi garganta me dolió un poco debido a que hacía buen rato que estaba callada y solo me había dedicado a observar cómo se formaba la gran tormenta y luego se convertía en una copiosa lluvia—. Soy yo la culpable, por tomarme en serio todo este juego que salió de la nada, como por arte de magia; solo soy yo la culpable de que Alex me gustara tanto y dejar que se metiera tanto en mi cabeza que me volviera loca por su propuesta. ¡Rayos, cada día estoy más perdida!

—Pero... si yo no te hubiera dicho —replicó entre lamentos y negando con la cabeza.

—No es tu culpa. La idea de aceptarla siempre estuvo en mi cabeza, a pesar de que no te dije nada, siempre barajé esa posibilidad. Yo fui la tonta que pensó que esto era algo serio, que era un hombre distinto, por creer que a alguien podía importarle —interrumpí bajando mi voz cada más y al final solo se escuchó un murmullo.

Un gemido de dolor salió de los labios de mi mejor amiga y me enterneció su mirada.

—Pero si tú... ustedes me importan —replicó y tomó mi mano con dulzura—, son junto a Javi y mi papá, lo único que tengo en el mundo, lo más importante que tengo en la vida y por ustedes siempre lo daría todo.

Sonreí un poco y apreté su mano.

—Lo sé, cariño y por eso es que te amamos. Eres la única que siempre ha estado a mi lado a pesar de que soy una testaruda —musité esbozando una sonrisa triste.

—¿Testaruda? Eso es poco para lo que eres —bromeó divertida y se acercó para abrazarme. Realmente lo necesitaba mucho, el calor de su abrazo me hacía bien porque en él podía encontrar un refugio a mi dolor y una sensación de compañía y seguridad.

Por un momento la imagen de Alex regresó a mi cabeza, pero con toda la fuerza y determinación logré apartarlo de mis pensamientos. Solo era uno más del montón. Era un mentiroso como todos los hombres de este mundo.

Sí tenía novia y hasta iba a casarse ¿por qué tenía que jugar con los sentimientos de una mujer abandonada y embarazada? ¿Por qué coqueteaba conmigo cada vez que tenía la oportunidad? ¿Por qué me había hecho esa propuesta?

Porque era un tonto.

Minutos después llegaron las hamburguesas a la mesa y el olor exquisito nos hizo separarnos como por arte de magia y salir del trance doloroso de nuestras cabezas, ambas nos miramos con una sonrisa traviesa y asentimos al mismo tiempo.

—A darle —propuso mi amiga con emoción—, sin remordimientos.

Solté una risita y asentí. Ambas nos dispusimos a comer y de vez en cuando nos lanzábamos miradas como aquellas de cuando hacíamos alguna travesura a escondidas de nuestros padres.

Mi mejor amiga engullía la hamburguesa con una desesperación tremenda y sus ojos brillaban.

Y ¿qué hablar de mí?

Ya iba por el postre: una ensalada de frutas de tamaño extra.

Definitivamente era una travesura, habíamos prometido juntas que empezaríamos la vida fit, pero después de aquella gran tristeza, solo nos podíamos alegrar comiendo, aunque luego nos tocara hacer mil sentadillas para bajar toda esa grasa.

De pronto sentí la curiosidad de buscar mi teléfono móvil en mis bolsillos, solo para ver si tenía algún mensaje nuevo, pero al encenderlo y ver los números en la pantalla, pegué un brinco en la silla que me hizo perder estabilidad.

¡Las dos de la tarde! Estaba retrasada por media hora para llegar a mi trabajo.

Debía apurarme y llegar lo más rápido que pudiera o Matt me echaría por impuntual.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]