Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 30

Arrugué el recorte de periódico entre mis manos y con mucha fuerza, mientras dejaba ir la rabia y el dolor que me estaba invadiendo. La angustia y la decepción acechaban cada parte de mi cuerpo. Era como estar en medio de una historia de terror. La lluvia caía incesantemente y mis lágrimas también.

Negué con la cabeza repetidas veces para dejar ir la sensación tan extraña que se apoderaba de mí, pero fue imposible. Las escenas pasaban por mi cabeza y solo hacían que me sintiera peor. Los recuerdos de mis momentos al lado de los dos, se convertían en una misma imagen y todo se mezclaba hasta resultar confuso. Mi corazón palpitaba velozmente y mi respiración era agitada y descontrolada.

Matt había matado a la hermana de Alex; eso, justo eso era lo que me costaba asimilar.

—¿Sigues estando tan segura de que es bueno? —cuestionó Mell con temor, mirándome de reojo.

Sollocé y tapé mi rostro con las manos. Me dolía la cabeza, sentía que quería explotarme. Eran muchas emociones juntas y desgarradoras, muchas noticias inquietantes y me estaban causando un gran colapso, un terrible momento y una enorme decepción.

—Ya basta, Mell —rezongué en un gemido.

—Yo solo quiero que comprendas el gran lío al que te estás metiendo y que lo que menos quiero es que te suceda algo malo. Estamos aquí, porque… en este cementerio reposan los restos de Amy y su bebé —susurró mi amiga y negué con frenesí, no quería aceptarlo, me rehusaba a hacerlo.

—Vámonos —pedí entre sollozos, ya el llanto era imposible de controlar y mis extremidades temblaban con gran impotencia—, solo llévame a casa, necesito pensar.

Ella apretó con fuerza mi mano y asintió. Encendió el motor del auto y retrocedió, luego nos alejamos del escalofriante cementerio.El ambiente era tosco, estremecedor y cada segundo que transcurría, me estrujaba más el corazón. Había confiado en Matt, le había entregado una sincera amistad, nunca imaginé que su secreto era tan grave, tan grande y tan aterrador. Nunca imaginé que… era un asesino.

*****

Me moví algunas veces en la cama. Seguía sin poder dormir, la gran agonía y el dolor que me embargaba no me dejaba conciliar el sueño; me sentía totalmente cansada y agotada por el estrés que me invadía.

Me levanté de golpe al ver cómo Matt tomaba un cuchillo y me amenazaba con matar a mi bebé. Grité asustada y al abrir los ojos supe que era solo una pesadilla. Sollocé y sequé el sudor que perlaba en mi frente, luego tragué saliva con dificultad y miré hacia la ventana. Aún era de madrugada, podía escuchar el sonido del amanecer, sí, de los pájaros cantando y la brisa estremecer un poco las hojas de los árboles. Había cesado de llover, la tormenta solo había durado un día después de aquella noche en la que mi mundo se puso de cabezas cuando Mell me contó lo que ocultaba mi jefe.

Suspiré y recosté mi cabeza del respaldar de la cama; el color del cielo oscuro empezaba a aclararse; mi mente solo podía pensar en todo lo que había sucedido hacía dos días.

En unas horas tenía que ir a la universidad y luego… ¿al trabajo?

No lo sabía.

No estaba segura de que ir, fuera la mejor decisión.

No después de aquello.

Suspiré y miré hacia una esquina, el trozo de periódico arrugado, yacía sobre la computadora portátil que estaba encima del escritorio. Todo mi día libre, entre Mell y yo estuvimos buscando información sobre Amy en internet y comparando los datos de los periódicos digitales y los impresos de los que teníamos los recortes que Mell había logrado conseguir en la biblioteca municipal.

Y todos coincidían en algo: Matt era el asesino de Amy.

Ella era la hija mayor de los Queen. Estudió en la misma universidad que estudiábamos nosotras y ahí conoció a Matt. Estudiaban juntos y ambos tenían la misma pasión: el pan y los pasteles. Se enamoraron y se hicieron novios, no se casaron, pero sí vivían juntos y estaban esperando un hijo, incluso, ya sabían hasta el sexo del bebé cuando ella falleció, pero solo sus familiares más cercanos, llegaron a saberlo.

Era una chica muy linda, inteligente, aplicada y responsable, era como la mujer perfecta. Además, fue la ganadora por tres años consecutivos del "Pan para todos" antes de que Matt se coronara invicto por cinco años. Juntos abrieron renovada la panadería que los padres de Matt habían dejado y trabajaban juntos.

Las fotos en sus redes sociales eran muy reducidas, pero al parecer llevaba una buena relación con Alex, porque en algunas sonreían y se veían divertidos. Eso era lo que más me dolía.

También buscamos información sobre la investigación de Matt, pero no encontramos nada, ni una pista que nos dijera si era culpable o no.

Todo era tan extraño; tan confuso y tan misterioso.

Poco a poco fui cerrando mis ojos y me dejé llevar por la brisa fría que se colaba por las cortinas.

—Nena, ya es hora de levantarse —dijo Mell desde el otro lado de la puerta.

Rezongué y me arropé con fuerza. Solo habían pasado cinco minutos, o al menos eso creí hasta que abrí mis ojos un poco y sentí el sol de lleno en mi rostro.

Resoplé molesta y volví a cerrar mis ojos. Siempre me pasaba lo mismo, no podía dormir en toda la noche, pero a la hora de levantarme me daba el sueño más intenso de mi vida.

—Te traje esto —murmuró más cerca y sentí un olor irresistible que reconocí de inmediato—, vamos a ver si no te levantas cuando veas qué es.

Hice un puchero y abrí los ojos, tenía una rebanada de pan con mantequilla frente a mi nariz. Me reincorporé de inmediato y ella sonrió con suficiencia, luego tomé el pan con rapidez y lo llevé a mi boca, si había algo mejor que dormir eso era comer, y si eran las dos juntas, mejor.

—Te amo —dije con la boca llena, agradeciéndole por el lindo gesto de haberme llevado el desayuno a la cama.

Sonrió y también empezó a comer.

—¿Estudiaste para la prueba? —pregunté curiosa después de tragar una rebanada de pan—. Estará bastante difícil y…

—¡¿Qué prueba?! —exclamó atónita y tragó con dificultad el gran trozo de pan que tenía en su boca.

Suspiré y la miré impaciente. Mi amiga de esas alumnas olvidadizas y que además no apuntaba nada, por lo que, siempre sufría las consecuencias el día de la prueba.

—La de Ciencias de la Comunicación —repuse con seriedad.

—¿Había prueba? —preguntó extrañada y casi tan blanca como la rebanada de pan que tenía a medio morder en su mano—. ¿Cuándo dijeron eso? ¿Yo donde estaba?

—Ay, Mell —susurré antes de reírme de su cara de pánico.

—Me lo apuntaré en el muslo y me pondré una minifalda, así nadie sabrá que me voy a copiar esta vez —dijo al cabo de unos segundos.

Rodé los ojos y luego enarqué una ceja.

—¿Esta vez? Querrás decir, casi siempre —corregí con diversión.

Soltó una risita y me guiñó un ojo. Luego pasó su vista por la habitación y la detuvo en mi computadora y en el trozo de periódico, su rostro adoptó una expresión más seria y aclaró su voz antes de preguntar:

—No pensarás ir a trabajar hoy ¿verdad?

Tomé un sorbo de jugo y suspiré.

—Sí, voy a ir.

Los últimos minutos antes de quedarme dormida, había llegado a la conclusión de que debía seguir asistiendo, por mucho que me costara estar cerca de Matt, era un dinero que necesitaba y que en ningún otro lugar me iba a ganar estando embarazada, porque ya habíamos entregado mis hojas de vida en varias empresas, locales y establecimientos y aún mi celular seguía sin sonar.

—Quedamos en que no ibas a seguir trabajando —reprendió molesta y mirándome con firmeza—. Ayer dijiste que Matt era peligroso y que…

—Lo sé —interrumpí de golpe—, sé lo que dije, Mell. Pero, no puedo dejar ese trabajo, ¿crees que no me doy cuenta de que la despensa está vacía? ¿Que no veo las facturas que llegan? ¿O que no has podido pagar la matrícula de este semestre porque decidiste que el dinero mejor se gastara en comida?

—Pero… las cosas no son así, Bella…

—Sí lo son, Mell —repuse tajante—, me doy cuenta de que no puedo dejar de trabajar. No puedo quedarme de brazos cruzados esperando que las cosas me caigan del cielo.

—Lo hacemos con mucho gusto —susurró herida y una mirada algo nostálgica se vislumbró en sus ojos—, no me pesa ni me duele hacerlo con tal de que estés bien y de tenerte cerca.

La miré y suspiré, tomé su mano entre las mías y asentí.

—Lo sé, cariño, discúlpame, por favor —repuse de inmediato —, pero no puedo dejar que sigas cargando conmigo por siempre; necesito salir adelante y hacerle frente a mi vida. Estoy tan agradecida por el enorme sacrificio que hacen Javi y tú para poder sustentarme, pero eso es algo de lo que me debo encargar yo, nena.

—Pero... si te pasa algo... —rezongó en un susurro.

—Estaré cada hora mensajeándote y avisándote de todo lo que suceda —musité.

—No estoy de acuerdo al cien por ciento, pero si es lo que deseas, no puedo entrometerme —argumentó y se encogió de hombros—, solo prométeme que dejarás de meterte en esos terrenos calientes en los que estabas.

—¿Terrenos calientes? —cuestioné y fruncí el ceño—. ¿De qué hablas?

—Bueno, de ajá, ya tú sabes —replicó y guiñó su ojo con una expresión divertida—, ni besos, ni abrazos, ni manos ni ujum ujum.

Solté una risita y negué con la cabeza.

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