Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 34

No podía dejar de pensar en la hermosa imagen de mi hijo. Había sido una experiencia única, una vivencia que superó mis expectativas, jamás imaginé lo lindo que podía llegar a sentir al ver a mi pequeño bebé. Su corazón latiendo me hacía sentir afortunada de dar vida a ese angelito que se formaba en mi vientre y esa era una de las veces que la vida me lo recordaba para darme fuerzas ante tantas adversidades.

Salimos del consultorio y no me importó cómo la gente nos miraba después del incidente con James, ya eso ni siquiera estaba en algún plano importante de mi vida. Mis pasos eran seguros y determinados, desde ese momento en adelante, estaba más que dispuesta a luchar por mi hijo, ese instante en que pude verlo había servido para que me diera cuenta de la importancia que tenía cada decisión que tomara, porque de mí dependía ese pequeño ángel que crecía dentro de mí.

Mientras caminaba, seguía con la mirada perdida y una sonrisa iluminaba mi rostro. Mell a mi lado caminaba con la misma expresión, parecíamos dos locas drogadas con alegría; nuestras miradas iban perdidas en los recuerdos de los minutos anteriores.

—Es hermosa —murmuró Mell embobada y con una sonrisa risueña.

Asentí lentamente y sonriendo, Mell tenía toda la razón. A pesar de solo haber visto una mancha gris en la pantalla, para mí era suficiente.

—Es lo más lindo de la vida, lo mejor del mundo —agregué emocionada y sequé las lágrimas de felicidad que corrían por mis mejillas.

Continuamos caminando, ambas felices y comentando lo que había sucedido en el consultorio, hasta que de repente una puerta se abrió de golpe frente a nuestros ojos. Sin querer y por la forma abrupta que ocurrió, tropecé con una mujer de cabello castaño, que estaba de espaldas y comentaba algo con otra persona que estaba adentro de la habitación, su vestido era como uno de muñecas: corto y pequeño.

Se giro con rapidez al escuchar nuestros pasos y mi corazón empezó a palpitar más rápido. La sonrisa se borró de mis labios y una sensación extraña se apoderó de mí. Mell cambió de expresión en un segundo y mostró su rostro más enfurecido, parecía una fiera a punto de atacar.

—Vaya —vociferó la mujer con una sonrisa torcida en sus labios delgados, como si se alegrara de habernos visto, en cambio mi expresión era de total desagrado—, miren quién está aquí.

¡Lo que me faltaba! Primero James y después Cristina.

—¿Qué? ¿Se te perdió algo? — inquirí en el mismo tono que ella. Bufó y rodó los ojos antes de contestar.

—A mí no, querida, pero a ti sí —repuso con una sonrisa malévola; me recordó al gato de porque sonreía casi de oreja a oreja, era como si algo le causara una tremenda emoción.

—A mí no se me ha perdido nada, queridita —repliqué desafiante y ella soltó una carcajada.

—Perdiste a Alex —dijo con sarcasmo y luego hizo un puchero, como si se burlara de mí—, ay, pero no llores, nenita.

Arqueé una ceja y la miré confundida. No entendía de qué hablaba.

—¿Qué te crees castaña de bar? —preguntó Mell rabiosa y mirándola desde los pies hasta su dislocada cabeza—. Deja de hablar idioteces o vas a quedar sin tus extensiones baratas.

La tipa nos miró furiosa y dio unos pasos al frente, se encaminó hacia nosotras con furia y no supe si fue intencional o no, pero algo cayó al suelo. Nuestras miradas se posaron en el piso y noté que se trataba de un papel; una página que yo reconocía muy bien, perfectamente. El sello de la clínica estaba impreso en el borde. Ya yo había pasado por eso y sabía qué era: los resultados de una prueba de embarazo.

Esperen... ¿prueba de embarazo?

Y fue en ese momento cuando las palabras prometida, embarazo y Alex se unieron en una misma oración.

Ahora todo tenía sentido.

¡Alex había ido a acompañar a su futura esposa, iba a ser papá!

¡Iba a tener un hijo!

Chasqueé la lengua y fingí frialdad y desinterés, aunque por dentro me estaba muriendo de los celos y podía sentir cómo la rabia inundaba cada espacio de mi ser; pero no podía dejarle saber ni a Mell ni a esa tipa, lo que estaba pasando dentro de mí. Era una gran tempestad, solo hacía un par de días me había casi besado con él y ahora resultaba que también sería papá.

Pero no pude evitar la curiosidad de observar a la mujer que había cautivado al guapo Alex Queen. La miré centímetro a centímetro de su corto cuerpo; sus piernas larguiduchas y pálidas, delgadas y aguadas, su vestido demasiado apretado llegaba a los muslos igual de flacos, su cabello maltratado y sin brillo y sobre todo, esa expresión de hiena que sostenía en su rostro y que solo dejaba ver la clase de personalidad que se gastaba.

—¿Qué miras? —desafió con desdén al notar mi examen radiográfico, luego de recoger el papel.

—Lo simple que eres —respondí encogiéndome de hombros y esbozado una sonrisa burlona.

Mell soltó una risotada de inmediato. La señalaba y se reía, así por varios segundos ante la mirada fulminante de la Cristina, hasta que la enfermera pasó callando las risas.

Me dolía mucho y eso no podía negarlo. Alex había jugado con mis sentimientos, al igual que James. Me había construido un mundo de ilusiones tan efímeras que ya todo había acabado en un poco tiempo. Mi cabeza estaba envuelta en un mar de desilusiones y podía sentir el palpitante dolor de la traición.

—Adiós, Bellita de feria —gruñó Cristina pasando a mi lado y se detuvo para acariciar su vientre con una mano frente a mí.

—Adiós, Cristina de bar —respondí sonriendo de forma malvada, aunque, a decir verdad, por dentro me estaba muriendo del dolor.

Se tensó y luego volvió a acariciar su vientre, pasó a mi lado e hice ademán de acercarme, a lo que ella reaccionó con temor y salió casi corriendo mientras Mell me miraba de reojo intentando contener una sonrisa.

—¿Y tú qué me miras? —pregunté imitando la voz de Cristina y haciendo gestos con mi cabello tal como la hacía ella.

Ambas soltamos una carcajada que se escuchó hasta los consultorios más lejanos y la enfermera tuvo que salir a callarnos como por décima vez, pero antes de que fuera la onceava terminó echándonos de la clínica.

—Aun no entiendo —murmuró Mell apagando el motor del auto apenas llegamos a casa—. ¿Te gusta Alex? —interrogó con voz lenta y frunció el ceño antes de mirarme con curiosidad.

Dejé escapar un suspiro y el silencio me invadió. Miré por la ventana el hermoso paisaje que me ofrecía la naturaleza. En realidad, no sabía con certeza la respuesta a esa simple, pero a la vez complicada pregunta.

Alex, sus lindos labios, su mirada y su sonrisa masculina pero tierna, sus palabras y su positiva forma de ver las cosas; su caballerosidad y ternura...

Pero, como la vida es dura y la noche es oscura, también estaba comprometido y además, sería papá. Con toda la sinceridad de mi corazón, no entendía qué le pudo haber visto a esa tal Cristina, era una chica vacía, hueca, acartonada de las que solo piensan en dinero.

—¿Y? —insistió Mell sacándome de mis pensamientos y haciéndome sobresaltar—. ¿Te gusta o no?

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