Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 4

Los días siguientes transcurrieron entre molestias físicas. Tenía un malestar estomacal que me estaba torturando, además, estaba experimentando una crisis de sueño terrible y un dolor de cabeza extremo. Realmente me sentía mal, muy mal.

Me levanté como de costumbre y al ponerme las pantuflas sentí un fuerte mareo, todo me daba vueltas y luego sentí un leve cosquilleo en mi vientre, me senté en el borde de mi cama y esperé unos segundos para que se normalizara el movimiento que daban las cosas ante mi vista.

Sin embargo, me fue casi imposible soportar dos minutos más sentada. Allí estaba de nuevo.

—¿Estás bien? —preguntó mi mamá, sosteniendo una notable expresión preocupada al entrar y verme arrodillada frente al inodoro.

Una de las peores cosas que estaba pasando en los últimos tres días, había sido una oleada de náuseas y vómitos, lo que me dejaba aún peor de lo agotada y fatigada que ya estaba.

—Sí, mamá. De seguro algo me cayó mal —repliqué, quitándole importancia al asunto. Me sequé la boca después de haberme lavado los dientes y para que se quedara más tranquila agregué —: Debe ser alguna de las comidas de la refresquería de la academia de arte, ya sabes que todo lo cocinan con muchos condimentos y…

Mi madre negó varias veces con su cabeza y levantó una de sus cejas, lo que se traducía en una severa preocupación. Caminó unos pasos hacia mí y me miró con fijeza.

—A ver, hace varios días no vas a la academia y ese malestar fue hace poco. No has salido de casa y no has pedido comida a domicilio, no he cocinado nada extraño y a nadie más le ha hecho daño mis comidas —enumeró rápidamente con sus dedos y luego hizo una pausa, tomó una bocanada de aire y agregó con voz aguda —: Así que esto es mucho más grave.

La miré incrédula y resoplé. Estaba haciendo demasiado drama por una crisis del estómago.

—Mamá, por favor ¿cómo va a ser grave un mal estomacal?

—Es que no es solo eso. También te he visto tomar pastillas para el dolor de cabeza y... ¿crees que no me doy cuenta que nuevamente estás durmiendo todo el día? —replicó con impaciencia—. Bella, esto no es normal, no lo es.

Rodé los ojos y me miré en el espejo. Tenía unas grandes ojeras a pesar de haber dormido trece horas seguidas y mis labios estaban resecos, y al peinar mi cabello que caía sobre mi pecho, sentí un leve dolor en mis senos. Quizás si me estaba afectando la pequeña ola de calor que estaba pasando por nuestra ciudad.

—Hija, mírame —susurró mi madre, su voz era temblorosa, lo que denotaba lo preocupada que estaba.

Suspiré y levanté el rostro. Dejé la toalla sobre el lavamanos y me enfoqué en su rostro, sus ojos color miel me examinaban atentamente, su labio temblaba y su respiración era agitada. Había olvidado lo bella que era mi madre, su cabello negro amarrado en un perfecto moño la hacían ver elegante, pero sus labios delgados hacían un juego perfecto con sus ojos.

Me sobresalté cuando aquellos labios emitieron una mueca extraña, como una mezcla entre sorpresa y enojo, sus facciones se tensaron y sus labios empezaron a temblar con más fuerza.

Me observó con profundidad y hasta noté un escalofrío cuando recorrió cada centímetro de mi cuerpo con sus ojos.

—¿Te ha venido el periodo? —cuestionó de pronto en un hilo de voz y me hizo pegar un brinco sorpresivo por su pregunta.

Me incorporé y enarqué una ceja. Ahí iba de nuevo con qué seguramente estaba embarazada y que bla, bla, bla....

—¡Mamá! —farfullé molesta y me crucé de brazos— ahí vas otra vez. No puede ser que cada vez que estoy enferma pienses que es porque tendré un hijo.

Me giré nuevamente hacia el espejo y resoplé con furia. Siempre evitaba que mi madre supiera cuando me sentía mal o cuando pescaba un resfrío, porque al mínimo síntoma, siempre lo primero que decía era que estaba embarazada, que de seguro había salido con mi domingo siete.

—No estoy embarazada, mamá, por favor déjame en paz. Esto se me quitará con unas pastillas, no es nada grave— dije luego de respirar profundo para calmar un poco la rabia que empezaba a aflorar en mí—. Es algo pasajero, estoy segura.

—Responde —insistió molesta y tomándome por la cintura me hizo girar hasta quedar frente a ella de nuevo, luego me zarandeó un poco y exclamó—: ¡Responde!

Rodé los ojos y con plena seguridad tomé aire para asegurarle que esta vez, como todas las anteriores, no sería abuela.

—Pues claro que sí, madre. Me vino hace unos días, de hecho, hace poco, el... — contesté impaciente y saqué cuentas con la mente. Estaba segura que hacía poco e había venido, solo tenía que recordar la fecha específica y ya estaba, no era tan difícil recordarlo.

Y sí, lo recordé, pero a diferencia de la seguridad que había poseído mi cuerpo unos minutos antes, me paralicé por completo, y mis nervios se empezaron a alborotar a medida que mi mente viajaba días antes...

¡Oh, oh!

¡No!

Salí del baño casi corriendo y me abalancé sobre mi cama. Con el corazón latiendo a mil por hora, tomé mi móvil que se encontraba sobre la almohada. Lo desbloqueé nerviosa y de inmediato abrí la aplicación de calendario con las manos temblorosas. Podía sentir mi corazón casi en la garganta, palpitando con todas sus fuerzas, impidiéndome tomar aire y provocándome un intenso dolor de cabeza.

Al aparecer los números del mes corriente, mis ojos se abrieron tanto, que sentí como se secaron mis pupilas. Mi corazón se aceleró con aun más intensidad, el dolor en mi cabeza me palpitó con fuerza. Mis manos soltaron el celular y cayó con brusquedad en el suelo cubierto de baldosas blancas.

¡Hacía diez días me tenía que haber llegado!

¡Diez, diez, diez días!

Me pegué con furia en la frente, lo que solo aceleró más el dolor de cabeza, pero eso era lo de menos en ese momento. La preocupación que estaba invadiendo cada célula de mi cuerpo no tenía explicación. No podía estar embarazada. No ahora. No así.

—¡Contesta, Bella! —forzó mi mamá, sumamente alterada al ver mi expresión de terror—. Caray, Bella, ¡contesta!

—No me ha venido —respondí temblorosa, con un delgado hilo de voz que no sé de dónde salió porque no tenía ni fuerzas—. Tengo diez días de retraso, mamá.

El silencio y la tensión cubrió la habitación como una capa de polvo y de inmediato todo volvió a mi mente: James y su desaparición, la boda, el altar, James y su desaparición, las noches llorando, mis días sin vivir, más días tristes, noches en soledad, James y su desaparición. Todo se resumía a James, a que ya no estaba, a que estaba sola.

Mi madre me miró aterrada, la miré aún con más miedo. La miré y me miró. En silencio nos observamos durante algunos segundos intentando asimilar las palabras que habían salido de mi boca.

—Voy a sacar una cita con el ginecólogo para esta misma tarde —masculló rompiendo el silencio y salió disparada de la habitación dejándome con quizás el miedo más grande que había experimentado en toda mi vida.

Fueron las tres horas más decisivas de mi vida, esperar para recibir una respuesta que podía cambiarla para siempre.

La sala de espera no me ayudaba a bajar mis nervios. El color claro penetraba mis ojos y me hacía delirar, mientras forzaba mi mente en no pensar en lo que estaba por ocurrir. Jugaba con mi cabello para despejar mis pensamientos y de vez en cuando mordisqueaba mis uñas, subía y bajaba mis piernas en un movimiento rítmico y tapaba mis ojos con las manos para calmar mi ansiedad.

A mi lado, sentada en una posición elegante no dejaba de observar hasta el último detalle en mí, tanto, que ya me empezaba a fastidiar. Sus ojos se movían de mi vientre a mi rostro y viceversa, luego negaba con la cabeza y se desahogaba en murmullos inentendibles.

El tiempo me empezaba a parecer eterno y mi mente solo podía albergar las esperanzas de que no fuera cierto todo lo que estaba pasando. Ni siquiera estaba segura de si quería saber la respuesta; pensarlo me hacía sentir un enorme vacío en mi estómago y solo complicaba más mi estancia en aquel lugar.

Veía mujeres entrar y salir, los minutos del reloj pasar con lentitud y la hora de mi cita nunca llegaba. Estaba cansada, estaba nerviosa, estaba mal… y posiblemente ¿embarazada?

Solo de pensarlo la sangre se me congelaba y la respiración se tornaba agresiva. Tenía miedo. Tenía temor.

—Bella Graze —llamó por fin la enfermera, saliendo del consultorio del doctor y buscando con la mirada entre las presentes.

Al escuchar mi nombre mis piernas empezaron a temblar aún más y el frío recorrió cada centímetro de mi cuerpo. Estaba a punto de saber qué pasaba conmigo y qué pasaría de allí en adelante con mi vida.

—Vamos — farfulló mi madre entre dientes. Me tomó del brazo y prácticamente me arrastro hacia aquella puerta.

Los nervios estaban haciendo fiesta con mi cuerpo, mi cerebro estaba en un colapso y mi corazón empezaba a marcar latidos muy fuertes. La actitud de mi mamá no me ayudaba en nada. Mantenía una expresión seria y bastante alterada, pero mantenía la elegancia. Aunque, realmente, esa actitud era justo la que me atemorizaba.

—Buenas tardes —saludó el doctor, de unos cuarenta y tantos años, de ojos azules y nariz perfilada; bastante apuesto.

—Buenas tardes —dijimos al unísono y con frialdad debido a la tensión que ambas manteníamos.

—Tomen asiento —pidió con cordialidad—. Supongo que tú debes ser Bella, ¿es así? —agregó posando su mirada azul intensa sobre mis ojos.

Asentí temblorosa e intenté mostrar una sonrisa, pero fue imposible que saliera de mis labios.

—Tu mamá pidió una cita para ti— informó, mientras pasaba una página de su agenda—, así que necesito tus datos.

Asentí con un débil movimiento de cabeza. Observé a mi madre, quien también me miraba de reojo. Estaba pálida como un papel y sus manos estaban cruzadas sobre sus piernas, como si esforzara en mantenerse tranquila. Suspiré y dirigí mi vista de nuevo hacia el doctor, mis piernas se movían por sí solas como si no tuvieran control, pero intenté enfocarme en el formulario que llenaba el médico.

—¿Nombre?

—Bella Linda Graze Jones.

—¿Edad?

—Veintidós años.

—¿Estado civil?

Sus palabras penetraron en mi corazón como si enterrara una espada por el centro al recordar aquel día en que la soledad se apoderó de mi vida.

—Soltera —respondí con seguridad.

El doctor hizo una pausa porque, aunque yo intentara mantener la compostura, mi voz se quebró en las últimas dos letras que logré pronunciar. Era un proceso que me estaba costando superar y aunque poco a poco lo estaba logrando, aun no estaba preparada para aceptarlo en mi interior.

—¿Has tenido relaciones sin protección? —retomó luego de bajar y levantar su mirada para enfocarla en mí nuevamente.

Tragué saliva con mucha dificultad, sentí como si se me helara la sangre.

Podía sentir cómo ambos me miraban con gran intriga e interés, de seguro esperando una respuesta sensata, madura y responsable.

No podía articular el monosílabo que quería salir de mi garganta y que sabía que dictaría la verdad en todo esto. El doctor bajó sus lentes hasta su nariz y me examinó por encima de ellos. Mis dedos jugaban entre ellos mientras mi respiración se agitaba más y más. Tenía que hacerlo, debía decir la verdad, una mentira no me sería útil, debía ser sincera con ellos y conmigo misma. Tomé una gran bocanada de aire una vez más antes de responder, porque sabía todo lo que me esperaría cuando aquella mínima palabra saliera de mis labios.

─Sí.

Mi mamá hizo una mueca de sorpresa e incredulidad acompañada de un gemido furioso. Resopló con fuerza, negó con la cabeza y siguió mirando al doctor.

—¿Pareja estable?

—No. Bueno sí... pero ya no —murmuré con voz débil, ese interrogatorio me estaba regresando a aquel punto en que mi vida se había destrozado.

—¿Días de retraso?

—Diez.

—¿Último periodo menstrual?

—Hace más de un mes.

—¿Eres de menstruación regular o irregular?

—Regular.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]