Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 8

Las noches dieron paso a los días, y tras una semana de reposo y de cuidados, al fin me sentía con más fuerzas. Había pasado las primeras noches llorando, pero intentaba controlarme por el bien del bebé. Me levanté como de costumbre y tomé un baño de al menos veinte minutos, luego me vestí con mi ropa favorita y me dispuse a desayunar con mis padres, quizás los tomaría por sorpresa, no estaban informados de que ya me sentía bien, quería darles unas palabras de agradecimiento por sus cuidados y atenciones. La verdad es que se habían comportado muy bien, me consentían e incluso me llevaban la comida a la cama y no permitían que hiciera esfuerzos o alguna acción que pusiera en peligro mi recuperación; me alegraba volver a tener su apoyo y respaldo, me hacían sentir que podía seguir adelante y superar todo aquello que me había tocado vivir.

El doctor me había quitado la venda hacía unos tres días y ya la pequeña herida había empezado a sanar, aunque de vez en cuando se me olvidaba y terminaba golpeándola cuando me duchaba. Mi bebé llevaba una semana más de vida y ya había empezado a formarse su columna y sus extremidades, y según el doctor, ya tenía forma de una frambuesa. Me miré al espejo y sonreí, me sentía llena de vida, con alegría y más aún al ver como mi vientre ya estaba más hinchado y mi embarazo empezaba a tomar forma en mi cuerpo.

Di una mirada a mi habitación y suspiré con nostalgia, mis colecciones de muñecas me hacían recordar esos días de infancia, donde solo dolían los raspones o las caídas de bicicleta. Ahora ya había crecido, y estaba por convertirme en mamá, y pronto sería yo, quien tuviera que velar por la seguridad y la infancia de mi hijo.

Había pasado varias noches pensándolo bien y por fin había tomado una decisión. Mi tía madrina siempre me había propuesto que me fuera a vivir con ella, pero me había negado por una u otra razón, pero principalmente porque desde que empecé mi relación me sentía atada a James, y ahora que era libre nuevamente, podía irme treinta mil kilómetros lejos de mi ciudad natal. Había decidido aceptar la propuesta de irme a vivir en la granja de la señora Macdonald, y empezar una nueva vida, criando a mi hijo en medio de la naturaleza y de un ambiente más tranquilo. Estaba segura que esa idea alegraría mucho a mis padres, porque además del bien que nos haría como familia, a mi madrina le vendría muy bien estar acompañada y tener la compañía de un bebé.

Bajé las escaleras y sonreí, al fin iba a ver la luz del sol y sentir el aire fresco. En esos siete días encerrada solo había visto la luz por medio de los cristales de la ventana y me emocionaba la idea de volver a estar en casa, en un ambiente tranquilo y familiar, me sentía viva de nuevo y gracias a eso, había olvidado un poco las desgracias que me había tocado vivir en las últimas semanas.

A mitad de la escalera me topé con Zac, nuestro perro. Me tomé unos minutos para acariciarlo y jugar con él, luego, terminé de bajar y al llegar al vestíbulo, vi algunos sobres encima de una de las mesas, de seguro eran las correspondencias de la semana, normalmente las entregaban los viernes, pero se habían retrasado.

Me aproximé al ver el color particular del sobre que normalmente mi madrina enviaba cuando nos hacía llegar cartas. Decidí tomarlo entre mis manos, y cuando abrí aquel envoltorio púrpura, saqué la carta que contenía en su interior.

No era una carta, era un acta de defunción y la invitación a su funeral. Mis ojos e cristalizaron y la nostalgia me invadió, justo ahora que había decidido hacerle compañía, ella me dejaba. Una lágrima cayó en el papel y suspiré con fuerza, extrañaría aquellos sobres púrpuras y sus cartas perfumadas con colonia de mediados del siglo XX.

Limpié mis lágrimas y me dispuse a contarle la triste noticia a mis padres. Cuando llegué al último escalón, sentí el olor de las tostadas francesas que solía hacer mi mamá los sábados por la mañana y el hambre se me disparó, al parecer mi bebé también quería probar la especialidad de su abuela. Así que caminé apresurada hasta llegar a la puerta que daba a la cocina, pero tan solo dar unos pasos y me detuve abruptamente al escuchar lo que mi madre hablaba.

—Por supuesto, el bebé está bien. Solo fue un desmayo, pero ella está en reposo, no hay de qué preocuparse. Ayer fuimos al hospital y todo marcha bien, la hemos cuidado y velado por su bienestar.

Mi corazón dio un vuelco y la rabia se apoderó de mi cuerpo. ¿Acaso mi madre estaba hablando con James? ¿Quién le había permitido decirle la verdad? ¿Por qué lo había hecho?

—Mam… —intenté interrumpir, pero me detuve al escuchar que seguía hablando y comprendí que se trataba de una llamada telefónica.

—No te preocupes, Cindy, quédate tranquila —continuó mi madre y escuché como revolvía algo en una taza de vidrio. Suspiré de alivio y cerré mis ojos, todo había sido un malentendido, no era James—. En unos meses el bebé estará con ustedes.

Al escuchar esas últimas palabras me paralicé por completo y el hormigueo empezó a carcomer mi interior, el frio empezó a calar en mis huesos, a pesar del sol radiante que hacía afuera, y las náuseas y el mareo regresaron de golpe para hacerme sentir vulnerable nuevamente. Tenía las manos sudadas, la garganta seca y mi cabeza en blanco; el miedo y la ira palpitaban intensamente en mis venas, la carta resbaló de mis manos y cayó al piso.

¿Qué era aquello que había acabado de escuchar?

No.

No podía ser capaz de eso.

Tomé una bocanada de aire y reuní todas las fuerzas que pude, entré a grandes zancadas a la cocina, pude ver que solo estaba ella, de espalda y mirando hacia la ventana, su cabello ondeaba con la leve brisa que se colaba por la puerta que daba al jardín, y su vestido marrón se movía un poco. Caminé lo más rápido que pude, al sentir mi presencia, se giró con rapidez y me encontró de pie frente a ella, con los brazos en la cintura, los labios fruncidos y una actitud desafiante.

Nos miramos por unos segundos y noté como el miedo y la preocupación se reflejaron en sus ojos, no había previsto que podía escucharla, no pensó que llegaría y descubriría su terrible plan.

—¿Qué acabas de decir, madre? —interrogué, casi gritando. Intenté moderar el tono de mi voz, pero, aun así, sonó como un grito rabioso. Mis labios temblaban y mis piernas empezaban a flaquear, debido a la conmoción.

—Bella, yo… —tartamudeó y bajó lentamente el móvil de su oreja.

—Dime que no es lo que estoy pensando —exclamé furiosa y le quité el celular de las manos para cerrar la llamada—. ¡Madre!

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