Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 9

—Espera… ¿cómo que en adopción? —inquirió Mell y levantó una ceja en señal de incredulidad—. Dime que no es cierto.

Asentí con mi cabeza e hice un sonido afirmativo. Luego limpié mis lágrimas con mis manos y la miré.

—Ni siquiera yo soy capaz de creer algo así de ella —murmuré y tapé mi rostro con mis manos—. Prometió apoyarme, cambiar, y solo sigue siendo la misma egoísta de siempre.

—Es increíble hasta donde llegan los prejuicios —susurró—. Le imploré que no se metiera en tu vida, que te dejara encontrar la felicidad por ti misma, que ya suficiente daño te había hecho James como para que ella siguiera pensando que es el amor de tu vida. Pero intentar decidir por ti en cuanto a tu hijo, ya es pasarse de la raya, esto es mucho más grave, Bella.

—Todo esto es por su maldita sed de aprobación de los demás —repliqué en voz baja—. Es lo único que le importa.

—¿Lo harás? —cuestionó con temor—. ¿Aceptarás su propuesta?

La miré herida y rodé los ojos.

—Obvio que no. Es mi hijo, no sé cómo saldré adelante, pero lo haré —contesté de forma rotunda y bajé mi vista hasta mi vientre que se encontraba tapado con la tela rosa de mi vestido.

Mell se acercó y me abrazó con fuerza. Rompí en llanto sobre su hombro; era tan frustrante sentir que ni siquiera mi madre me apoyara, que solo buscara el beneficio y que me intentara alejar de por vida de mi hijo. Estuvimos abrazadas durante un par de minutos, hasta que me empecé a tranquilizar y Mell se alejó un poco, para tomar mi rostro con sus manos y mirarme con dulzura y detenimiento por unos segundos.

—Bella, de verdad siento mucho todo esto —susurró—. Nunca pensé que tendríamos que lidiar con tantas situaciones juntas, pero te admiro porque eres fuerte a pesar de todo.

Esbocé una sonrisa leve y asentí con lentitud.

—No soy tan fuerte como quisiera, Mell —repliqué en voz baja.

—¿A qué te refieres? —interrogó de inmediato y frunció el ceño.

Suspiré.

—A ti no te puedo mentir, ni siquiera a mí misma —confesé llena de sinceridad —, no puedo olvidar a James.

Ella resopló y un mechón de su cabello se levantó.

—Puedes llamarme idiota, bruta o lo que quieras, yo me llamo así todos los días —agregué antes de que me dijera un sermón—, pero me cuesta aceptar que ya no está, que me abandonó y aún más, que estoy esperando un hijo suyo. Todo pasó tan rápido, todo ha sido tan doloroso y te juro que intento olvidarlo, pero no he podido, aún tiene una parte grande de mi corazón.

Restregó sus ojos y luego tomó mi mano y la apretó.

—Lo sé, tu mirada lo dice, Bella —dijo en voz baja—. Y no te niego que me causa frustración, pero te entiendo, tu angustia y dolor es genuino, y estás en tu derecho. Y no, no te voy a llamar tonta ni nada de lo que mencionaste, porque no estoy en esa situación y solo tú sabes lo que se siente. También comprendo que una relación de tanto tiempo no es fácil de soltar, pero, ya no está y aunque suene duro tienes que aceptarlo —articuló junto a una mirada comprensiva y cargada de sinceridad.

—Quiero dejar de sentir esto, quiero odiarlo, quiero borrarlo de cada recuerdo, cerrar mis ojos y no ver su sonrisa, no sentir sus caricias en mi cuerpo, no haberlo conocido nunca —recité con rabia y en medio del llanto—. ¡Ay, Mell, quiero odiarlo! —susurré y me derrumbé como ya era costumbre en los últimos días. Empecé a llorar una vez más, las hormonas y la dura situación estaban acabando conmigo.

Mell me abrazó nuevamente y besó mi cabeza con dulzura.

—Cálmate, Bella, por favor, tranquilízate—pidió alarmada y luego tomó aire para agregar—: ¿Sabías que todo lo que sientes, lo puede sentir mi sobrina? ¿Sabías que tus tristezas y ese dolor lo siente la bebé también?

—¿En serio? —pregunté desconcertada y me separé, limpiando mis mejillas con las manos temblorosas—. ¿Cómo?

—A ver, seré tía y como una tía responsable, he estado investigando e informándome y según estudios, sí. Todo lo que sientas el bebé lo recibe. Tus emociones, tus miedos, alegrías y tristezas. Es una conexión muy bonita, pero a la vez peligrosa si vas a seguir llorando a cada rato —explicó, haciendo gesticulaciones con sus manos—. No queremos un bebé triste y con cara de mango chupado, ¿verdad? —preguntó sonriendo.

No pude contener la risa ante su comentario y sentí la alegría nuevamente reinar en mi corazón. Si era cierto que estaba tan conectada con mi bebé, debía empezar a controlarme.

—¿Ves? Así está mejor, ahora sí. Si sonríes se mantendrán más lindas las dos —musitó con una dulce sonrisa en sus labios—. Bueno, vamos que se hace tarde para la clase de decoración, la profesora Miller se alegrará mucho de verte de vuelta.

Mordí mi labio inferior e hice un sonido de negación.

—¿Qué pasa? ¿No quieres ir? —preguntó desconcertada.

—Justo eso te iba a decir, no quiero ir más, siento que es algo que empecé a hacer por James y para empezar a olvidarlo, debo romper los vínculos que me unían a él, así que no creo que esto sea necesario —contesté con voz temblorosa.

—Pero... si ya me estaba gustando —replicó—. Además, quedamos de ir al banco, y de ejecutar el proyecto de decoración y…

—No quiero hacerlo, si vamos a ese banco, quizás deba encontrármelo y es lo que menos necesito en este momento. Si quieres seguir el curso, está bien, pero no quiero asistir más —musité mientras trenzaba mi cabello.

—Asunto entendido. Pero no creas que te vas a salvar de mí. Ya se nos están acabando las vacaciones y quiero salir contigo, pasear, cambiar de ambiente y divertirnos un rato —propuso con una sonrisa de emoción—. Necesitamos salir porque cuando entremos a clases lo que menos tendremos será tiempo.

—Pero, yo no...

—¿Qué te parece si vamos al cine, luego vamos a buscar trabajo y si nos queda tiempo vamos por unas pizzas? —interrogó emocionada y miró hacia el frente para saludar a uno de sus vecinos.

Nos encontrábamos charlando sentadas en la terraza de su casa, una bonita y pintoresca casa en medio de la ciudad. Había acudido a ella, luego de la discusión con mi madre, en busca de apoyo y consuelo.

—¿Me prometes que iremos a buscar trabajo? —cuestioné incrédula—. ¿Puedo confiar en ti?

—Prometido —respondió con emoción y poniendo frente a mi rostro ambas manos extendidas—. Además, ¿cuándo te he mentido?

Rodé los ojos. Ccarraspeé un poco y enarqué una ceja.

—¿Te suena “iremos a las clases de inglés después de ir al concierto de Shawn Mendes”? — pregunté imitando su voz.

Abrió su boca un poco y luego enarcó una ceja, después sonrió y respondió:

—Gozamos mucho el concierto, no lo puedes negar.

—Creí en ti, Mellisa.

—Hasta yo creí en mí —afirmó seguido de una risita—. Pero esta vez es distinto, es algo serio. Te lo prometo por las canciones de Shawn.

Negué con la cabeza y sonreí. Era imposible lidiar con la obsesión de mi mejor amiga por su cantante favorito, pero debía reconocer que me parecía una buena idea, para distraer mi mente y relajarme, luego de pasar tantos tragos amargos.

****

Dos horas y media más tarde nos encontrábamos caminando hacia la salida del cine. Mis sollozos se confundían con las risas y comentarios de los demás que habían compartido la sala con nosotras. Incluso recibí unas cuantas palomitas de maíz en mi cabello y uno que otro tropezón en la fila hacia la salida de la sala.

—Bella, no estés así, por favor —repitió Mell, intentando calmarme con palmadas en la espalda cuando logramos pasar por la puerta—. Es cierto lo que dije sobre el bebé y las emociones.

—¿P-por qué me traes a ver películas de acción? —balbuceé en medio de hipidos—. Son muy conmovedoras.

—¡Pero si es de acción! Se supone que no deberías llorar. —Rodó los ojos y se encogió de hombros—. ¿Quién llora con Rápidos y Furiosos?

—Es que... es que... me recuerda tanto a Ja...

Sin embargo, mi argumento fue interrumpido por una voz que no pensé volver a escuchar.

—¿Hola? —pronunció esa voz masculina y muy elegante, que erizó los vellos de mi piel.

Se me aceleró el corazón al escucharlo de nuevo. Sí, ya sabía de quién se trataba y eso me ponía aún más nerviosa. No había previsto volver a ver a ese chico y mucho menos en tan poco tiempo.

Nos giramos con lentitud. Mell estaba sorprendida y yo también, aunque seguía sollozando porque no podía contener mis gemidos e hipidos. La película realmente me había conmovido, era la saga favorita de mi ex prometido, y eso lograba que mis sentimientos estuvieran a flor de piel y me provocaran una tremenda tristeza.

—¿Puedo ayudarles? —preguntó el chico, al ver que me encontraba secando mis lágrimas y controlando mi respiración para no sollozar—. ¿Necesita ayuda, señorita Graze?

Al escuchar mi apellido, me paralicé y detuve mis dedos justo en mis labios. Con la mirada examiné su rostro, denotaba preocupación y angustia, ya no estaba la sonrisa radiante de aquel día en el banco, en su lugar una expresión confusa se dibujaba, y el desconcierto surcaba por aquellas facciones masculinas y atractivas.

Sí. Era él, Alex, el chico guapo del banco, y estaba con una linda chica, que, al parecer, era su novia.

—Muchas gracias, joven, pero estamos bien —se adelantó Mell, con amabilidad.

Alex rascó su nuca sin dejar de mirarme y con algo de incomodidad, agregó:

—No creo que la señorita Graze piense lo mismo.

Asentí rápidamente con la cabeza, para demostrar lo contrario. Di un par de últimos de hipidos y sollozos, tratando de reunir el aire suficiente para calmar mi llanto y parecer estar bien.

—Estoy bien —susurré con voz débil.

—Mi amiga tuvo un colapso nervioso viendo la película, pero ya la escuchó, está bien. Gracias de igual manera —agregó Mell y me abrazó por los hombros.

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