Alaska
Todo el camino a Whittier lo hicimos en una camioneta que mandó Adam para llevarnos, ya habían sido demasiadas emociones fuertes, aunque en el fondo yo sabía que todo eso lo decía por mí y por lo que acababa de hacer.
¿Qué pasó con Fred? Bueno, de eso no nos contó mucho Adam, solo sé que él se quedó con su manada, probablemente lo vayan a matar, pero no querían que estuviéramos presentes para cuando sucediera.
— He escuchado rumores acerca de cómo mata la manada de Adam a los intrusos.
— ¿Cómo lo hacen? —atiné a preguntar.
— Decapitándolos, con su propia boca—eso debería de sonar como una clase de justicia, pero no lo hacía.
Dentro de la camioneta solo iba el conductor asignado, Kratos y yo, así que esta vez el camino sería más largo por la velocidad del auto.
— Si él está muerto... ¿significa que Whittier está a salvo de Euphoria?
— No, es un virus, y apuesto a que va a terminar entrando a nuestro pueblo. La solución sería encontrar la inmunidad, que es prácticamente imposible como lo veo.
Finalmente comenzamos a entrar al túnel de Whittier y por seguridad, mantenían las luces apagadas. Después de todos los ataques e invasores, dejar las luces dentro del túnel era un llamado a que pasaran a nuestros terrenos.
— Escuché que te casarás—dice Kratos mirándome.
— Ah... sí. ¿La noticia es tan fuerte?
— El pueblo ha comenzado a hacer apuestas acerca de cuántos hijos tendrás— responde serio.
— ¿Y cuál es tu apuesta?
— Ninguno—dibuja la ya tan conocida sonrisa en su boca y me hace reír a mí también.
La camioneta frena de una manera brusca y Kratos y yo nos inclinamos hacia adelante para ver qué sucede.
— ¿Por qué nos detuvimos? —le pregunto al conductor.
El chico se queda callado y nos señala lo que hay frente a la camioneta, o más bien, quién.
Las luces del automóvil iluminan el cuerpo y cara del sujeto que parece tener graves problemas. Tiene sangre seca alrededor de su boca y nariz, sumándole ojos rojos y sudor, parecía estar... infectado.
— ¿Salimos...? —pregunta Kratos y deja la pregunta al aire, pero inmediatamente el conductor se quita el cinturón de seguridad.
— No, quédense aquí.
Baja de la camioneta e intenta acercarse al sujeto, no alcanzamos a escuchar qué es lo que le dice que el chico rechaza cualquier cosa, se rasca el cuello como si le ardiera y lanza un grito que estoy segura que todo el pueblo lo ha escuchado, y luego, se lanza contra el conductor, sin darle oportunidad de esquivarlo o defenderse.
— Alaska, vamos a bajar, algo me dice que el conductor no es hombre lobo, y lo van a matar.
— ¿Tienes tus armas todavía?
— Solo una navaja, lo demás me lo quitaron—responde revisando su chaqueta.
— Dámela.
— ¿Qué? —me mira como si estuviera loca, y bueno, después de todo lo de hoy, no lo culpo.
— Dámela, no me voy a cortar la cara. Confía en mí.
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