El Alpha Millonario © romance Capítulo 26

Capítulo veinticinco

Pov Wade

Tengo un maldito día de estar en la cama.

Ya me siento bien.

Un hombre lobo sana sus heridas rápido. Suspiro, Sara tomo con naturalidad lo de mi especie.

Realmente no lo sé.

Me levanto de la cama y voy al baño para revisar mis heridas, quito la tela que las cubre y efectivamente solo encuentro los rasguños.

Me meto a la ducha y agudizo mi oído para escuchar que hacen los demás en la casa, vagos recuerdos de antes de ayer invaden mi mente y entre esos está Elizabeth llorando, porque ella no estaba en casa.

Sara no estaba por ningún lado, no la sentía, me asuste y corrí a buscarla, tanto que llame a mi familia para encontrarla más rápido y así fue, en media hora tenía a todos conmigo listos para buscarla.

Demoramos horas y horas hasta que la encontré al límite de mis tierras, no estaba sola y eso fue lo que más me enojo, después de tal batalla con el idiota que la miraba en aquel restaurante como un bocadillo, la miré y caí desplomado.

Cuando desperté medio adolorido recuerdo haber estado en casa y ella dando órdenes.

Eso me encantó.

Le toque la mano y luego de ahí no recuerdo más que solo la conversación de ayer.

Nunca había tratado así a mi familia, nunca, pero ella llegó a poner mi mundo de cabeza y ahora mírenme aquí, pensando en su respuesta.

Me concentro en lo que está pasando en la casa —Yo iré a verla, le guste o no, y me va a tener que escuchar, porque yo soy su madre.

Escucho la voz de Matías —Ella dijo que no te quería ver, ¿no entiendes eso?

—Me importa, ella tiene que escucharme y si no la encerraré conmigo hasta que me escuche —salgo de la ducha y corro al vestidor para ponerme algo cómodo y salir a ver que pasa. Llego al segundo piso y me encuentro a Matías abrazando a Elizabeth que ahora está llorando en su pecho —Ella me debe escuchar, al menos por un minuto.

—Deja de llorar y vamos a verla —apenas digo esto se voltea y Matías niega.

Sabe que no es una buena idea, pero que se puede hacer, ya la extraño.

Suelta lo más rápido que puede a Matías y corre a bajar las escaleras conmigo, siento los pasos de él detrás y no dudo en que la llevará. Sin desayunar, ni saludar a nadie paso recto a la camioneta, arranco y salgo directo a su casa.

Quiero tener las cosas presentes con ella.

No quiero más cosas ocultas.

Bajo los vidrios del auto al llegar y un olor a extraño inunda mis fosas nasales.

Algo no anda bien.

Aparco el auto rápidamente y bajo, entro sin tocar y escucho el silencio sepulcral de la casa llenar mis oídos.

Elizabeth grita detrás de mí —Wade— y se paraliza igual que yo al estar en la puerta.

Mi pecho sube y baja intranquilo. Ella tiene que estar aquí —Tranquilo, tal vez éste en algún lugar de esta mansión. Vamos a separarnos para buscarla —habla Matías. Asiento en respuesta y me encamino a la cocina, miro a mi alrededor todo desordenado y tirado como si un huracán hubiese pasado por el lugar.

Con los pies pateo los obstáculos del desorden y un bonito reloj llama mi atención.

Es de ella.

Lo tomo entre mis manos y trago grueso. Elizabeth suelta un grito desde arriba y sin pensarlo dos veces corro hacia donde se encuentra. Sus piernas flaquean y cae en el piso de madera llorando, restriega sus ojos y me señala una página al frente suyo.

Tomo la hoja y desaparezco del lugar en dirección a la camioneta.

Que no sea lo que estoy pensando.

Me encierro en el auto y dejo el reloj de Sara en la guantera, desdoblo la página y comienzo mi lenta tortura.

Querida madre.

Si estás leyendo esta nota es porque fuiste muy curiosa al entrar en mi cuarto a buscarme para pedir perdón, te perdono, pues me he dado cuenta que he sido un poco egoísta contigo y tú no lo mereces después de tantas cosas que viviste en aquel infierno.

Adiós, me voy con el señor Alcibíades.

Atentamente:

SaraP/

Junto mis cejas. Aquí hay algo que no me cuadra, ¿por qué ella se iría de la nada? ¿Por qué había tanto desorden en la casa?

Es como si... Hubiese estado en problemas.

Aprieto el volante. Claro, por eso el olor distinto en toda la casa y a los alrededores.

Estoy seguro que ese imbécil se logro colar dentro de la manada, pero esto no se va a quedar así.

Salgo del auto dando un portazo y camino hacia la casa que ahora se encuentra un poco más silenciosa.

Voy directo a la cocina y encuentro los ojos de Elizabeth —¿Dónde está? —pregunto con voz prepotente —No desobedezcas a tu Alpha y dime dónde está.

—Alpha, ella está en Texas, en la casa de su padre Alcibíades, el demonio.

Y como si Matías escuchara mi pensamiento da un paso al frente y toca mi hombro —Con todo respeto, Alpha, no creo que sea una buena idea viajar para buscarla.

Mis ojos se topan con los suyos —Matías ¿yo pedí tu opinión?

—No, Alpha—susurra.

—Iré a Texas a buscar a Sara, es claro que aquí algo sucedió —señaló los cristales en el piso —espero que los hayan notado y no piensen que ella se haya ido por su cuenta.

—Alpha —Elizabeth toca mi hombro y niego.

Ella no volverá a ir a ese lugar.

—No, yo ya sé donde tengo que buscar. Hablaré con el Alpha Ignacio de Texas para que me resguarde en su casa, ya que es su manada la que más cerca queda a la comunidad demoníaca.

—Alpha, ¿cuándo partirá?

Suspiro —Mañana.

Salgo de la casa y subo a la camioneta. Tengo que llamar al Alpha primero para luego irme en el avión privado y estar lo más rápido que pueda en Texas.

Conduzco hasta la entrada y veo que toda mi manada está despierta, en mi casa, la casa principal, todos están con ajetreo por mi madre y mi padre que han llegado, también por mi hermana que es más parlanchina que un loro. Aparco en la entrada de la casa y apago el motor del auto, bajo y voy directo a mi despacho.

Entro y rápido tengo a mi madre pegada a mi cuello —Mamá, estoy grande como para que me hagas eso —mi padre me coloca una mano en el hombro y niega rotundamente.

—A mí es a quien deberías abrazar así.

—Él es mi hijo y lo veo poco, a ti todo el tiempo te veo —asoma su cabeza un poco por mi hombro para mirar a papá.

Sonrío —Usted no era la quería alejarse de mí.

Se separa bruscamente y achica sus ojos —Yo lo dije porque estaba enojada con tu luna, esa niña no me cae bien, mira que darme órdenes y mandarte a ti como si fueras su muñeco de trapo.

—Madre, ella solo quería explicaciones y se las di, acuérdate que al ser humana todo es distinto.

—Sí, pero no me gusto eso.

Camino hacia las escaleras —Pues tendrás que acostumbrarte si quieres venir aquí.

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