El Alpha Millonario © romance Capítulo 8

Capítulo siete

Siempre he pensado que mis acciones ayudando a la gente son buenas, pero no sé qué hice yo para que los dioses me castigara de esta forma.

Tengo cuarenta y cinco minutos aquí en este carro que por cierto habla solo lo típico según él y también llevo ese mismo tiempo escuchando la misma música. ¿Este hombre no se cansará de escuchar la misma canción?

¿A que le recordará?

Suspiro—¿No te cansas de escuchar lo mismo? —esto algo impresionante.

—No, me gusta —y sigue cantando con su voz supuestamente sacada de ángeles, pero está más desafinado que un gallo nuevo tratando de cantar por las mañanas.

—¿Cuándo llegaremos? ¡Tengo hambre! —digo mirando por la ventana viendo como la gente mira raro el automóvil.

Detiene su canto para voltear a mirarme—¿Tienes hambre? ¿Que no comiste en la cafetería?

Este hombre o nunca ha tenido novia o le falta vivir la vida a pleno.

—Sí, si tengo, y no puedes decir que he comido mucho porque nada más me comí un sándwich que Elizabeth me hizo —me observa extrañado—¿Qué? Si sabes que comí en la cafetería debes haber visto lo que comí—volteo a la ventana.

¿Por qué tengo que estar aquí?

¿No se supone que debería haberme montado al bus?*

Te dije que no te durmieras.-

Lo sé, lo siento, debo prestar más atención, es solo que esto de mudarnos y luego conocerlo a él, luego verlo en su cuarto prácticamente semidesnudo.*

Semidesnudo, nada de otra cosa.-

Si, si, lo que digas, luego el instituto, las peleas con mamá, luego correr para llegar a tiempo y ahora esto.*

No es el fin del mundo, Sara.-

No lo es, pero tengo hambre y ahora estoy delirando.*

Tranquila, solo es un día con pesadez, solo eso.

Vuelvo en sí y puedo ver un gran centro comercial.

Ni idea como estamos aquí.

Lo observo extrañada mientras él conduce hasta una caseta y toca un botón rojo, este parpadea varias veces y sale una tarjeta blanca con una numeración roja en la parte posterior, el regulador de color blanco con líneas rojas de la entrada se abre dándonos paso a los estacionamientos privados.

O eso digo yo que son.

Ese barrote parecía a un peperminin.

Es caramelo peppermint.

Él se estaciona en una esquina y apaga el motor del auto—Bien, querías comer, vas a comer —sale del carro y cierra la puerta.

—No quiero pasar como la otra vez que me regañaste, pero aquí vamos porque tengo hambre—digo por lo bajo todavía dentro del auto y abro la puerta saliendo al exterior con el buen aire natural, cierro la puerta y escucho el sonido del seguro del auto junto con la voz de la computadora del auto.

“Auto cerrado"

¿Qué tanto gastan los ricos en cosas innecesarias? he visto desde autos hasta inodoros forrados de oro y otros con diamantes.

Y ahora un auto que habla.

Con mis pensamientos en orden lo observo y empezamos a caminar como una tropa, solo que yo sería un soldado y él sería el general que da órdenes, además su tamaño lo ayuda ya que yo a su lado me veo como una jodida hormiga.

¿Qué tan grande puede ser? si yo soy alta y le llego al pecho.

Caminamos a través de la corta acera y desde ya me puedo dar cuenta de que llamamos la atención de muchos.

Es que claro, ellos pensarán ¿Cómo alguien como yo está con alguien como él?

Y no es así, yo siento que es el peor castigo de mi vida y no me juzguen, soy muy rencorosa y con nada me siento y ese día me dolió como me trató. Dejo de ver a la gente y me enfoco a caminar detrás de él hasta llegar al cruce de las pequeñas calles del centro comercial.

Wade señala y los dos autos se detienen con rechinidos gracias a la velocidad en la que venían.

Madre mía, la autopista en el centro comercial, un clásico.

Cruzamos la calle tranquilamente hasta llegar a la acera de en medio de las dos vías, se fija en dirección contraria antes de dar el primer paso y giro mi rostro al ver venir un auto a toda velocidad.

¡Oh Dios!

Lo va a matar.

Doy dos saltos gigantescos y lo agarro de la camisa tirándole hacia atrás y cayendo en un charco de agua sucia.

Siempre soy yo la que salva a alguien.

¿Cuándo será que alguien le toque salvarme?

Creo que ese día nunca llegará.

¿De qué hablas? No hace rato en la mañana casi te atropellan si no fuera por ese niño de ojos azules.-

Cierto, no le he dado las gracias. Creo que lo haré cuando vaya al instituto.*

Que no era que no lo querías conocer.-

No lo quiero conocer, pero me salvó de que fuera atropellada.*

Bueno eso es cierto, ahora levántate que estas quedando en feo y todos están mirando.-

Vuelvo a la realidad y puedo ver el coche que casi atropella a Don ricachón detenerse y bajar de el un chico flaco, alto, con lentes y unas ropas que si se tira de un sexto piso ellas le ayudan como paracaídas. Me muevo incomoda por el peso que tengo en mis piernas y Ricky Ricón parece notarlo porque se levanta de un salto y me tiende la mano, la tomo gustosa y no protesto para nada, no quiero estar más en un agua cochina.

El chico llega hasta nosotros con la cabeza gacha—Lo siento señor, lo juro. Es que estoy aprendiendo a manejar, lo siento, estoy arrepentido, Alpha.

¿Por qué lo llamo Alpha?

Si Alpha corresponde en matemáticas a ángulos de trigonometría y se usa en química y en física y en alfabetos y en un montón de cosas más. La gente es rara.

Al igual que tú.-

Observo al chico extrañada, no obstante me sorprende más la reacción de él cuando empieza a reír—No te preocupes, pero debes tener más cuidado, además de que aquí no puedes practicar, ahora anda a otro lugar —Wade le da un gesto de compasión.

¿Qué?

El chico se va a su auto y desaparece de nuestras vistas tan rápido como puede y el lugar se vuelve algo pesado, ahora lo más incómodo es el montón de personas mirándonos y ya entiendo el porqué.

Estamos horribles, toda nuestra ropa está chocolate y ni se diga de él con esa camisa, —Deberías comprar ropa para cambiarte.

Alza una ceja y las comisuras de sus labios se curvan haciendo una bonita sonrisa de esas que las niñas no normales como yo le dicen moja bragas—¿Te estás preocupando?

Lo miro fijamente—No es nada de eso—desvío la mirada hacia un montón de gente que viene hacia nosotros.

Voltea a la misma dirección donde yo miro y abre los ojos más grande que dos huevos sacados de su cascarón—tenemos que irnos, ¡adentro, ahora!—cruzamos la calle corriendo y llegamos a la entrada del centro comercial donde un portero nos abre rápidamente, entramos y lo sigo a él hasta el centro del gentío, observo hacia atrás y el montón de personas que nos seguían ya no están, Ricky Ricón agarra mi mano y nos escabullimos con la multitud, y no es nada fácil cuando te miran con asco y hueles feo.

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