El empresario del corazon roto romance Capítulo 36

Abro los ojos lentamente. No sé si son las siete de la mañana o las once, ya que no hay luz en la habitación. Quentin, a mi lado, duerme boca abajo completamente desnudo, con la sábana apenas cubriendo la parte baja de su cuerpo exponiendo así su perfecta espalda. Sólo de verlo me sonrojo, en verdad no puedo creer que haya despertado al lado de un hombre tan perfecto, bueno al menos en el cuerpo.

Me levanto con cuidado para no despertarle y tomo una bata de franela de color negro, muy elegante, que él consideradamente me ha dejado al lado en una silla en algún momento de la noche y salgo de la habitación para ir a la cocina por un vaso con agua ya que muero de sed. Atravieso la sala casi en puntas para no hacer ruido, ya que temo que el hermoso suelo de madera cruja y voy hacia esa hermosa y bella cocina que tiene. Parece ser que a Quentin les gustan los espacios grandes, ya que la que está en su cabaña, es así o un poco más grande que ésta.

Con trabajos busco el vaso para luego servirme un poco de agua abriendo el grifo y tomo toda sin respirar, vuelvo a llenar el vaso y esta vez doy pequeños sorbos mientras observo el resto del piso. Para ser una persona con tanto dinero, el gusto de Quentin es sencillo, parece que le gustan las cosas simples, nada ostentosas, no hay nada que se vea brillante o muy cargado, simplemente tiene lo que necesita. Sus enormes sofás en forma de "L" son de color gris, y están acomodados en la sala justo para dar al ventanal, tiene una alfombra de color blanco, que dan ganas de sentirla con los pies descalzos y una pantalla bastante grande que abarca parte de la pared.

Recorro el lugar con el vaso en mi mano, observando cada detalle que hay aquí. Voy hacia un librero donde comienzo a sacar los libros para ver qué tipo de lecturas le gustan, la mayoría son de arte, libros repletos de historia del arte, uno que otro de finanzas y una parte donde tiene novelas, la mayoría de Hermann Hesse en ediciones bastante bonitas y bien cuidadas.

Abro el libro del Lobo Estepario justo donde tiene el separador y una frase ligeramente subrayada en lápiz llama mi atención:

"Me necesitas para aprender a bailar, para aprender a reír, para aprender a vivir".

―Para ser el libro que habla de un hombre culto y antisocial con tendencias suicidas es una frase muy hermosa.― Murmuro y luego vuelvo a poner el libro en su lugar.

Continuo recorriendo el lugar y llego a una pequeña "chimenea" ya que en realidad sólo es un calentador con aspecto a una y sobre ella veo una foto de él con unos niños y una mujer en un picnic, la tomo y sonrío, definitivamente son los hijos de Quentin ya que son parecidos a él y la mujer debe ser Nadine. Una mujer rubia de ojos azules, con aspecto muy refinado sonríe a la cámara alegre mientras sus hijos mueren de risa y Quentin la ve con ojos de amor. Definitivamente la amaba con locura.

«Para ser yo la que esté en bata en este lugar, creo que estoy muy lejos de parecerme a Nadine» pienso, cuando veo su hermosa cabellera rubia.

―Esa foto nos la tomaron en Central Park.― Escucho su voz y me volteo un poco sobresaltada ya que no lo escuché llegar.

―Lo siento, sólo tenía curiosidad.― Me disculpo.

Él me da un beso sobre la frente.― Buenos días ¿tienes frío? ― Me pregunta y prende justo el calentador de la sala e inmediatamente siento el calor en mis piernas.― No tienes porque disculparte, sólo estás viendo una foto.

Él la toma y sonríe.― Él, era Theo.― Y señala a un niño precioso de rizos rubios.― Y el pequeño es François, era mi hijo menor. En esa foto tenía un año recién cumplido.

―Se parecen a ti.

―¿Crees? Tal vez François sí, era todo un mini yo, pero Theo era igual a su madre.

Quentin los ve con ternura, con esa mirada tan pura que siempre tiene cuando habla de ellos, no cabe duda que el amor es lo único que atraviesa todas las fronteras incluso las de la misma muerte.

―Cuando mi familia murió regresé a mi enorme casa, este piso no existía todavía, me sentía increíblemente solo en aquel lugar diseñado para que mis hijos crecieran, jugaran y corrieran. Un día básicamente tomé esta foto, salí de ahí y cerré la puerta detrás mío. Dejé todo atrás, ni siquiera me importó empacar ropa. Quería vagar por el mundo, caminar hasta cansarme, desaparecer poco a poco hasta que no quedara nada de mí.

Dejo mi vaso con agua sobre la chimenea y enseguida le abrazo.― Debió ser muy duro Quentin.― Le murmuro.

―Lo fue. Muchos días me sentía tan perdido que no sabía en qué ocupar mi tiempo o más bien no sabía cuánto tiempo pasaba, si comía o no, si era lunes o miércoles, sólo sabía que vivía por vivir, y de pronto me di cuenta que dejé de sentir. No sentía empatía por nadie, ni sentía hambre o dolor, a veces simplemente me dormía esperando la muerte. ― Confiesa y debo admitir que mi corazón se hace pequeño―¿Te confieso algo? ― Me pregunta y yo asiento con la cabeza.― El día que me enviaste ese mensaje era la primera vez que alguien me hablaba así de directo, sin minimizar las cosas, sin esconder sus puntos de vista.

―Lo siento, en verdad no te conocía.― Me disculpo.

―No, eso me gustó. Desde que mi familia murió todos me hablan con tiento, hasta la misma Vivianne, lo hacen para no lastimarme más como si el accidente hubiera robado también el respeto y la imagen que ellos tenían sobre mí. Solía ser una persona entusiasta, positiva, siempre con buen humor y de pronto, quedó esto. ― y se señala.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El empresario del corazon roto