El Joven Secreto romance Capítulo 23

Lo miro detenidamente, olvidándome por completo de lo desesperada que me encontraba segundos antes, temiendo ser descubierta. Recorro con la mirada toda la habitación, completamente blanca y poco sorprendente, hasta nuevamente acabar fijando la dirección de mis ojos en Samuel, quien permanece inmóvil, acostado boca arriba con los ojos cerrados, el pecho desnudo, tapado con una sábana hasta la cadera y el pelo totalmente alborotado.

Suspiro y comienzo a acercarme con cuidado tras haberme asegurado de que en el pasillo no había nadie a través de la ventanilla difuminada por fuera. Me pongo de pie a la izquierda de la camilla y por un instante, todas mis preocupaciones se pierden al ver la cara de paz y tranquilidad que refleja él. Decidida, extiendo mi mano, pero esta permanece en el aire varios segundos, comenzando a temblar a medida que su piel me es menos distante.

Me cuesta horrores aceptar la culpa que tengo de su estado actual y ni yo sé por qué. A pesar de eso, pienso en lo doble de culpa que sentiría si no estuviera aquí ahora y eso me alienta, aunque sea un poco. Vuelvo a suspirar y finalmente me animo a hacer lo que me disponía: corro su pelo hacia atrás, peinándolo con delicadeza y noto que tiene la frente tibia. Se me hace extraño tratarlo tan cariñosamente cuando la última vez que lo vi fue pura discusión sin fronteras en la cual la que no cedía justamente era yo.

Trago saliva y poco a poco desciendo mi mano hacia su rostro, recorriendo cada milímetro de este con los dedos, comenzando por la llanura dibujada en su amplia frente, pasando por su nariz y mejillas (las cuales acaricio) hasta llegar a su boca, donde me detengo por un largo rato y ni me movería, si no me viese obligada a hacerlo. Es la sensación de humedad la que me lleva a tocarme mi propio rostro y cuando lo hago, noto que varias lágrimas ya llegaron a caer al suelo, habiendo dejado marcada su ruta por ambas mejillas.

Me muerdo el labio y tomo la mano de él. No está tan tibia como la frente. Acaricio su dorso y derramo otra lágrima al ver que no entrelaza nuestros dedos como siempre lo hacía. Luego de la decepción que me había llevado de su parte, confieso que jamás pensé que su ausencia me haría tanto daño.

Me inclino hacia él y me veo obligada a voltearme enseguida al escuchar voces que me indican que debo apurarme y salir de allí. Observo con menor distancia su rostro y uno nuestros labios sin pensarlo dos veces. Él no se mueve, ni reacciona en absoluto. Soy yo la única que controla la situación en esa habitación triste y silenciosa cuyas paredes blancas cooperan con el ambiente melancólico. Abro los ojos aún sin despegarme y confirmo que lo que pensaba era verdad. Permanece con los ojos cerrados, sin mover músculo alguno. No siente nada, o al menos eso parece.

Vuelvo a escuchar voces a mis espaldas, cada vez con mayor volumen, lo que da a entender la poca distancia de la que provienen. Me separo y vuelvo a tomar su mano, esta vez apretándolo contra mi pecho y soltando un largo suspiro, mientras las voces se acercan más. Vuelvo a inclinarme y deposito un cálido beso en su frente, susurrando un "te amo" antes de alejarme, como si tuviera miedo de que las paredes fuesen testigos de mi confesión poco disimulable.

Camino hacia la puerta y rodeo la manija con los dedos, dándome la vuelta una última vez para observarlo en ese estado. Finalmente, abro la puerta y abandono la habitación, encontrándome al levantar la vista con cuatro rostros mirándome como si fuese un criminal escapando de la cárcel.

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