El Joven Secreto romance Capítulo 34

Estoy observándome a mí misma en el cristal de la entrada del edificio, con la mirada algo perdida, en parte por el cansancio y en parte por el aburrimiento que siempre me ha generado esperar, cuando ella sale del ascensor.

Escucho en mi mente el sonido del juego de llaves que se mueven en su mano derecha, aunque realmente de este lado de la puerta nada puede oírse.

Ya habiendo entrado (tras un leve intercambio de palabras sobre cómo va todo), me quito el abrigo ligero y Eva me ofrece algo para tomar. Opto por un poco de té al ver que insiste, aunque mi idea no era quedarme por mucho tiempo.

Tomo asiento en el sofá y me arremango la camisa, algo acalorada por el contraste de temperatura entre la calle y el interior del departamento.

—¿Y Joaquín?

Pregunto para romper el pequeño silencio, refiriéndome al hermano de Samuel.

Eva, quien se encontraba de espaldas a mí del otro lado de la cocina, se gira.

—Lo dejé irse a la costa con la familia de su amiga (se voltea y sigue con lo que estaba haciendo). Samuel dijo que eran como familia.

—Entiendo. ¿Sabe lo que pasó ya?

Continuo la conversación, tratando de imaginar que sentiría yo si siendo adolescente supiera que mi hermano mayor tuvo un accidente grave, siendo el último familiar cercano que me queda.

—Si. Se lo dije cuando ya había salido del coma. Se asustó, pero fue mejor que decírselo antes.

Y es que, en realidad, el papel que tiene Samuel en la vida de su hermano está hasta infravalorado. Su padre los abandonó. Su madre, devastada por tal hecho, se rompió por dentro, dejando a Samuel completamente solo cuando siquiera tenía edad ni estaba preparado para afrontar tantas responsabilidades.

La muerte de ella, finalmente, fue el fin de un ciclo. Y, mirándolo desde la perspectiva de Joaquín, un accidente así le podría haber quitado a lo último que le quedaba de familia.

—¿May?

La voz de Eva me despierta de mis pensamientos y cuando levanto la vista la veo con una bandeja enorme que carga dos tazas de té y un bizcochuelo en trozos.

—Perdón. Mi mente va y viene (exclamo, colocando las tazas en la mesa ratona).

Eva ríe.

—Normal con tanto estrés (toma asiento una vez acomodado todo en la mesa). Todo esto no te fue fácil.

—¿Qué en concreto? (Cuestiono).

—¿Es en serio? (Ríe otra vez). Todo. Desde que te ví con cara de pánico en el pasillo del hospital noté que sufrías.

“Al menos no menciona cuando entré a la fuerza a la sala de terapia intensiva”, pienso en silencio. Me limito a emitir una sonrisa falsa y le doy un pequeño sorbo al té.

—Aunque he de decir que la primera vez que te ví y te fuiste de casa así de la nada pensé que estabas loca.

Ok. Esto empieza a ser incómodo.

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