El Joven Secreto romance Capítulo 56

El viento me golpea en la cara y hojas secas y otoñales se mueven en el suelo, chocándose con mis zapatos y sintiéndose como un mero roce. Ninguno de nosotros habla y no hay más sonido que el de la naturaleza. Los ruidos de la urbe no se oyen aquí.

Tomo aire y miro a Oliver, cuya mirada perdida en los troncos de los árboles finalmente encuentra un rumbo, apuntándome.

La duda me carcome, mis sospechas sobre el son infinitas. Me siento culpable, pero…hay una posibilidad de que no esté de mi lado o que ahora se ponga del lado opuesto por su propio bien, para evitar los problemas, ya sea por miedo, cobardía o…simplemente fastidiarme, otra vez.

¿Y si se lo menciono? ¿Y si lo afronto? Podría, sí, pero… ¿qué gano? ¿Muestro mi desconfianza y además le doy una idea? No tengo nada con que sobornarlo, sería completamente estúpido. Esa no es mi forma de ser.

—¿Alguna idea de qué hacer?

Pregunta, toqueteando el cierre de su campera con los dedos.

—¿Qué clase de idea se supone que…

—¡VOS SIEMPRE TENÉS UN PLAN!

Lamentablemente, la realidad es que…desde que la rivalidad con mi padre comenzó y tuve que recurrir a ideas alocadas para escapar de sus ojos es la primera vez que no sé qué hacer. Estoy en blanco, y, mi expresión lo demuestra.

La mirada esperanzada de mi hermano y el brillo característico que había aparecido en sus ojos se desvanece al cruzarse con los míos, y aquella esperanza es reemplazada por simple desosiego. Aparta la vista de mí y observa el suelo, perdido. Si le tomara una foto ahora mismo y se la mostrara a un desconocido, me diría que la palabra que más se asemeja a un posible título para la imagen es alguien perdido.

—¿Qué te asusta realmente?

—Qué pregunta más estúpida.

Murmura entre dientes, frotándose la frente con la mano haciendo fuerza con los dedos.

—Solo quiero entenderte.

Esta vez sí se voltea, y su posición algo apoyada hacia delante sobre sus rodillas hace que mire un poco hacia arriba para verme a los ojos.

—¿Es un chiste?

Hay ironía en su voz.

—En el fondo pensás que todo es culpa mía, ¿no? Que ahora tenés que pagar por mis decisiones.

Suspira, como si no tolerara escuchar esas largas oraciones.

—¿Ves todo en blanco o negro no? No hay matices.

Responde tras acomodarse en el asiento, apoyando su espalda en la madera.

—¿Y cuáles son los matices?

Sus ojos apuntan a la ciudad, lejos de aquí, ganando profundidad. No sé qué piensa. No termino de fiarme de él, pero a la vez…

Un sonido imprevisto e invasivo me penetra los oídos y mi hermano toca su bolsillo, sacando su móvil. Es mamá. Mi hermano cruza sus ojos con los míos.

—Debería poner esto en altavoz así tenemos prueba de que estuvimos juntos en serio, aunque sea ahora. Con algo de suerte no le cree a Flores porque mamá tiene otras pruebas.

Como si a él le importara lo que mamá dijera, ingenuo. Su cambio de tema es tan evidente y ridículo que me causa gracia y a la vez me preocupa.

—Oliver, ¿qué matices?

Ante mi insistencia, regresa su mirada al teléfono, como si no pudiera mirarme a la cara.

—Algún día tendré el valor de decírselo a alguien. Con algo de suerte a vos.

Contesta y atiende el teléfono en altavoz. Su respuesta es un despertar en mi cabeza, una alarma que irrumpe en mi mente y no para de hacerle preguntas sin contestación. Creo que esa es la mejor manera de definirlo: su respuesta genera miles de preguntas. Preguntas cuyas respuestas, a su vez, ahora tengo la desesperación por saber. ¿De qué me he perdido? Quizá mi sospecha de que Oliver se haya aliado con mi padre otra vez no es ni por asomo lo que sucede realmente.

Escuchar la voz enérgica de mi madre del otro lado, nubla los nudos de mi mente, y, para cuando levanto la vista, veo a mi hermano de pie al costado del vehículo, haciéndome señas para que me suba. En casa, Flores pudo ya haber informado lo que vió. Esta llamada puede tener razones ocultas.

Una vez dentro, ya en movimiento, Oliver convierte la llamada en videollamada, a pedido de mamá. Ahora entiendo por qué el decidió que subiéramos al auto: quiere mostrar una imagen creíble y más usual de nosotros que la de estar charlando en una reserva.

Al verme de copiloto, el rostro de mi madre se ilumina. Supongo que siempre ha soñado con que sus hijos se lleven tan bien.

—¿Vienen a casa?

Cruzo miradas con mi hermano y pienso “esto nos sirve como alguna coartada contra el argumento de Flores quizás. Ella si nos ha visto juntos.”

—Es la idea, ¿por qué?

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