El Joven Secreto romance Capítulo 59

Giro mi cabeza hacia mi hermano, quien entrecierra los ojos, gesto que no sé si emite en muestra de ironía o simple confusión.

—¿Sobre?

—Sobre ustedes dos.

El tono de mi madre es claro, impaciente y carente de vueltas y rodeos.

—¿Qué finalmente juntaron el valor para decirle a la pobre que es adoptada?

Río entre dientes, haciendo que mi madre me fusile con los ojos. Pero cuando aparta la vista de mí, se topa con Oliver, quien parece que también se ha tentado de su propio chiste.

—Como sea —exclama con un suspiro—. Acabo de escuchar a tu hermana hablar con un tal Ferraz. ¿Estás al tanto de eso?

Observo a Oliver con el rabillo del ojo. Se encoje de hombros y niega con la cabeza. He de admitir que está actuando fenomenal.

—Oliver.

Pronuncia mi madre con hartazgo, mirando al mismo fijamente a los ojos. No se lo ha creído.

—¿Qué? No tengo idea y tampoco me interesaría. Ya bastante tengo con mi vida.

—Pasaron las últimas tardes juntos —añade ella—. ¿Y? —insiste, ante la falta de respuesta de parte de él.

—¿Y qué? —pregunta mi hermano, confundido.

—¿Y no habla contigo?

La expresión en el rostro de Oliver cambia repentinamente. Si previamente se mostraba aburrido, ahora, sin lugar a duda, está simplemente harto, por no decir asqueado. Cierra los ojos, presionando la mandíbula y toma una cantidad abundante de aire, soltándolo con ruido luego, como si quisiera hacer entender que no se siente cómodo con la conversación.

—En caso de que lo hiciera, ¿esperarías que yo contara por ahí lo que ella me confía solo porque sí?

Se me ha caído la mandíbula.

Se oyen golpes en la puerta y una voz que dice ser Luisa, pregunta si puede pasar, pero nadie responde. Oliver sigue observando a mi madre, como si esperara intrigado una posible respuesta para la retórica pregunta que ha soltado en el aire, y ella se ha quedado atónita, en parte igual que yo, que he comenzado a pensar que quizá no conozco en absoluto a mi hermano, así como él hasta hace poco no lo hacía conmigo.

Luisa vuelve a tocar, y ante la falta de reacción de los que me acompañan, me pongo de pie y le abro la puerta.

—Perdón —dice al ver que no me encuentro a solas—, pero… —mira a mi madre— la busqué por toda la casa y supuse que estaría aquí. El señor D'Angelo la llama, señora.

—¡MAMÁ!.

Insisto frente al silencio de mi madre, quien finalmente despega los ojos de su hijo.

—¿Tiene que ser ahora?

—Dijo que era urgente, señora —aclara Luisa, pareciendo algo incómoda por tener que reiterar.

—Está bien —murmura con resignación mi madre, levantándose de la cama y saliendo de la habitación.

Tras su retiro, se sigue oyendo una conversación entre ambas mujeres por el pasillo, alejándose cada vez más y bajando su volumen de forma gradual.

—¿Creés que le contará todo?

Pregunto, aunque sé que nadie sabe la respuesta.

Oliver se encoge de hombros, dando a entender que no tiene idea y separa su cintura del escritorio donde se encontraba apoyado, pretendiendo irse también.

—Pensé que me delatarías.

Suelto antes de que cruce el umbral de la puerta. Se detiene.

—No soy tan miserable, aunque te cueste creerlo aún.

Vuelve a dar un paso, pero mi voz lo frena por segunda vez.

—Desde que tengo memoria me has visto como a una rival contra quien competir —añado, echándoselo en cara.

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