El Joven Secreto romance Capítulo 60

Me he quedado muda, atónita y seguramente pálida. ¿Qué demonios significa eso? Comienzo a rebuscar en mi mente entre todo lo posible…algo, lo que sea, que pueda ser motivo de tanto miedo generado en su interior por años. Por su rostro, más bien parece una fobia. Lo primero que se me ocurre es su sexualidad, no voy a mentir. Que le gustan las mujeres eso es seguro, pero… ¿y si es bisexual? ¿Y teme decirle a papá por miedo a una quizá intolerancia? Pero aun suponiendo esa teoría, ¿realmente es motivo para que tema que lo “mate”? ¿O “que mi propio padre me matara” es una simple forma de decir?

No alcanzo a hacerle ninguna pregunta, puesto que tras pronunciar sus últimas palabras se voltea y sale de la habitación, girándose en el último segundo antes de desaparecer.

—¿Te llevo mañana? —pregunta de repente, como si nada hubiera pasado.

—¿No vamos a hablar del espanto que acabas de decir? —me animo a soltar, con tono calmo, aunque me esté consumiendo de preocupación por dentro.

—Cuando esté listo —se limita a murmurar—. Pronto —agrega al verme detenidamente.

—¿Y no te da miedo que nos sigan mañana?

Oliver mira a ambos lados del pasillo luego de fusilarme con la mirada por decir algo tan comprometedor con la puerta abierta. Su voz es casi un susurro cuando habla.

—Si Flores realmente nos estaba vigilando hoy, estamos metidos en un lío. Sí mamá abre la boca y nos delata, estamos metidos en un lío. Y aunque ninguna de esas dos cosas haya pasado, puede que simplemente nos vigilen ahora por lo idiota que fui en la mesa. O quizás solo nos estamos haciendo ideas y nada va a pasar—vuelve a mirar a su alrededor—. En cualquiera de esos escenarios, dependemos de la suerte, hermanita. Y no creo que tengas otra forma de ir sin llamar la atención. Así que arriésgate. Ese es mi consejo.

No puedo creer que el que esté pronunciando esas palabras sea mi hermano.

—Podés ser cautelosa y cobarde como yo queriendo encajar para no salir herida en nada, como vos dijiste. O podés arriesgarte y vivir, con algún rasguño…quizás, pero…con la frente alta.

Suspira.

—Y que esas heridas se vuelvan cicatrices de las que sentirte orgullosa, tal vez.

Mi hermano se va y en su lugar me queda como compañía un dolor de cabeza agudo que no le deseo ni a mi peor enemigo.

Demasiadas cosas pasaron hoy. Es mucho. Muchos giros, un exceso de incertidumbre, carente de paz.

Me arrojo en la cama y tomo el teléfono, descubriendo un mensaje no leído de Mía, en el cual me pregunta qué tal estoy. La pobre no ha coincidido conmigo desde el día de la entrevista, he perdido completamente el contacto.

Aunque mi cerebro esté a punto de explotar, me obligo a llamarla y tras una breve charla de media hora sobre lo que ha pasado en mi vida últimamente, en la cual suelta más de un grito al oír acerca de los hechos de hoy, le propongo que venga a cenar, sugerencia que acepta encantada y dice que estará en casa pasadas las nueve.

Llegada la noche, Oliver viene a tocarme la puerta para avisarme que mamá y papá salieron a cenar y que estaremos solos en la cena.

Ya en la mesa, cuando ve a Mía ingresar por la puerta, se sorprende y me mira extrañado.

—Antes de que salieras con ella, primero era mi mejor amiga, iluso —comentó con ironía.

La cena transcurre tranquila y sin tensiones, y, fuera de los ojos de mis padres, Luisa come con nosotros, en parte haciéndome compañía ya que la parejita no para de observarse atontada durante toda la velada.

En la mañana siguiente, Martínez me lleva al hospital como de costumbre, en el que es conocido como el último día de prácticas de esta semana.

Resulta que la mujer de la sala 113 se ha recuperado y, aunque tiene problemas de memoria, fue trasladada a otro sector, tal como pasó con Samuel, por lo que me toca conocer a un nuevo paciente. Bah, “conocer”. El pobre está en estado prácticamente vegetativo y con muy pocas chances de sobrevivir por lo que me informan.

Detalles tan desalentadores como ese hacen que la primera parte de mi día sea un completo infierno que no transcurre más lento porque es prácticamente imposible y cuando llega el momento de irme, siento que he pasado una eternidad en el edificio, y no tan solo unas pocas horas.

A la salida, mi hermano me espera, estacionado en la vereda de enfrente.

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