El Joven Secreto romance Capítulo 61

Mi corazón comienza a latir rápidamente, como si anhelara recordarme su presencia en la escena. Luego de tomarme un par de segundos para respirar hondo con la vista clavada en el suelo del oscuro pasillo, me volteo hacia la cama.

Alcanzo a ver poco: solo sombras y leves formas. Me siento incómoda y quizás avergonzada ya que parezco cumplir el papel de husmear el interior de una habitación ajena desde afuera a través de un vidrio opaco, como si invadiera alguna privacidad.

Yo no debía estar aquí, no en su cuarto, no sin su permiso.

Tal como ocurrió cuando me inserté por primera vez en esta penumbra, tengo que forzar la vista nuevamente para notar algo, pero no llego a hacerlo, ya que una luz se enciende de repente y mis ojos se cierran de forma involuntaria, temiendo cegarse.

Cuando vuelvo a abrirlos, me encuentro con un Samuel incorporándose en la cama tras haber alargado el brazo y extendido su cuerpo hacia la mesa de luz para iluminar el ambiente. Sus ojos se entrecierran, asumo que también por la falta de costumbre a tanta iluminación. Se los frota y me mira.

—¿Llegaste hace mucho?

El ritmo de mis latidos no parece calmarse.

—No, recién. No debí entrar así. Es que no respondías y me asusté —respondo, hablando demasiado rápido para mi gusto.

Él sonríe y golpea la superficie de la cama dos veces, dándome a entender que quiere que me siente. Hago caso, sintiendo un ligero temblor al moverme y temiendo que mi aspecto físico delate mis nervios alocados al no saber para qué me citó.

—¿Te duele algo? —pregunto, haciendo una seña a su cabello.

Por dios, May, ya deja de hablar.

—¿Por esto? —se despeina a sí mismo—. No, solo me duché —aclara—. Me dolía un poco el pecho, pero me di un baño y me tomé un calmante —señala una cajita en la otra mesa de luz, opuesta en la que se apoya el libro que miré—. Y creo que me calmó demasiado, como verás.

Ríe luego de su última frase.

—A tal punto que me dormí en vez de recibirte, que bochorno —vuelve a alborotarse el pelo.

—Está bien, no exageres —suelto casi sin pensarlo mientras mis dedos se entretienen con la textura de la tela del cubrecama.

No lo estoy mirando, mi vista se encuentra abajo, fija en el juego de mis propios dedos y él no dice nada, habiendo yo ya perdido la cuenta de la cantidad de segundos que han transcurrido en silencio. De algún lugar de mi mente saco el valor y rompo el hielo, aunque evitando mirarlo a los ojos.

—No quiero parecer fría, pero…no tengo mucho tiempo. Tuve problemas en casa y…

—Si, claro. Entiendo —me interrumpe—. Iré al grano.

Los latidos vuelven a hacerse oír en mi cabeza de a poco. Ahora es él quien tiene los ojos firmes en la cama.

—Ayer me habló un viejo amigo de la adolescencia. Fue como mi hermano, pero luego su madre tuvo que hacer un intercambio en su trabajo y se mudaron. Yo poco a poco perdí el contacto con los años —hace una pausa intrigante— …hasta ayer —sonríe—. Fue poco después de que te fuiste. Me llegó una solicitud de amistad y era él.

No entiendo a donde apunta esto, a decir verdad, pero Samuel está tan metido en su relato que siquiera frena.

—Nos pusimos al día y eso, y…—suspira— al saber lo que me pasó recientemente y que estoy prácticamente aburrido —me mira—, me invitó a quedarme un tiempo en su casa, para despejarme y todo eso.

—¿En serio?

No puedo evitar sonreír y es que realmente me alegra muchísimo pensar que quizá alguien me pueda ayudar a sacar a Samuel del lío psicológico en el que se ha metido. En todo el tiempo en el que me he relacionado con él, jamás lo he visto tan decaído como ayer me comentaba. Tan desesperado y rendido a la vez.

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