El santo millonario romance Capítulo 10

Dayana Berlusconi

—¿Le ayudaría un orgasmo para mantenerse clara mañana? —Su pregunta me toma por sorpresa, pero si me dejara por lo menos hoy tener sexo sería un gran avance.

—Claro, —respondo con honestidad, si mañana me enfrentare a su madre lo mejor que puede suceder es ir relajada, ya que tengo mucho sin contacto con un hombre, ya que solo estoy utilizando mi juguetes para mi satisfacción.

—Bien, me veré en la obligación de colocar esto en el contrato, —lo escucho murmurar.

—Bueno ahora me cambio de ropa, —me giro pero su mano mojada por el agua del lavado toma la mía.

—No será con otro hombre.

—Acepto mujeres también, —me mira sorprendido y niega.

—Ni otra mujer, —comenta a lo que lo miro sin entender nada. —Será conmigo, —lo observo sin poder creer lo que ha dicho.

—¿Qué?

—Es la única opción que le queda Dayana ¿la toma o la deja? —Suelta mirándome con seriedad.

Lo observo y no está nada mal la idea, pero él es mi jefe.

—Pero la empresa prohíbe…

—Y yo soy el dueño de la empresa, —anuncia. —Creo que esto fue una mala propuesta, discúlpeme.

Ahora soy yo la que sujeta su mano, niego.

—No tiene nada de malo, —murmuro a lo que este me mira sin entender. —Ser virgen, —sus mejillas se tiñen en rojo haciéndolo ver tan tierno.

—No he dicho que soy virgen.

—No debe decirlo para que me dé cuenta de ello, su forma de hablar del sexo y no tener conocimiento de lo que implica, sé que es un hombre inteligente Donovan, pero esta inteligencia no recubre el ámbito sexual, —me atrevo a llamarlo por su nombre. —Se sonroja con facilidad, ignora toda mirada lujuriosa que le lanza toda mujer en la empresa, no se entera de cuando alguien le coquetea y si soy una fisgona, —comento.

—Eso no comprueba nada, —enarco mis cejas y estiro mi mano hasta su pecho, Donovan se aparta enseguida. —Ya tiene su respuesta, —murmuro.

—No ha respondido.

—Acepto su propuesta, —respondo a su pregunta anterior, se acerca dudoso hasta mí. —Pero ahora no lo presionare para que tenga sexo conmigo, puede dormir tranquilo.

—¿No que necesitaba esto para estar concentrada mañana? —Cuestiona curioso.

—Ya no, —respondo. —Que tenga una feliz noche señor Bristol.

«Un hombre virgen que divertida será esta experiencia» Pienso.

(…)

Despierto temprano cuando el olor a tocino y huevo revuelto inunda la habitación, abro mis ojos y en una mesa el señor Bristol está dejando una bandeja con mi desayuno. Froto mi rostro contra la almohada despejando la pereza que inunda mi cuerpo un fin de semana y luego me siento recostando mi espalda contra el cabezal.

—Es usted señor Bristol el hombre más extraño que conozco, —murmuro soñolienta ganando su atención.

—Buenos días Dayana, recuerda llamarme por mi nombre y no por señor de ahora en adelante, —comenta. —¿Por qué le parezco extraño?

—Porque tiene tanto dinero como para contratar un gran personal gastronómico y prepara tú mismo la comida.

—Me gusta valerme de mi mismo.

—¿Entonces es un tacaño?

—No, solo me siento cómodo haciendo mis cosas yo, —se cruza de brazos. —Es hora de que te levantes, comas y te aliste porque partimos en… —mira su reloj y alza sus cejas. —Treinta minutos.

—¿Qué? Pero no estaré lista en treinta, —suelto.

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