El santo millonario romance Capítulo 11

Donovan Bristol

Durante todo el camino no hablamos absolutamente nada, Dayana quedo dormida al rato después de lo que me hizo, no sé en qué momento pasamos de a hacer eso en mi auto, espero que el chofer no haya escuchado todo esta escena.

—Señor Bristol, —me llama por el parlante, toco el botón para que la ventanilla baje.

—¿Qué pasa?

—Estamos a cinco minutos de llegar a la casa de playa, —asiento, miro a Dayana y la muevo despacio para que despierte, se nota desorientada y me mira.

—Casi llegamos, —anuncio, suspira y pasa una mano por su cabellera rubia ordenándola.

—Lo observo algo tenso señor Bristol, —murmura mirándome fijamente cosa que me pone algo nervioso.

—Primero, no me llame señor Bristol y segundo, estoy perfectamente bien, Dayana. —Ella solo asiente.

—Bien, Donovan, —el auto entra a la residencia privada que tenemos y gira alrededor de la fuente para detenerse frente a la puerta.

El chofer baja del auto y abre mi puerta, salgo y coloco mi lentes de sol para que mi madre no note mis expresiones de disgusto que suelo hacer con mi mirada, espero que este estúpido fin de semana termine lo más pronto posible, Dayana se posa a mi lado y toma mi mano a lo que la miro sin entender nada.

»—Es parte de su juego, —se limita a decir, suspiro para caminar hacia la puerta por la que sale una empleada a recibirnos, es normal que mi madre no sea quien abra y reciba a sus invitados.

—Bienvenidos, la señora los espera en la sala, —solo asiento y halo la mano de Dayana para que me siga hasta ese lugar donde mi madre espera junto a su chupa sangre personal.

—Mi hijo, —se pone de pie para estirar su vestido, camina moviendo sus caderas con elegancia hasta mí y darme dos besos. —Me alegra mucho que hayas llegado.

—No tenía otra opción, —en su cara se forma una mueca de disgusto total por mi manera de expresarme pero cambia a curiosidad cuando llevas su mirada hasta mi mano entrelazada a la de Dayana.

—¿Es ella la mujer que dijiste que ibas a traer?

—La misma, —respondo. —Ella es Dayana, mi novia, —trato de sonar lo más natural posible y que no se note la extraña y nueva palabra en mi vocabulario.

—Mucho gusto señora Bristol…

—Viuda de Bristol, —interrumpe Fabricio colocándose al lado de mi madre.

—Dayana y yo estamos cansados, —halo su mano para caminar hacia las escaleras por donde viene bajando Gabriel con su torso desnudo y un simple bañador.

—Hermanito, —suelta y luego dirige su mirada hasta mi acompañante, sonríe coqueto y solo me dan ganas de enterrar mi pie en su culo.

—No somos hermanos, —le recuerdo, este rueda los ojos.

—No sea tan mal educado. —Respiro tratando de no decir algo imprudente, sonrió su expresión alguna y de la manera más fría posible.

—Puedes dejar de mirar a mi novia como si fuera un trozo de carne.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El santo millonario