El santo millonario romance Capítulo 34

Alexandro Bianchini

Maldigo a todos los inventores de alarma cuando la mía me hace querer lanzarla, pataleo como pequeño y me estiro en la cama. Abro mis ojos mientras permanezco tirado en todo y en nada al mismo tiempo, cosa rara, pero así soy cuando me levanto de mal humor en las mañanas. Salgo de la cama y camino al baño, espero varios segundos para hacer mis necesidades por cuestiones de que soy hombre y tengo pene, es difícil mear con una erección sin chorrear todo el lugar.

Después de que la felicidad de mi pierna vuelve a su estado de reposo hago lo que iba a hacer, me ducho y salgo con más energía, me voy a la cocina envuelto en mi toalla para preparar el café, Azucena no tiene que venir hoy y me toca calentar cualquier cosa o pedir mi cena al restaurante más cercano, Donovan era quien me alimentaba en estos días, pero está lejos por varios meses.

Cuando el café está listo regreso con una taza a la habitación para ir vistiéndome mientras me voy dando varios tragos amargos, me gusta de esa manera. Termino de arreglarme, me aplico perfume y llevo lo que traje a la cocina para salir del apartamento directo al estacionamiento. Tengo chofer, pero solo lo llamo cuando debo ir a eventos importantes, llueve todavía y la calle está transitada provocando que llegue treinta minutos tarde a la empresa.

Entro y saludo a las chicas de recepción, me giro al escuchar un pequeño escándalo y frunzo el ceño al ver al chico de ayer ser sujetado de mala manera por el hombre de seguridad, camino hacia el lugar.

—Suéltalo ahora mismo, —se sorprende y lo deja.

—Señor Bianchini, este chico dice trabajar aquí y no tiene pase, —anuncia.

—Eso no son maneras de tratar a las personas, —regaño. —Y el joven es mi asistente personal, —lo miro y tiene su rostro rojo. —¿Estás bien Asher? —asiente—. Espero no se vuelva a repetir este altercado.

—Disculpe lo sucedido señor Bianchini, —asiento y le pido a Asher que me siga. Subimos al ascensor para ir al piso donde está mi oficina, el sollozo que sale de sus labios me hace mirarlo.

—Hey ¿Qué pasa? —me atrevo a tomar su rostro mirando sus ojos por primera vez y son unos verdes bastante llamativos.

—Lo siento, no quería que suceda ese escándalo, —hago una mueca.

—Es mi culpa por no dejar a las de recepción clara de tu llegada, —anuncio. —No debes llorar por eso, —limpio las lágrimas de su mejilla, es raro ver a un hombre llorar y más si se ve tan adorable, Asher tiene veinticinco años, pero se ve muy joven.

Las puertas del elevador se abren y lo dejo para salir de allí seguido por este. En mi oficina le ofrezco agua y un pañuelo para que se calme hasta que su rostro deja de estar rojo, pero sus mejillas permanecen en un tono algo rosa.

» ¿Mejor? —asiente y agradece. —Bien tu trabajo está aquí, —le entrego un iPad—. Es una lista que se actualiza todos los días y si queda algo pendiente solo debes regresar atrás, cumplirlo y marcarlo como terminado para continuar con lo nuevo, no tienes oficina por este mes y tendrás que quedarte en el escritorio que está allí, —señalo. —Si no te gusta en el cajón una revista de diferentes modelos, no mires los precios porque eso es asunto de la empresa. También encontrarás tu contrato, léelo y fírmalo, está detallado con tus ganancias, bonos y regalías que recibirás por la efectividad que tenga en la empresa, —informo.

—Entiendo, —murmura y luego se va hasta su escritorio donde empieza a leer el contrato y al poco rato firma para entregármelo, le pido que continúe con las primeras cosas de la lista y que al solicitar mi almuerzo debe pedir el suyo.

(…)

—Alexandro, enviaré a mi hijo con una sopa de pollo para que se mejore pronto, —por más que trate de impedirlo tuve que terminar rendido a aceptar de lo contrario voy a morir de hambre. Resulta que he agarrado un resfriado, nada grave, pero no puedo ir a la empresa porque me da una fiebre contante, con fuerte dolores de cabeza.

Azucena me enviará una sopa y no puedo estar más que agradecido con esa mujer, espero varias horas antes de que anuncien una visita, le digo que le dejen pasar y salgo de la cama para ir perezoso a esperar que suba hasta mi piso. Cuando toca la puerta camino hacia esta y al abrirla me sorprende mucho la persona que se encuentra del otro lado.

—Asher, —frunzo el ceño.

—Señor Bianchini, —saluda. —No sabía que mi madre era su trabajadora, —anuncia.

—Que pequeño es el mundo, pasa, —me hago a un lado y este entra mirando mi apartamento sin disimular un segundo. —No mire los regueros, —pido, ya que hay algunas colchas tiradas en el suelo.

Las recojo y la coloco en un lado, espero más tarde llevarla al área de lavado, me siento en el sofá y lo invito a hacerlo.

—Primero déjeme servirle, —asiento y le indico donde está la cocina, regresa con la sopa servida y me dispongo a comer.

—Azucena, es una maravillosa cocinera, —suspiro, espero este caldo me ayuda con esta gripe.

—Está muy preocupada por usted, —anuncia.

—Por favor, te he pedido desde hace semanas que me digas Alexandro, —me costó hacer que Azucena me llame por mi nombre y ya veo que su hijo va por el mismo camino.

—Es difícil, pero lo intentaré, —murmura y después de eso el silencio reina en el lugar. Termino de comer y dejo los platos sobre la mesa decorativa del sofá—. Mi madre me dijo que si necesita que haga algo por usted, —lo miro por varios segundo y hago una mueca.

—Bueno, me ayudaría mucho que trabajemos desde aquí hasta que mejore de la gripe, —pido. —¿Te molestaría venir? —cuestiono.

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