El santo millonario romance Capítulo 4

Dayana Berlusconi

Abro mis ojos cuando siento a alguien en medio de mis piernas, gimo y enseguida llevo mi mano hasta su cabello para que siga con lo que hace. En cuestión de segundo llego a mi orgasmo, suspiro y observo al chico de tez morena colocarse el condón pero en ese momento recuerdo que tengo una cita de trabajo.

—No, —lo empujo mientras que este frunce su ceño mirándome con interrogación de por qué lo freno, —Debo irme, —salgo de la cama para buscar mi ropa y ver mi braga rota tirada en un lado «Suerte siempre traigo una en mi bolso»

—¿En serio piensas dejarme de esta manera? —Cuestiona señalando su erección, suspiro.

—La entrevista es más importante que un orgasmo, —nunca dejaría perder esta cita que me costó tanto conseguir por un polvo, me cambio rápido de ropa y observo al chico que sino mal recuerdo se llama Maicol.

—No me diste tu número, —pasa su brazo por detrás de su cabeza «Y tampoco te lo daré» Pienso.

—Fue un gusto conocerte, —le guiño un ojo para tomar mi bolso y salir de su apartamento. En el ascensor llamo un taxi después de verificar que todavía me quedan dos horas para llegar a la entrevista.

Por lo que tendré tiempo de llegar a mi piso, ducharme y cambiarme de ropa, el taxista después de varios minutos conduciendo se detiene frente de donde vivo, pago y bajo del auto para entrar al edificio. Observo el letrero en el ascensor que dice fuera de servicio, ruedo los ojos ya que se ha vuelto algo muy común que siempre este dañado, me salva que estoy en el segundo piso.

—Dayana buenos días, —mi guapo vecino Charlie.

—¿Cómo está el papá soltero más codiciado del edificio? —Lo miro con una radiante sonrisa cuando se sonroja.

—Bien agotado, Arturo no me deja dormir bien.

Arturo es su pequeño hijo.

Hago una mueca para ver la criatura que duerme en sus brazos, ese es uno de los mejores métodos anticonceptivo que puede existir: ver a otros padres luchar con sus hijos.

—Y tan bien portado que se ve, —suelto provocando que ría.

—Bastante, —nos despedimos ya que va a su trabajo dejando al pequeño Arturo bajo los cuidados de un chico que vive en el piso de abajo. Entro a mi dulce hogar y no me doy tiempo de mirar nada porque se me hará tarde para ir a mi entrevista, camino hasta mi habitación y voy hasta el closet donde tomó una falda de tubo blanca y una blusa de magas largas negra.

De calzado optó por tacones negros para que haga juego con la parte superior. Teniendo todo esto me paso para el baño donde tomó una ducha rápido y luego me visto con lo escogido, mi cabello rubio como esta ondulado solo lo sujeto en una cola para verme más elegante.

En mi rostro coloco base, polvo, rímel y un brillo labial sobre mis labios para revitalizar el color rosa de estos, sonrió a mi reflejo y al mirar la hora esa sonrisa se borra.

—Maldición, —me levanto de la silla como si esta tuviera clavos incrustado para correr hasta mi bolso, tomó la carpeta con mi información y roció rápido perfume cayéndome un poco en el ojo «Genial» salgo de la habitación y en la cocina agarro una manzana del frutero y así poder abandonar el apartamento.

En el ascensor pido un taxi para poder llegar a la empresa esperando no perder mi cita para ser secretaria ejecutiva en Industrias Bristol Imports, son los mejores importadores de pieza automotriz y según lo rumores puede que pronto importen piezas de aviones volviéndose más poderosos en el área.

(…)

—Buenos días ¿En qué podemos ayudarla? —Cuestiona el joven de recepción, sacándome de mi impresión por el lugar tan elegante que se carga la empresa.

—Tengo cita programada dentro de dos minutos, —respondo con una pequeña sonrisa.

—Permítame su documento de identificación, —se lo paso y este me lo regresa con un pase de visitante. —Vaya hasta el ascensor y pulse el antepenúltimo piso. Buena suerte, —masculla lo último.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El santo millonario