El santo millonario romance Capítulo 9

Donovan Bristol

¿Cómo pude ser tan idiota y dejar mi puerta de oficina sin seguro? Me cuestiono caminando como león enjaulado en mi propio lugar de trabajo, no sé cómo voy a mirar a la señorita Berlusconi a la cara después de semejante espectáculo que le he brindado y aparte de que me pase al ser grosero con ella quien no tiene la culpa de que mis medicamentos me hagan excitarme.

Suspiro y paso una mano por mi cabello provocando que este se desordene totalmente.

El sonido de mi teléfono provoca que lleve mi mirada hasta este, camino a mi escritorio y lo tomó para descolgar la llamada sin mirar de quien se trata.

—Hijo mío, — «Justo ahora tenías que llamarme, madre»

—¿Qué pasa? Estoy muy ocupado en la oficina, se breve, —pido sentándome en mi sillón.

—Me quedare por unos días en la casa de playa en Miami, me gustaría que vinieras un fin de semana y compartas unos días conmigo.

—Bien, iré. —Escucho silencio del otro lado, ya que seguro se esperaba una negativa de mi parte pero aprovechare para llevar a la señorita Berlusconi y así conozca a mi madre.

—Perfecto, me hace feliz que vengas.

—Puede ser que lleve compañía, no es seguro, —anuncio para que sepa.

—¿Alexandro? —Cuestiona con algo de molestia en su voz.

—Una mujer, —respondo para despedirme de ella dejándola con miles de interrogantes.

Toc... Toc…

Llevo mi mirada hasta la puerta y murmuro un adelante, por ella ingresa la señorita Berlusconi.

—Le informo que dentro de cinco minutos tiene una junta y que ya le envíe los correos traducidos, —comenta con su rostro serio.

—Gracias, —sus cejas se alza en sorpresa ya que esta es una palabra que no acostumbro a decir mucho. —Ya que está aquí quiero decirle que este fin de semana tendremos que ir a una cita.

—¿De trabajo?

—No, es algo con mi madre. Aprovechare para presentarla como mi novia, —anuncio y asiente. —Le recomiendo empacar trajes de baños, ropa para restaurante y artículos de los que le envié. Toda la ropa que le mande es de marca muy conocida, no deberá preocuparse por nada, —sus labios se fruncen.

—Su ropa no es muy de mi estilo.

— Solo lleve lo que le he dicho, no quiero que mi madre se ponga impertinente, —esta asiente, me pongo de pie para salir siendo acompañado por ella a la junta que pasa rápido y monótona.

(…)

Termino de preparar mi maleta un día ante, como la casa de playa está lejos solicite a la señorita Berlusconi que se quede a dormir en mi apartamento cosa que me hace sentir incomodo porque nadie extraño ha entrado a mi casa… Bueno con exención de aquellas mujeres que trajo Alexandro.

Escucho el timbre y salgo de mi habitación hacia el recibidor, abro la puerta y Dayana está allí con su maleta en mano.

—Permíteme, —señalo su equipaje y esta me lo pasa. —Sígueme, —pido, camino siendo seguido por ella hasta una habitación que tengo de invitados la cual es utilizada por Alexandro cuando decide venir a molestar. —Puede dormir aquí y tiene todo lo necesario para que se sienta cómoda por esta noche, —murmuro.

—Bien, —es lo que sale de su boca.

—La dejo para que se ponga cómoda, preparare algo para cenar ¿te apetece algo en específico?

—No, cualquier cosa que haga estará bien, —asiento y me marcho dejándola sola.

Estando en la cocina preparo pasta porque es algo que a todo les gusta y también es un plato que me apetece preparar. Pasan varios minutos y escucho pasos venir hasta donde estoy, levanto la mirada y me quedo paralizado.

—¿Qué llevas puesto?

Frunzo mi ceño.

—No traje pijama y el closet encontré esta camisa, —suelta como si fuera lo más normal del mundo, camina hasta el asiento frente a la encimera. —¿Qué?

—Eso debe estar lleno de polvo y tener miles de gérmenes, —respiro profundo tratando de calmarme.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El santo millonario