Ella es mi medicina romance Capítulo 8

Voy en el avión con un dolor insoportable. Mis padres eran la única familia que tenía, y ahora ya no están. Estoy sola. Ya no me salen lágrimas de tanto que he llorado. Mi motivación, mi polo a tierra, ya no están aquí. Se fueron los dos y me dejaron aquí en la realidad de la vida, sola. Sin nadie en quién apoyarme, sin nadie en quién sentirme segura. Me los arrebataron de mi lado, dejando el sueño de vivir juntos en México incumplido. Tanto esforzarme en estos meses para que estuviéramos cómodos y juntos acá, se fueron por la borda. Sabía que tenía que traerlos conmigo, pero habíamos quedado que cuando tuviéramos un techo donde vivir, vendrían. Y ahora ¿Con quién me quedaré? Si ellos se fueron dejándome este dolor insoportable.

(...)

Estoy en el velorio de mis padres, con los vecinos y amigos de nosotros, que a decir verdad son nuestra única familia —nuestra familia sanguínea nos dio la espalda desde que tuvimos que irnos de México—. Dos ataúdes están en el centro de la sala y aunque pensé que ya no tenía más lágrimas que salir por mi rostro. Bastó con ver los cuerpos de mis padres. Parecían dormidos, pero sabía que de ese sueño no iban a despertar y eso me dolía el doble. Me aferró a mI colLar, con dos perlas un tanto raras, pero que era una de las cosas que estaban entre las pertenencias de mis padres. Las agarro fuertemente mientras pido que me ayuden a seguir sin ellos, sin nadie.

—Lamentó mucho tu perdida —dice José casi en un susurro justo detrás de mí—.

El dolor que siento en mi pecho, cambia a odio. Odio por una sola persona. Sin siquiera imaginar mis movimientos siguientes, no logra reaccionar cuando mi mano queda pintada en la mejilla de José. No sé en qué momento me di la vuelta para quedar frente a él. Pero sólo sé que él es el culpable de mis desgracias y por eso su cinismo de venir a darme “consuelo” basto para abofetearlo como solo él merece.

Comienzo a golpearlo con todas mis fuerzas gritando:

— Tú los mataste, aunque no tenga pruebas lo sé, así que no vengas con tus palabras vacías a hacerme creer que no fuiste tú. Lárgate, porque aun estando mis padres muertos y yo sin respaldo, no merecemos están en el mismo lugar de una maldita basura como tú — el enojo no cesa y me importa poco acusarlo sin pruebas, ya que aunque no hay prueba de ello, sé que solamente José podría hacerme esto y al hacerlo, no tiene algo con que amenazarme en que destruirá.

Lo golpeó con todas mis fuerzas pero él es más fuerte que yo. Todos están mirando la escena, pero nadie se atreve a meterse. José me agarra fuertemente de las muñecas y yo aprovecho para pegarle con mi rodilla en sus partes nobles. No soy muy buena peleando pero la rabia que tengo me tiene mal, a tal punto que golpearlo como pueda ayude quizás a calmarla.

Los guardias de José no se habían metido hasta que lo vieron en el suelo. Inmediatamente me agarraron varios y supe que por más fuerzas que hiciera no podría soltarme. Estaba gritando como loca y pateando como podía. Hasta que otros hombres entraron en mi ayuda. Unos con otros se estaban golpeando. Había dos hombres que aún me sostenían pero estos fueron noqueados por dos personas que ya eran conocidas para mí. Fred y Pablo.

Estoy en shock ¿Cómo está aquí si no habíamos mantenido contacto desde que discutí con Pablo? Ahora eso no es relevante, aunque me da curiosidad. Pero lo realmente importante aquí es que llegaron en el momento oportuno.

Aunque esto significaba que en vez de un velorio, la sala se convirtiera en un campo de batalla, en la que la única arma son los puños —menos mal—.

Esto es mejor que repetir la escena de tiros en el hospital.

Sigo mirando la escena perpleja, quiero moverme pero no sé cómo ni para donde. Unas manos me sujetan y ruego a Dios que sea uno de los hombres de Pablo, no confío mucho en él, pero entre José y Pablo me quedo mil veces con Pablo.

— Te dije que volvería a mí por las buenas o por las malas —me susurra José al oído—.

Siento un fuerte golpe...

— Hija, hija ¿Cómo estas, mi princesa? —me dice papá— Ya falta poco para que estemos juntos —me dice alegre— Tu madre y yo te extrañamos mucho.

— Yo les dije que se vinieran conmigo

— Lo sé, hija. Pero es más fácil comenzar de cero uno sólo que tres. Por eso te dijimos que cuando tuviéramos un techo, iríamos nosotros.

— Y ya lo tengo, así que mañana ya estaremos a centímetros de distancia, y no a kilómetros como nos encontramos ahora. Sé que hemos pasado por mucho, lo sé, nos han hecho comenzar de cero muchas veces, cosa que es favorable ya que tenemos experiencia en comenzar nuevamente, pero me alegra saber que a pesar de todo estaremos juntos, como la familia que somos. Los amo padres.

— Y nosotros a ti mi ventarrón —dijeron al unísono—. Nos vemos en unas horas —dijeron antes de despedirse.

— Hija, ¡Hija! Ayúdanos —gritan mis padres contra la pared— Ven por nosotros, sálvanos... Mi ventarrón ¡Mi ventarrón!— gritaban pero entre más corría, más se alejaban hasta que ya no los podía ver. Estaba angustiada y sentía un dolor inmenso en mi pecho mientras grito ¡no!

— ¡No!— grito levantándome abruptamente de la cama, mientras que agarro el collar con dos perlas que encontré entre las pertenencias que me entrego la policía cuando recogieron los cadáveres de mis padres, para tenerlos, quizás, más cerca de mí.

Narra Pablo

Unas horas antes

Vamos camino al lugar en donde están velando los cuerpos de los padres de Paulina. Ruego a Dios no llegar demasiado tarde, sé que el hecho de que José matara a sus padres tenía un propósito y ese era tener a Paulina de vuelta en su territorio. Lo que me dejaba en desventaja, pero la culpa por haber dejado a Paulina al aire y el haber hecho enfurecer a José por mi arrogante comportamiento, hacen que esté a punto de perder los estribos. El carro no avanza mucho debido a un gran tráfico en Los Ángeles, California.

A este punto estoy que me bajo del carro y corro hacia el lugar pero sé que eso no ayudaría a Paulina.

La culpa me invade y los nervios se están apoderando de mí. A pesar de que tenía rato que no los veía, recuerdo perfectamente lo bueno que fueron conmigo y mi familia. Y que en sus muertes tuviera cierta culpa, era doloroso.

Llegamos al lugar, pero los gritos del interior me alarmaron mucho, por lo que entre inmediatamente, mientras que mis guardaespaldas me seguían. Veo como se encuentra Paulina agarrada por varios hombres que intentan controlarla. Esta casi inmovilizada, pero con sus piernas intenta golpearlos.

Me enfurezco más cuando reconozco que son los hombres de José y que este está tirado en el suelo. Me dirijo directamente hacia Paulina, no la protegí bien anteriormente pero esta vez si la tengo que proteger sin ningún margen de error.

Golpeó a unos de los hombres que la tenían sujetada mientras Fred repite mi acción con otro.

Estamos peleando, y sé que llevamos ventajas —tenemos más hombres—. Noqueo al hombre con quien peleaba y busco con mi vista a Paulina, encontrándola inconsciente entre los brazos de José.

Si la rabia se mide del uno al cien yo estoy al doscientos, me acerco rápidamente a Patrick mientras mis hombres se encargan de los demás guardaespaldas —de José —, Fred sigue mis pasos y yo le hago señas de que se encargue de Paulina —que uno de los hombres se la lleva a quien sabe dónde—.

La rabia me invadía y sin medir mi fuerza me dirijo directamente a golpearlo. Nos golpeamos, cayendo ambos al suelo.

Descargo mi rabia en él y en cuestión de segundos veo mis manos manchadas de sangre.

— Llegó la hora de tu muerte, malnacido.

Narra Paulina

— ¡No! — miro a mi alrededor mientras imploro que mis padres no estén muertos — Fue un sueño, solamente un sueño —me digo así misma—.

— ¡Doctor, doctor la paciente ya despertó! —grita una una enfermera~—.

Pero, ¿Por qué estoy en una habitación de hotel? ¿Sobre todo, en una tan lujosa como esta? Jamás podría pagarla con mi sueldo —pienso—.

Intento levantarme de la cama en busca de respuestas, pero detengo mis movimientos al ver a alguien conocido entrar a la habitación.

— Señorita que bueno que ya despertó, estaba muy preocupada por usted, —se rasca la nuca — Bueno, en realidad todos lo estábamos.

— ¿En dónde estoy y que me pasó?

— Está usted en una de las habitaciones del hotel Ocean —el mejor de la ciudad—, el señor José la lastimó un poco ayer. Por lo que fue puesta a salvo custodiada por nosotros, sin contar que el señor Evans mandó a buscar al mejor médico y su equipo para que le hiciera todos los estudios pertinentes, ya sabe, para descartar cualquier daño causado a su persona.

Y recordé —el velorio de mis padres—.

— ¿Y mis padres?

—El señor Evans ya sea encargó de todo, no se preocupe —contestó Fred—.

En ese momento Pablo entra a la habitación

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