En las manos del presidente (COMPLETADO) romance Capítulo 26

— Tu esposa no se veía cómoda por la manera en la que estabas hablando — mencionó Leonard, sentándose en uno de los sofás —, ¿Qué le has hecho?

— Ella teme que me vuelva el mismo hombre que hace años, que le haga pasar por todas las cosas que pasó conmigo al inicio — apoyó su mejilla en la palma de su mano —. Estoy considerando el simple hecho de que si fue una buena idea volver. 

— Nadie te obligó a regresar, fue tu decisión — dijo Zaid, moviendo su vaso —, ¿No dijiste que querías salir de tu casa porque sentías que algo te faltaba?

— Todavía siento que algo está mal — dejó caer su frente sobre el escritorio —. Algo se me olvidó y me siento molesto. No negaré que regresar a lo de antes es algo genial, pero Rachel está más alejada. Cuando le comenté sobre esto, me dijo que hiciera lo que me hacía sentir más cómodo… su rostro no mostró la felicidad que esperaba.

— Lo siento, pero ella se debe adaptar mejor a tu estilo de vida. Te conoció haciendo esto, dirigiendo un país — dijo Leonard —. Fue un año maravilloso. 

— La única manera en la que ella pueda entender que nunca dejarás de ser como eres, es que la involucres hasta el fondo —dijo Zaid, tocando su mentón —. Ya sabrás tú si quieres hacerlo, si deseas que tu esposa sepa que su querido esposo siguió matando a sangre fria a las personas que te dieron la espalda.

— No le diré eso para que se asuste más de lo que está —lo miró, ceñudo —. Ya es cosa de tiempo, que ella se vaya integrando más a mi vida, no quiero que piense que la volveré a esclavizar.

— Hasta yo pienso que me volverías a esclavizarme como tu esclava si te comportas de esa manera.

— No lo haré, a menos que sea necesario.

— Sé que no lo harás, pero tienes que tener muy en cuenta de que ella es tu esposa y que no se tomará bien que tú le des la espalda. 

— Lo sé. 

*****

La omega movió su cola de un lado a otro, envolviendola luego a su alrededor. Había estado tratando de dormir a sus hijos durante una hora. En toda la tarde, no supo en dónde podría estar su esposo, llamó a su secretaria, pero le dijo que ya había salido hace media hora. 

Ella se acercó a la televisión, encendiendola y esperando que todo pasara rápido. Aún tenía cosas por las que luchar y una de esas era su matrimonio, aunque fue rápido, lo disfrutó mucho porque solo estaban las personas que conocía. 

Las noticias hablaban de Ian y de su familia oculta. Lo alababan a tal grado que creyó que se les caería la sonrisa falsa que tenían. 

— ¿Por qué estás viendo esas noticias? — saltó en su lugar cuando la voz de su esposo llegó a sus oídos —, ¿No sabes que es falso todo lo que dicen?

— ¿Es falso que eres el mejor presidente que ha tenido este país? — subió una ceja —. Eres mi esposo, pero te aseguro de que tú no eres lo que ellos dicen. 

— ¿Qué quieres decir con eso? — se sentó a su lado —, ¿Pasó algo?

— No lo sé — dijo, sincera —. No negaré que me asusté mucho cuando te vi hablar hoy ante la prensa, pensé que volverías a lo mismo cuando nos conocimos. 

— Nunca te castigué, tampoco te usé en contra de tu voluntad — tomó un mechón de su cabello, y lo envolvió con su dedo —. Antes había hecho cosas horribles a personas malas, personas que de seguro maté y no me arrepiento de hacerlo. 

— ¿Los niños tienen que ver en eso?

— No, no soy un ser despiadado para andar matando niños — la mirada de la omega estaba inquieta —. Mandaré a nuestros hijos con unos amigos en el extranjero. 

— ¿Qué? —su voz fue tan baja por la impresión, que no pudo decir más. 

— Es lo mejor, ellos estarán encantados de tenerlos con ellos. Aquí corren peligro, pero soy muy egoísta para dejar que te vayas con ellos. 

— ¿Estás hablando en serio? — sus labios temblaron —. Son mis hijos, yo los traje al mundo. No puedes simplemente llevarlos con desconocidos. 

— Estarán bien…

— No, soy su madre — golpeó la mano de Ian —. Me quitaste mi libertad, ¿Ahora me vas a robar a mis hijos?

— ¿Qué hice qué cosa? — arrugó la frente —. No te quité ninguna libertad, te recuerdo que son nuestros hijos, que también puse algo…

— Pues porque se te olvidó comprar métodos anticonceptivos y ponerte un condon. 

— ¿Ahora que diablos te pasa? ¿No ves que quiero protegerlos? ¿Qué deseo lo mejor para ustedes?

 — Pues mandame lejos de ti — levantó los brazos —. Olvídate de que existo, de que soy tu esposa y asunto resuelto. 

— Eres más que mi esposa, eres la madre de mis hijos — susurró —. Nunca me había enamorado antes de alguien, mucho menos habían sentimientos dirigidos. No me pidas que te deje ir.

— Por Dios — se puso de pie —. Me pides algo imposible, nunca me había sentido tan feliz en mi vida hasta que nuestros hijos llegaron y ahora me sales con la estupidez de que los llevarás con otras personas.

— Estarán bien cuidados…

— ¿Por cuánto tiempo estarán lejos de mi? — preguntó, preocupada —, ¿Días, meses, años o toda la eternidad?

— No lo sé, hasta que las cosas…

— Me iré con ellos, saldremos de Dominicana y asunto resuelto —Ian se puso histérico, no quería perderla —. Es lo mejor, nos puedes visitar cuando desees, no habría problema alguno en eso, ¿Que dices?

— No, no y no — también se puso de pie —. Los niños estarán bien con las personas que mandaré a cuidarlos, en ese país estarán…

— ¡Son mis hijos! — gritó, furiosa —, ¡No puedes disponer de ellos como si yo no pudiese hacerlo!

— Lo siento, pero ya tomé la decisión y no podrás hacer nada para impedirlo, ¿Quedó claro?

— Metete tu claridad por el del culo, hijo de puta — se dio la vuelta para ir a la habitación o eso quiso hacer, cuando su brazo fue sujetado por el león.

— ¿No estás viendo que estoy buscando la manera de protegerte? ¿Que lo único que deseo es que estés a salvo?

— Pues no es lo que parece — trató de alejarse —. Lo único que estás haciendo es que me asuste más, teniéndome aquí contigo.

— Lo sé y lo siento tanto, por favor, te pido que me escuches, que no trates de hacer las cosas a las malas, porque saldrás perdiendo.

— Soy de la clase inferior — se soltó —. Me iré a dormir, de todas formas sé que me alejaras de mis hijos, por algo eres el dictador. Eso me lo dijiste en nuestro viaje a Canadá.

— Eso no es…

— ¿Al menos puedo dormir con ellos esta noche? — su voz se rompió —. Es todo lo que pido, por favor.

— Puedes ir, de todas formas son tus hijos, tu lo has traído al mundo.

— Pero tú eres el padre que me los quiere quitar — retrocedió —. Ya se me hacía extraño que en un año hayas cambiado tanto por amor.

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