En las manos del presidente (COMPLETADO) romance Capítulo 32

Rachel sacó la bolsa de basura a la acera, y regresó a la casa con mucha intranquilidad. Sus hijos estaban en la sala, jugando entre ellos con toda la inocencia del mundo. 

No tenían la más remota idea de que estaban huyendo y que todo un país estaba en su búsqueda para matarla por lo que había hecho a su presidente.

Dejó salir un largo suspiro, dándose cuenta de la gravedad del asunto, de la estupidez que había cometido, pero ya todo estaba hecho, debía de ser consciente y dejar que todo estuviera más que bien.

— Willow, deja de molestar a Joseph, por favor —dijo Rachel, agarrando a su hija por una de orejas —. Es tu hermano, pero eso no te da el derecho de molestarlo por gusto —la niña la vio con el ceño fruncido —. ¿En dónde está tu hermana? —señaló la cocina —, ¡Holly! ¡¿Qué estás haciendo esta vez?!

La niña salió gateando y llena de leche en polvo por todo su cuerpo. 

— Por el amor de Cristo —se golpeó el rostro, caminando hacia ella —, ¿Por qué hiciste eso, bebé? ¿Quieres matar a mamá de un infarto? —la niña negó con la cabeza, abrazándola —. Sé que no, eres una niña demasiado buena y te aseguro que mamá está feliz y orgullosa de estar contigo, pequeña saltamontes.

— Mamá —Joseph levantó sus brazos hacia ella —. A mí. 

— No puedo llevarlos a los tres —dijo, en cuanto Willow también lo imitó —. Mamá debe de ir a trabajar y ustedes ir a donde los abuelos, ¿De acuerdo? —ellos se quedaron en silencio. Fueron muchas palabras. 

— Hola, querida —la madre de Ian entró a la casa, por la puerta trasera —. Vine por los niños, me imagino que tienes que irte a trabajar. 

— Sí, lo siento. Mire cómo está Holly, me descuidé por un momento y se tiró toda la leche encima —murmuró —. Siento mucho que esto esté pasando. 

— No hay nada de qué preocuparse, te aseguro que vamos a cuidarlos muy bien en lo que trabajas —Willow tomó a la pequeña que tenía su nombre —. Esta bebé no puede ser alguien tan chismosa, las Willow somos mujeres serenas. 

— Creo que se acaba de equivocar de persona, porque el más sereno es Joseph —rió —. Pensé que sería el más chismoso o el que más problemas me daría, pero al parecer es el que tiene los pies sobre la tierra. 

— Es algo entendible —asintió —. Me los llevaré ahora, de esa manera podrás darte un baño e irte a tu puesto en la playa.

— Sí, muchas gracias —asintió, viendo cómo salían por la puerta trasera.

Vivía con ellos, en el único lugar en el cual Ian no buscaría porque pensaba que había huido y todo fue un plan de sus padres para evitar que supiera en donde estaba. 

Se cambió el color del caballo, incluso usaba lentes de contacto cuando salía de la casa, su peso subió notablemente y podía hacerse pasar por alguien común y corriente. 

Joseph, el padre de Ian, le comentó que su hijo la estaba buscando, pero en las islas vecinas, dejó todo aún lado en ese lugar porque supuestamente ya no están ahí.

Se sacó la lotería al tener a unos suegros tan buenos. 

— La reina al fin sé irá a trabajar —cerró los ojos un momento cuando la voz de la persona que menos quería ver estaba detrás de ella —. ¿No crees que es momento de que me des una cita?

— ¿No crees que es momento de que tú estés muerto? —subió las escaleras —. No deseo tenerte cerca y lo sabes bien. 

— ¿Es porque la mitad de mi cuerpo está quemado y porque mi hermano es tu esposo? —la agarró del brazo, antes de que siguiera avanzando —, ¿O es porque te estás muriendo?

— ¿Qué dijiste? —pasó saliva en seco —, ¿De dónde has sacado eso?

— Mis padres te compraron unas pastillas especiales para evitar que te mueras en menos de lo que canta un gallo —la  miró con superioridad —. Todos somos víctimas de mi hermano, es una persona que lo único que piensa es el hecho de tener más poder, en que todos hagan su voluntad, que nadie se quede sin recibir un castigo, sin importar que haga algo.

— Eso no es cierto… Ian no es una mala persona —sus labios temblaron —. La razón por la que estoy aquí, es por el bienestar de mis hijos. Ellos me necesitan, necesitan de una madre…

— La única razón por la que estás en este lugar es porque temes que mi hermano te mate por la traición que has ocasionado —acercó sus labios al oído de Rachel —. Veremos que tanto puede aguantar la mujer de Tomy.

— ¿Qué?

— Ten un feliz resto del día ex-primera dama.

Rachel pasó saliva en seco, viéndolo salir por la misma puerta que sus suegros. Revisó las gavetas de su habitación y sacó el frasco de pastillas que había guardado fuera del alcance de los niños y tomó dos. 

Cerró los ojos un momento y dejó escapar el aire de los pulmones que tenía retenido. Sacó una pequeña cartera, algo de dinero y salió de la casa hacia su pequeño puesto en la playa. 

De esa manera, pasaba los días mirando las olas. Sus hijos no parecían extrañar a su padre, porque Edward se encargaba de hacerle creer que era Ian, pero la única que se mostraba algo reacia era Holly. 

En poco menos de una hora debía de abrir el local, por lo que prefirió ir haciendo algunas malteadas. Trabajaba con Carla, quien había salido primero para limpiar el lugar en lo que su hijo dormía en la casa de sus suegros. 

De esa manera pasaba sus días en esa isla. Tratando de ser una persona normal.

— Hola, hermana —Ronald, el hermano de Rachel, le mostró una sonrisa de oreja a oreja —. ¿Cómo estás?

— Hasta ahora bien —murmuró, confundida —. ¿Qué quieres?

— Una malteada, la misma de siempre —apoyó sus manos sobre el mostrador —. ¿Tus suegros no te han dicho nada de su hijo el psicópata?

— ¿Qué me tienen que decir de Ian?

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