Encuéntrame romance Capítulo 14

Incredulidad.

Esa era la palabra perfecta para describir el pensamiento y la agitación de Ana. Masticó todas y cada una de las palabras de Cox, intentó razonar por un momento y llevar esto al punto crítico, pero de ninguna manera logró poder entender a plenitud, a qué estaba jugando él.

Según, le había dicho todas las verdades en la cara y, de hecho, la dejó sin argumentos.

No sabía qué decir, ni cómo responder a todo lo que de forma cruda expresó hacia ella. No tenía una respuesta, ni siquiera una básica para todo ese lodo que le cayó encima de repente.

Aunque Cox retiró su mano, podía sentir aun los dedos en su piel, en su boca. Las descargas de adrenalina solo aumentaban a desmedida sin que él tuviese ahora algún tacto en su cuerpo. Entonces recurrió a sus más remotas fuerzas y apretó los puños para disimular el temblor que tenía su cuerpo dominado.

—Entonces es eso… deseo —respondió más para sí que para él, pero supo que la había entendido perfectamente por su asentimiento.

—Lo es.

Ana mojó sus labios y lo aceptó. Eso, porque su sinceridad de cierta forma le agradó.

—Entonces haré lo que dijo, me mantendré a raya.

—Y serás sincera conmigo, Ana —replicó Xavier en un tono amenazante—. Quiero que te dejes llevar por mí —dijo acercándose de nuevo—. Quiero saber qué escondes, y necesito que saques todo.

«¡Maldita sea!», pensó Ana. Ese hombre la confundía de una forma apabullante. En ningún momento veía sus palabras como una consulta médica, solo podía encontrar sexo y más sexo en todo lo que él expresaba.

«¿Esto era normal?», se preguntó, no entendía por qué todos sus pensamientos le generaban esa acción.

Tragó saliva y desvió la mirada hacia abajo, no podía contener todo lo que gritaba su cuerpo. Jamás en su vida se sintió de esa forma. Para ella el sexo solo se encerraba en una palabra. “Repulsión”.

De esa forma lo había conocido, de esa forma se lo enseñaron y lo odió con todo su ser. Nunca se sintió atraída por ningún hombre, de cierta forma podía odiarlos para comprimirlos en una sola persona. Su oscuridad.

Nunca vio a un chico de su secundaria con interés, ni siquiera para decir que era lindo o que de cierta forma simpatizaba por su físico. Se cerró completamente a tener gustos o simpatía por alguien y pensó que era imposible que tuviese una vida normal, en ese aspecto de su vida.

Ahora, Xavier Cox le atraía, y le atraía de una forma que ella no podía explicar. Sentía que su cuerpo había despertado sensaciones que no conocía, y le abrumaba. No sabía describir las corrientes que picaban su cuerpo, ni como controlarlas. Pero estaba clara que era deseo porque la situación la hacía estremecerse en rincones que quiso sepultar para siempre.

«¿Cómo podía sentir deseo después de lo que vivió?», se preguntó a sí misma condenándose y sintiéndose más sucia que antes.

No podía sentir nada de eso, estaba condenada a no volver a descubrir sus partes íntimas como una vez le enseñaron, eso no volvería a pasar.

Los recuerdos vinieron de golpe y le hicieron reprimir los ojos.

—Quiero irme ahora… —dijo alzando la mirada hacia Xavier.

—Pero no podrás irte, apenas hemos comenzado —respondió este tajante.

Xavier estaba tenso, agobiado y muy cansado por todo el declive que tenía su cuerpo frente a Ana. Cada gesto, mirada y expresión de la chica lo estaba matando de forma lenta. Estaba seguro de que existía una atracción tremenda entre ellos, Anaelise se lo expresaba en cada acción. El cuerpo de ella literalmente le exigía que lo tocara, que deslizara sus manos y se conectara con él.

Gruñía por dentro, se quejaba por soportar y reprimir todo al mismo tiempo. Después de este día, y de este lugar, él necesitaba descargarse en alguien, porque esta experiencia lo volvería loco.

«¡Y por Dios! ¡Era su paciente ahora!», pensó muy turbado, eso no podía olvidarlo en ningún momento así se muriera. Lo que menos necesitaba Anaelise eran problemas y otro hombre que enterrara su vida sexual.

Podía jurar que ella no había sido tocada por ningún hombre, a excepción del malnacido que la había violado; estaba totalmente seguro que nadie recorrió la piel de Ana con deseo ni que le besaron esa boca palpitante con aprensión.

Soltó el aire y caminó rápido quitándose de su lado. Limpió su cara de forma desesperada mientras miró su estantería de libros. Debía calmarse, y calmarse rápidamente.

Pero lo cierto es que las yemas de sus dedos le ardían, y sabía que solo podría calmarlas tocando esa piel que estaba ahora mismo en su consultorio.

—Ana —dijo dándole la espalda todavía—. Siéntese en ese sillón, por favor. Comencemos por algo simple y ya veremos después.

«¿A qué se estaba refiriendo con algo simple?», se preguntó Ana. Pero ella era la más interesada en salir de aquí de inmediato. Quería que esto terminara y cuando estuviera sola debía pensar con cabeza fría.

Caminó unos pasos y se sentó erguida en el sillón. Su silencio solo le dijo a Cox que había obedecido. Entonces él se fue a su escritorio sin mirarla, sin decirle una palabra y tomó el archivo junto con algunas hojas nuevas que sacó de su gaveta.

—Te haré preguntas básicas, datos específicos que necesitaré para las siguientes terapias. Medicamentos que tomas, horarios de sueño, actividades, rutinas…

Anaelise asintió.

—También necesito tu número de teléfono —esto hizo arrugar el ceño a Ana, pero no dijo nada—. Y otra cosa más, Anaelise, creo que la más importante de todo esto…

Su rostro se fijó en ella, un rostro transformado. Ana pudo ver que ahora mismo él tenía una careta que se escondía detrás de ese escritorio y de ese semblante, para cubrirse de todo lo que dijo anteriormente.

—Le escucho —le dijo ante el silencio que se esparció por un instante.

—Usted es solo mi paciente cuando entra por esa puerta —Xavier recalcó volviendo a catapultar a Ana.

—¿Qué?

—Como lo escuchó. En la universidad seré su profesor, por supuesto. Pero en la calle, no sé, cualquier otro extraño…

*

Xavier sentía su cuerpo engarrotado, tenso y sudoroso. «¿Podía soportar más días así?», se preguntó a la vez que se tomaba la segunda taza de café que le llevaron a su consultorio.

Por supuesto en la cafetería del hospital existía una chica a la cual también se llevó a la cama, y después de ello él recibía muchos detalles de su parte, como ese café cargado, que ahora bebía.

Recostó su cabeza en el sillón y solo volvió su mente unas horas atrás cuando Anaelise se levantó y se fue de su consultorio. Detalló todo su cuerpo desde los pies hasta la cabeza, y no encontraba nada que lo hiciera retroceder.

Pasó un trago porque la boca se le hacía agua y su entrepierna ya la estaba doliendo más de lo normal. Perdió la cuenta de cuantas veces tuvo una erección desde que ella estuvo cerca de él, ya no sabía dónde arrojar todo esto que le estaba comiendo el cuerpo.

Los toques de la puerta le alertaron que Oliver estaba pronto a entrar, y sabía que su día finalizaría con broche de oro.

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