Encuéntrame romance Capítulo 20

Ana estaba de pie pasando sus manos por los brazos porque el frío de la mañana estaba calando su piel, su mirada estaba puesta en cómo el auto de Cox se iba de su residencia. Con la mano y una sonrisa se despedía mientras ella solo curvaba los labios y se giraba sobre sus propios talones para caminar a su puerta.

Eran más o menos las seis de la mañana, y estaba segura de que en cuanto entrara, tendría la mirada puesta de Carla sobre ella, porque jamás en su vida, estuvo despierta un domingo a esta hora.

Debía llegar rápido a su habitación, estaba muy incómoda con su ropa puesta y sin ninguna ropa interior debajo. Sus cacheteros y brasier mojados, quedaron en un bote de basura, porque ella no iba a pedir una bolsa para llevárselos.

Sus mejillas se tiñeron enseguida a la vez que entró a la sala. Rápidamente el cuerpo de Carla apareció asomándose mientras ella terminaba de entrar.

—Buenos días, Ana —dijo la mujer con algo de curiosidad en su rostro.

—Buenos días…

—Ammm ¿Estabas en una fiesta? ¿Cómo te fue? —preguntó juntando sus manos.

—Algo así, iré arriba, cualquier cosa estaré en mi habitación.

—Ok —sonrió Carla y señaló que iba a la cocina.

Ana fue hasta su habitación y se quitó la ropa para colocarse algo más cómodo. Había pensado en bañarse, pero no quería quitar de su cuerpo el aroma de Cox, aún lo sentía por toda ella.

Se recostó en su cama y luego todos sus pensamientos la envolvieron.

«¿En qué se estaba metiendo?», razonó una vez que todo este camión de emociones se apaciguó. Recordaba, las imágenes pasaban detalladamente por su mente y su cuerpo no pasaba desapercibido la sensación que se aglomeraban dentro de ella.

Estaba temerosa por las cosas que estaban sucediéndole, jamás en su vida pensó que estaría involucrada a este punto con una persona y menos que ese hombre y esa relación, que Cox describía como solo “sexo”, y además, fuese su mismo médico.

Pero esa denominación de “solo sexo”, no era lo que ella percibía. Justo cuando llegaron a esa cama, en donde ella pensó pasaría otra cosa, volvió a estrellarse con ese hombre que, aun analizándolo en detalle, no lo podía entender.

Xavier tenía preparada una especie de cena para ambos, comieron en la cama y charlaron por largo rato. Le contó algunas cosas de sus estudios de medicina, hablaron de lo extenuantes que eran las pasantías para estudiantes, y de algunas otras cosas muy lejanas a sus situaciones personales.

Eso había hecho que ella se soltara y calmara la ansiedad que la consumía. Estaba segura de que él sabía lo que hacía, y no se adelantaba a los hechos. Parecía que Xavier la conocía por alguna extraña razón, y percibía que ella simplemente necesitaba ir por pasos.

Luego de esa extensa charla, él volvió a quitar su bata, que momentos atrás la hicieron sentir segura mientras escondía su cuerpo en ella, y luego abrazó su cuerpo desnudo junto a él besándola insistentemente.

Sin embargo, para la sorpresa de Anaelise, Xavier había enredado sus piernas con la de ella y puso su cabeza sobre su pecho fuerte. Se quedaron dormidos a eso de la una de la mañana, y estuvo segura, de que jamás pasó una noche como aquella.

Le costó mucho cerrar sus ojos por completo, estaba convencida de que él era el que más sufría con esto porque pudo sentir su erección pegada a su vientre todo el tiempo. Pero, agradeció reprimiendo sus ojos por todo lo que estaba haciendo por ella, agradeció en silencio, y por una vez en su vida no se sintió tan desgraciada al cerrar los ojos.

Entendía a la perfección que no era la única que colocaba en juego su vida. Xavier Cox, podía incluso perder su trabajo si alguien descubría lo que estaba pasando entre ellos.

En sus manos no estaba decir ni media palabra. Jamás podría hacerle algo como eso.

No estaba clara de cómo serían las cosas de ahora en adelante, y en cómo sostendría ese supuesto “trato” sin involucrar sus sentimientos, porque si algo destacaba su vida, podría resumirlo en una sola palabra: “vacío”.

Ella estaba vacía en muchos aspectos de su existencia, carencias fundamentales, el amor de una madre que nunca pudo tener. Y no se lo reclamaba a la vida, su madre se había ido en una muerte natural y eso es algo que simplemente no se puede controlar. Pero la persona que si pudo estar y cuidarla, simplemente se negó hacerlo y con todo eso, dejó que otras personas dañaran su vida por completo.

Así que, sí, estaba incompleta, vacía y carente. Aunque no se lo decía a nadie, toda ella buscaba en desesperación, amor. Por eso más que todos sus miedos, uno muy fuerte palpitaba ahora dentro de su pecho, quería ser fuerte como toda su vida aprendió a serlo, no quería involucrar sus sentimientos en este trato y haría lo posible por hacer lo mismo que su verdugo.

Sin embargo, ahora estaba segura de una cosa.

Confiaría con los ojos cerrados en Xavier Cox, y de eso, no tenía la menor duda.

***

El lunes por la mañana Xavier estaba estacionando su auto en el lugar privilegiado para los profesores de Fort Lewis; tomando sus cosas aun sin salir del auto divisó algo que le incomodó un poco.

Anaelise, “su chica”, estaba caminando despistada y en cuestión de segundos su compañero Andrew llegó y le pasó el brazo por encima; pero esto no fue para nada lo que lo tensó. Su rigidez aumentó justo cuando vio en Ana una sonrisa de medio lado correspondiendo a su amigo y aun así dejando el brazo de ese chico en su hombro.

«Era una estupidez», pero podía sentir que su corazón se aceleraba.

Cerró rápido la puerta y se apresuró a caminar. Solo les diría “buenos días” a los chicos y le enviaría una mirada a Ana. Solo eso.

Pero cuando estuvo a punto de llegar y pasarlos, un cuerpo, y una mujer, esa mujer, lo frenó parándose frente a él.

Olivia.

Maldijo para sus adentros.

—¡Xavier! —la mujer exclamó haciendo incluso que Ana y Andrew giraran enseguida.

La mirada de Ana se conectó con él enseguida, un poco avergonzada, ella quitó el brazo de Andrew y Xavier le pasó una sonrisa torcida complacido.

Olivia volteó a ver a donde se dirigía su mirada, arrugó el ceño y luego se volvió a Xavier, entonces los chicos continuaron su caminata.

Cuando él la vio irse junto a su amigo, sintió una aprensión en el estómago, hubiese querido al menos escuchar la voz de su saludo y se apresuró en tomar su celular, aun y cuando Olivia estuviera frente a él taladrándolo con la mirada.

—¿Cómo estás, cariño? —le preguntó la mujer muy cariñosa una vez estuvieron solos.

—Bien, ¿tú, cómo estás? —devolvió la pregunta dándole un beso en la mejilla, y solo ese gesto volvió loca a la mujer—. Dame un segundo, debo enviar este mensaje.

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