Encuéntrame romance Capítulo 69

Xavier…

—Anaelise Becher…

Justo cuando escuché su nombre me puse de pie, estaba nervioso, no podía ocultar que ahora mismo mi corazón saltaba en un galope.

El rector a mi lado me pasó el diploma que debía entregarle a Anaelise y caminé unos pasos hacia delante para cuando ella llegara a mí.

Acomodé un poco mi chaqueta y luego la vi saliendo de los puestos del auditorio. Ahora tenía una enorme toga negra que cubría su cuerpo entero, asomándome una gran sonrisa que se deslizaba en su rostro, mientras se llevaba el cabello detrás de su oreja.

Ana comenzó a caminar hacia mí, subió las escaleras de una forma jodidamente perfecta, mientras dé vez en cuando conectaba sus ojos con los míos, quizás pensando que, hasta este mismo instante para ella, yo me estaba inmiscuyendo hasta las entrañas.

Y sí, debía estar, debía estar en todo porque sencillamente ella se había convertido en eso para mí.

En todo.

Aunque le dije que fue una estupidez lo que hice para poder entregarle su diploma, no lo fue.

A menos que no haya sido un familiar suyo, y que fuera médico también, estaba descartada la posibilidad de que pudiera entregarle su título. Así que pues, sí, soborné con dinero y con algunos contactos al rector, y así exactamente ser yo quien viera el instante cuando Anaelise tomara su título de médico en sus manos por mí, y soltara un jadeo porque lo había logrado.

Apreté mi mandíbula, aceptaba que, no tenía remedio en ningún sentido, sin embargo, haría esto y todo lo que me placiera por la mujer que me había vuelto a la vida, para respirar, para reír, y para amar.

Cuando ella llegó a mi frente se quitó su birrete y asintió a las autoridades que estaban todas a mi lado. Dio los pasos siguiendo el protocolo y comenzó a dar la mano a cada uno de los representantes en la mesa mientras los flashes se disparaban sin cesar.

Por supuesto, ordené como 500 fotos, y ella tampoco lo sabía.

Cuando Ana se posicionó frente a mí, alargó su mano y reprimió su boca.

«¿Por qué tenía que hacer eso en este momento?»

Mi ceño se frunció y ella supo lo que estaba pensando.

—Felicidades… Doctora —extendí mi mano y luego coloqué el diploma en su mano abierta.

Ella rodeó el cilindro con sus dedos y pude sentir como ellos estaban fríos y temblorosos. Asintió con su cabeza se puso el birrete y llevó sus ojos magníficos a mi rostro.

—Gracias… Doctor, Cox.

Una sonrisa se deslizó en su rostro y luego dio la vuelta para seguir con el camino. No me importaba quien mierdas era Luisa Toke, quien fue nombrada a continuación para pasar por su título.

Yo solo supe que mis pies se movieron en cuanto Anaelise bajó de este estrado.

Antes de que ella tocara el último escalón, mis manos viajaron por su cintura y la halé para que retrocediera un poco.

Ella giró un poco sorprendida, pero cuando vio mi indicación que mirara hacia la cámara que estaba a punto de tomarnos una foto, ella pegó su mejilla a mi cuello y luego me rodeó con sus brazos sonriendo.

—Quieres tenerlo todo —dijo después que las fotos cesaron y luego acomodó su bata.

—Es todo, o es nada para mí —respondí observando mi reloj—. ¿Estás lista?

—¿Para qué? —preguntó girando, viendo como un mar de aplausos proseguía a la siguiente persona que llamaron.

—Nos iremos para tomar la carretera, tengo una sorpresa para ti de regalo —dije llamando toda su atención y ella solo negó en respuesta.

—Bien, esperaremos a que termine el acto.

—¿Realmente quieres esperar a que llamen a todos estas personas que faltan, en vez de subirte encima de mí mientras conduzco?

—¡Xavier…! Baja la voz —dijo ella con las mejillas a punto de estallar, y allí fue que tomé su mano y la saqué de aquel lugar, que solo nos estaba estorbando con nuestro destino a seguir.

Le había preparado una cabaña a Anaelise fuera de Los Ángeles, conduciría por unas 6 a 8 horas aproximadamente, pero era un fin de semana que le estaba regalando después de su esfuerzo por terminar rápido su carrera.

Mi vivencia con Ana era extraordinaria, mucho más de lo que pude imaginar en un principio, porque ella siempre rompía con mis esquemas, los pensamientos e incluso mi expectativa.

Ana ya era una mujer mucho más madura que aquella niña indefensa que una vez encontré detrás de la puerta de ese salón de clase. Sus pensamientos, incluso su manera de pensar había crecido de una forma abismal, y me sorprendía. Porque de cierta forma ella se acopló perfectamente a lo que la vida le estaba mostrando en el momento, y fue lo suficientemente fuerte como para reparar no solo su vida rota, sino que está misma donde yo me encontraba sumido, demostrándome que siempre se puede reír de nuevo, que hay una oportunidad para creer, y que siempre debemos estar dispuestos a amar.

Nunca abandoné el recuerdo de mis hijas, ni tampoco mi pasado, y aquel que me dijera que las cosas se borraban tal cual, como un borrador, mentía a los demás y se mentía a sí mismo. Nunca olvidaría mi pasado, ni tampoco los momentos en que pensé que ni siquiera quería respirar. Tampoco podía decir que no me dolía recordar a mis pequeñas, pero ahora tenía la suficiente voluntad y el suficiente amor como para continuar volando tranquilo y seguro…

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