Enséñame el placer romance Capítulo 18

Narra Amelia.

El camino de regreso  fue en silenció, Daniel se veía pensativo.

—¿Por qué te detienes?—pregunte cuando vi que detuvo el auto en una zona montañosa, faltaban algunos mínutos para ingresar a Santa Clara.

—Necesitamos hablar—dijo seriamente.

—¿Sobre que?—interrogue.

—De nuestra relación—respondió, mi corazón comenzó a latir más rápido—. Se que te dije que me dieras una respuesta finalizando el verano, pero debo cortar esto ahora mismo. Lo nuestro no puede seguir Amelia—me dijo seriamente, dirigió sus ojos hacia a mí, de mi parte me había quedado muda—. Tu eres importante para mi, lo mejor que me ha pasado, sin embargo, tienes muchas cosas que experimentar, tantos metas y sueños que cumplir que no quiero ser una distracción   para ti—agregó—. Y aunque odio admitirlo, estamos en etapas diferente de la vida y eso puede llegar a ser un problema. Tu debes disfrutar de tu juventud, vivir lo maximo—agregó.  Solo pude bajar la mirada, sentía una opresión en el pecho que no me dejaba respirar. Quería llorar, pero por alguna razón no lo hice frente a él—. ¿Qué piensas sobre lo que te acabo de decir?—interrogó.

Las palabras adecuadas  no querían salir de mi boca, me quede en silencio por unos segundos.

—No tengo nada que decir, tu tomaste la decisión por lo dos—dije en un tono doloroso—. Llévame a casa —agregue viendo hacia la ventana a la nada tratando de no llorar, a pesar que mis ojos estaban nublados por las lagrimas.

Poco después él arranco el auto. Ninguno hablo durante ese tiempo. Llegamos a mi casa.

—¿Me dejaras darte un beso?—me preguntó.

Quería decirle que no, que lo quería a él por completo. Pero asentí con la cabeza. Me dio un beso de despedida, el peso de nuestro futuro inexistente se alivió temporalmente. Por una fracción de segundo, me olvidé de la realidad y solo pensé en sus labios y en lo suaves que eran, en lo perfectos que combinaban con los míos. Qué increíble olía. Cómo gimió cuando trató de retroceder, pero entró por más, como si estuviera sediento y no pudiera satisfacer su sed. No sabia cuánto tiempo nos besamos ni quién se detuvo primero. Recuerdo haber sostenido su mano por un tiempo, el borde de mis ojos ardiendo porque no quería soltarlo.

—Pórtate bien estos dos días en casa mientras llega tu padre—me dijo.

Asentí con la cabeza. Ingrese a mi casa y   tan pronto como llegué a mi habitación  tiré mi maleta en la esquina, luego me lance  en mi cama, y comencé a llorar. Me dolía el corazón, sentía que me iba a  morir.

Recibí un mensaje poco después, era Daniel. Lo abrí y este decía: Debes ser fuerte, como siempre lo has sido. Puedes enviarme mensajes cuando quieras, aunque no estemos juntos seremos amigos.

Quizás para él era fácil decirlo, pero para mi era como si hubiese recibido mil puñaladas en el corazón.

Dos días después...

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