Entre Mafias romance Capítulo 3

Marcus

Espero a Mía dentro del coche. Tiene un plan para que pasemos la tarde,  no ha querido contarme nada así que me resigno a lo que haya preparado.

- Hola cariño - saluda abriendo la puerta y sentándose a mi lado.

Lleva un vestido de gasa blanco. Su pelo rojo resalta todavía más y sus enormes ojos verdes me miran divertidos.

- ¿Cómo está la chica más guapa? - pregunto sin dejar que responda. Dejo un dulce beso sobre sus labios.

- Pues no se, tendrás que preguntarle a ella.

Se me escapa una sonrisa con su contestación. Mía es una de las pocas personas que tienen un ingenio que me hace reír y eso es difícil, porque por regla general soy serio y frío y si alguien se atreviera a hablarme como ella lo hace lo mataría sin pestañear, pero ella no sabe que soy oscuro y letal.

- ¿Vas a decirme dónde me llevas? - pregunto con un tono falso de enfado.

Una risilla resuena en el coche. Le hace gracia mi insistencia, así que a mí también.

- No, claro que no. Tienes que tener paciencia.

Conduce lanzándome miradas divertidas de vez en cuando. Mi teléfono suena. El nombre de Dante resalta en la pantalla. ¡Joder! Sabe que cuando estoy con Mía no deben molestarme a no ser que sea algo de vida o muerte. Si por cualquier motivo Mía descubriera mis intenciones reales o que la estoy engañando, todo el plan se iría a la mierda.

- Dime -contesto cortante.

En ese instante Mía me mira con el ceño fruncido. Supongo que mi cambio de personalidad le ha chocado, pero no puedo hablar como un adolescente enamorado; primero porque hace mucho que dejé la adolescencia y segundo porque el amor es para los gilipollas dependientes.

- Señor, los hermanos Martínez han venido a verlo.

Dos traficantes de mierda vienen a verme sin avisar y sin concertar una puta cita y para colmo esperan que este disponible para ellos. Sin duda no saben con quien están hablando ni hasta que punto se están jugando el cuello.

- Diles que concierten una jodida cita si quieren verme y que no vuelvan a aparecer por las buenas si saben lo que les conviene.

Cuelgo el teléfono. No tengo más que decir.

Aparto mi móvil del oído malhumorado. Toda la droga pasa por mi manos. Yo decido quien, cuando y como y soy el puto Dios de esta ciudad. Los drogatas de tres al cuarto me cabrean.

Unos suaves dedos acarician mi mano.

- ¿Estás bien? - pregunta con su voz angelical.

- Estaré bien cuando me cuentes lo que tienes preparado.

Por arte de magia mi furia desaparece y me vuelvo a concentrar en ella y en lo que sea que tiene preparado.

- Buen intento, pero no ha funcionado.

Aparca el coche delante del centro comercial. Giro el rostro hacia ella con la duda dibujada en mi cara.

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