Esposa bajo contrato romance Capítulo 8

Sandro no podía creer que ella se sentara a comer frente a él como si nada y lo peor es que su comida se veía apetitosa y la boca terminó haciéndose aguas, tragó saliva, y empezó a golpear la cama con sus puños.

—¡Búscame mi bandeja de comida! ¡Ya! —exclamó molesto.

—¡¿Perdón?! ¿Me hablas a mí? Porque si es así siento mucho darte una muy mala noticia, cómo te dije antes, no hay más comida para ti… —se quedó viendo hasta donde estaba la bandeja desparramada—. A no ser que te quieras lanzar a cometer la que tiraste en el suelo como un perrito hambriento… si quieres te ayudo a bajarte para que te la comas —pronunció con una risita.

—¡Imbécil! ¿Quién te crees para tratarme de esta manera? ¿Acaso piensas que por ser la amante de mi hermano estás en el derecho de querer tratarme como un perro?

Ante esas palabras, Carlotta abrió los ojos con sorpresa, iba a debatirlo, mas de inmediato llegó a la conclusión que eso le convenía, porque le daba cierta autoridad frente a todos y segundo, lo más importante no sería denunciada, ni suspendida su licencia para ejercer, solo tendría que hablar con Mike para que no la debatiera, sino que confirmara sus palabras.

—Créeme, agradece que es por Mike que no me he ido y te he dejado hundiéndote en tu miseria, porque te juro que en otras circunstancias me daría flojera lidiar con los berrinches de un niño mimado. ¡Ay me quiero morir porque no puedo caminar! ¡Ay, qué vida tan dura! ¡El destino es muy cruel! ¡Mi novia me dejó!

Carlotta lo mofaba, incluso haciendo sus gestos, eso lo sorprendió y aunque su expresión le causaba un poco de risa, se contuvo para no reírse, pues a partir de ese momento la declaraba su enemiga y no le haría la vida tan fácil.

«La enana siniestra está, quiere guerra, la tendrá».

—¡Busca mi comida! —ordenó, ella no se inmutó y eso lo enfureció.

Tomó la campana a un lado de la cama y empezó a golpearla con fuerza, lamentablemente, por más que la agitaba, nadie se aparecía y eso lo frustraba, al punto que empezó a gritar desesperado.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó a punto de sollozar.

—¡Ay va otra vez la burra al trigo! (*) —manifestó rodando los ojos.

Lo que no esperó fue verlo empezar a llorar, lo hacía de rabia, impotencia.

—Tú no sabes cómo es esto… no tienes idea de cómo me siento, porque tu vida no sé arruinó, ¿Tienes idea de cuánto amo correr? Lo hago desde que era un bebé de de tres años, mamá me inscribía en cualquier cantidad de eventos y copas infantiles, y siempre quedaba campeón en todas. Cuando entré a la Fórmula Uno, para mí fue lo máximo y aunque los primeros años fueron de adaptación, duros porque debí ganarme la confianza de mi escudería y demostrar mi valía y ahora no tengo nada, lo he perdido todo, porque hasta la mujer que creía me amaba, con la cual pensé que haría mi vida ¡Me dejó!

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