¡Jefe, pronto seremos tres! romance Capítulo 30

‒ Ya quiero que encuentres a alguien hijo.

Mamá piensa que voy a acabar en algún asilo, gruñón y solitario, todo se resolverá muy pronto,

‒ Me lo pensaré.

‒Estás lo mismo que tu hermano, no pueden traer a casa a alguien con formalidad, yo necesito nietos antes de que tenga un pie en la tumba.

Cuando la conversación tomaba rumbos tan dramáticos, por lo regular, desviaba el tema, le contaba otras cosas, pero esta vez, sería diferente, a ver si ya tomaba de una vez el todo por el todo.

‒ Muy pronto te presentaré a alguien de tu agrado y de manera formal.

‒ ¡De verdad hijo!

‒ Así como lo oyes y más adelante, tal vez podríamos hablar de nietos.

‒ Creo que voy a llorar.

‒ Eres a la primera que le doy adelanto, mamá.

Escucho sollozos, cuelga y me deja más sorprendido de lo normal. Ya mañana mi padre me contará el mar de lágrimas en las que dejé a mi madre. Les encantará a ambos que haya elegido a Livy, la adoran, la han tratado como una hija más, se llevan de maravilla con sus padres, lleva todas las de ganar. El destino está trazado, por eso nos habíamos conocido, el tiempo pone las cosas en su lugar. Sonrío como un tonto.

Para mí de un momento a otro, las cosas sencillas y cotidianas comenzaban a tener un nuevo sentido, como el simple roce de sus manos, el saludo de las mañana, seguirla con la mirada por la sala de juntas cuando tenía que organizar algunas carpetas, antes de la reunión, dando instrucciones a la hora del almuerzo, era muy organizada, lo tenía todo preparado, ella hacía todo aquello con gracia y agilidad, era como si viera de antemano lo que podía legar a suceder, cuando no nos daba tiempo de salir a comer y todos se quedaban en la sala de juntas, pedía el menú variado para que ninguno se quedara insatisfecho, la admiraba, intentaba no parecer tan insistente, pero creo que fallé en todos los intentos, era como un imán para mis ojos, no podía dejar de mirarla, también sabía que muchos ejecutivos pasaban por lo mismo que yo, no podía permitir que se me adelantaran, algunos eran solteros y otros tantos ya casados, pero a esos no les importaba con tal de tener aunque sea una noche con ella; yo las quería todas, todas y cada una de sus noches, incluidos los días.

Siempre estaba atento a lo que se decía en las juntas, escuchaba las propuestas, los informes, pero esta vez mi mente estaba mucho más pendiente de lo que ella hacía, sus idas y venidas en torno a la mesa, su forma de acomodar y reacomodar los documentos, algo tan normal como en las otras ocasiones ahora eran diferentes. Las veces que coincidían nuestras miradas me asombraba de sus hermosos ojos castaños, no un castaño normal, el suyo resplandecía con una luz ámbar como los rayos del sol, eran sinónimo de vida.

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