¡Jefe, pronto seremos tres! romance Capítulo 6

Mi pasión era igual o mayor que la de él, nos separamos y respiramos agitados, quería tocar su piel, sentir como vibraba por el rose de mis dedos, comenzamos a quitarnos la ropa salvajemente. Pero nos besábamos entre que nos ayudábamos a desnudar, no queríamos despegar nuestros labios, era una sensación nueva para mí.

Su boca me sabia a gloria, lo más dulce que había probado en mi vida, fácilmente me podría volver adicta a los labios de Owen, quería más, pedía más, éramos un par de desesperados, caímos en la cama, él se puso arriba de mí y sin ningún miramiento entró en mí, nunca antes nadie me había hecho sentir lo que viví.

Y en medio de la pasión escuché como grataba mi nombre y yo lo seguí gritando el suyo como respuesta, ya no había vuelta atrás, nos entregamos como dos náufragos en mitad de una tormenta, cada cual el salvavidas del otro. Me abrazó fuertemente atrayéndome a su cuerpo, le correspondí al abrazo Así me había sentido, protegida, que era más de lo que me había expresado Justin en el tiempo que habíamos tenido de novios. Me sentía en paz conmigo misma.

Fin del Flashback

La alarma del despertador me sacó de la ensoñación, trayéndome directamente a mi realidad, había sido algo más que traviesa, lo seduje por completo, ¿con qué cara me presentaría el día de mañana a trabajar?, como lo podía volver a ver a los ojos. Le di una patada a la sabana y edredón descubriendo mi adolorido cuerpo, tenía un gran chupetón o mordedura en la cadera derecha que descubrí mientras me bañaba, no podía recordar en que memento había sucedido.

Suspiré, salí de la cama, empecé a acomodar el cuartito que ocuparía cuando viniera mamá a visitarme, y en menos de una hora llegaría Jillie, no sabía cómo contarle lo que pasó con su hermano o fingir demencia, me daba pena recordar cómo habían sucedido las cosas, a Jillie era casi imposible ocultarle algo. Se daba cuenta de casi todo lo que pasaba a su alrededor, tenía ese don.

Así que muy puntual como eran todos los Kewlyn llegó mi amiga al departamento, nos saludamos, sí, pero ni bien puesta la caja con la pizza en la barra que separaba la salita de la cocina, que hacía las veces de comedor, me dice.

‒ ¡Suéltalo! ‒ no me da tiempo de respirar.

‒ No tengo nada que contarte ‒ esquivo su inquisitiva mirada.

‒ Mira Livy, te recuerdo que no soy nada tonta, ni creas que soy tan ingenua, tienes mucho que contar.

‒ Ya te dije que vine directo a casa.

‒ ¿Con cuál empiezo? ‒ me enseña los dedos de su mano.

‒ ¡Eres imposible!

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