LA NOVIA EQUIVOCADA romance Capítulo 4

Amelie se despidió de algunos compañeros de trabajo con los que había entablado amistad ese día: la chica de la recepción, un par de asistentes muy amables y un ejecutivo junior del departamento de Diagramación Publicitaria al que había ayudado con un envío urgente.

Se sentó en el pequeño almacén de correos y se cubrió la cara con las manos mientras lloraba amargamente. El día había sido terrible, le dolía todo el cuerpo, tanto por el trabajo como por los golpes, pero lo que más le dolía era que había estado a punto de perder lo poco que tenía.

"¡¿Por qué tienes que ser tan bocona y tan impulsiva!?", se regañó. "¿No te das cuenta de que si pierdes este trabajo realmente te quedarán sin nada? ¿Eso es lo que quieres? ¿Que te echen a la calle y no tengas ni dónde vivir?"

Por desgracia ser sumisa no era particularmente fácil para ella, tenía dieciocho años y había heredado el carácter altivo de su madre, y teniendo en cuenta que su vida había sido una batalla constante contra las humillaciones de sus tíos, entonces se podía decir que ser rebelde y contestona era parte de su naturaleza.

Pasó el resto del día temblando y rogando que Nathan King no la despidiera, porque sabía muy bien que la había escuchado hablar con el señor Anders. Pero en la tarde a la hora de salida nadie le había notificado oficialmente su despido, así que por un segundo se sintió a salvo.

"Tienes que portarte mejor, Amelie. ¡Tienes que ser una empleada modelo!", se animó.

Recogió sus cosas y se cambió los tacones diabólicos por zapatos bajos, cojeando todavía más cuando se subió al autobús de regreso a casa.

Llegó completamente adolorida, pero en cuanto atravesó la puerta de la casa, su tía y su prima la ocuparon con trabajos difíciles.

—¡Haz mi cama de nuevo, está toda arrugada!

—¡Y baja las dos alfombras del ático que quiero redecorar el cuarto!

—¡La cocinera quiere que le limpien bien el horno de asar!

De repente su tía se paró frente a ella, porque su cara de disgusto era demasiado evidente.

—¡Te recogimos cuando eras una chiquilla huérfana muerta de hambre! —siseó con tono malvado—. ¡Estarías en la calle de no ser por nosotros, comiendo de los basureros! ¡Lo menos que puedes hacer es obedecer!

Stephanie le lanzó su ropa sucia a la cara y Amelie hizo un gesto de asco.

—¡Recuerda que nos debes mucho dinero! ¡Solo eres una recogida, así que más te vale ser agradecida!

—¡Pero muévete! ¿A qué esperas? ¿Necesitas permiso? —ladró su tía.

Amelie apretó los labios.

—Veneno de ratas es lo que necesito... —gruñó entre dientes—. Diosito no me dejes caer en la tentación de envenenarlas lentamente —rezó Amelie mientras se esforzaba todo lo que podía, incluso cuando su cuerpo estaba completamente exhausto.

Y mientras luchaba contra la pesada carga que era su vida como otra criada de la familia Wilde, su mente no dejaba de divagar hacia el enigmático CEO King. Aquel había sido el encuentro más desafortunado de la historia, pero Amelie no podía olvidar cómo se sentía cuando estaba cerca de él, como si el aire de repente se terminara.

No quería verlo. ¡Ojalá no tuviera que verlo nunca más!

Y en ese momento Amelie no tenía ni la más mínima idea de que lo que ella quisiera, ¡al universo no le importaba!

—A ver, explícame todo lo que averiguaste y no omitas ningún detalle —pidió Nathan con voz grave mientras el chofer los llevaba a Paul y a él hasta la casa de la familia Wilde.

Paul suspiró.

—La familia Wilde solía ser una de las familias más ricas y poderosas de la ciudad. Su riqueza provenía del comercio exterior, y eran conocidos por ser extremadamente ambiciosos y celosos de su posición social —le contó Paul—. El problema es que la cabeza de la familia murió hace casi veinte años. Después hubo muchas disputas por la herencia y en el momento actual son Aquiles y Heather Wilde los que la disfrutan.

—Me imagino que ha ido mermando mucho esa fortuna —apuntó Nathan recordando que según el guardaespaldas, la chica parecía humilde.

—Sí, exactamente —confirmó Paul—. Los Wilde tienen una hija joven llamada Stephanie, de veintitrés años. La muchacha... no hace mucho —dijo Paul pensativo—. Pareciera que solo se dedica a existir.

—Tanto mejor —respondió Nathan encogiéndose de hombros—. Así tendrá más tiempo para dedicarle a Sophia. Ese será su único trabajo a partir de ahora.

Paul negó en silencio.

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