La venganza de mi mujer ciega romance Capítulo 17

Las personas presentes al escuchar sus palabras miraron a Albina con cara de perplejidad. Estaba tan emocionada cuando supo que su madre se despertó, ¿por qué no fuera a verla?

Albina explicó en voz baja:

—La hemorragia cerebral fue causado por estimulación, mamá acaba de despertarse de la operación, no puedo estimularla nuevamente.

Después de que terminó de hablar, miró a Umberto:

—Sr. Humberto, como no puedo cuidar mi mamá, ¿podría contratar un cuidador para ella, por favor?, después lo le devolveré este dinero también.

Umberto sabía que su mamá tenía manía intermitente, al ver a Albina sola, apoyaba la pared y explicando con calma, sintió presión en su pecho y en su garganta, después de mucho rato respondió con voz ronca:

—¡Bien!

Albina sabía que Umberto siempre cumplía sus palabras, suspiró profundamente diciendo:

—Muchas gracias, entonces ya me voy y si ocurre algo, avísame por favor.

Después de que terminó de hablar, se apoyó contra la pared sola y se dirigió a la salida con cautela, se veía muy sola y desolada.

—Síguela y asegúrate de que regrese bien a su casa —ordenó Umberto, y Rubén la siguió rápidamente.

Albina volvió a donde vivía, se sentó en la cama, pensando en la enfermedad de su madre y las cosas malas que hacían, sintiéndose enfadada y triste.

Muchos ratos después, ella se despertó de sus pensamientos cuando la puerta se abrió:

—¿Quién es?

—¡Yo! —era voz de Umberto— ¡Empieza a pagar tus deudas hoy!

Diciendo eso, caminó directamente hacia Albina y se acostó en su cama, muy pequeña comparando con su cuerpo enorme:

—Como no me queda otra opción, hágame el masaje en la cama entonces.

Albina no tuvo más remedio que aceptar, se lavó las manos y empezó a darle masajes hábilmente.

Sus movimientos eran ligeros y sus dedos fríos presionaban suavemente a la piel de Umberto hizo él se molestó un poco.

Como sabía que Albina no podía verlo, miraba fijamente a su cara diciendo en voz ronca:

—¡Con más fuerza, floja!

—Lo siento, mis manos fueron lastimados, no puedo presionarlas con mucha fuerza —dijo ella con indiferencia.

Al escuchar eso, Umberto no dijo nada, sino que la abrazó con sus brazos.

Ella regañó:

—¡Compórtate, no me toques!

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