La venganza de mi mujer ciega romance Capítulo 20

La mirada de ella hizo que los ojos de Umberto se pusieran rojos de repente, y se apresuró a abrazarla con la voz temblorosa:

—Ella ya se fue, Albina, tú y yo...

—Mentira, mi madre no está muerta, ¡eso no es posible!

Albina lo empujó y le gritó frenéticamente, ¿cómo pudo deteriorarse su estado en una sola noche?

Intentaba convencerse a sí misma, pero las lágrimas no podían detenerse.

Albina corrió a la cama, empujaba el cuerpo de su madre y gritó con cautela:

—¡Mamá, despierta, diles que no estás muerta, todavía estás viva!

Pero no importó cuánto la empujaba, el cuerpo no se reaccionaba y seguía sin calor, ni latidos.

Albina desesperada se sentó en el suelo y le dijo a Umberto después de mucho rato:

—Váyase, por favor, quiero quedarme a solas con mi madre.

Umberto la miró y supo que necesitaba desahogarse, salió de la sala y cerró la puerta.

Después de un rato, escuchó gritos desgarradores provenientes de la sala, encendió un cigarrillo con mano temblorosa y comenzó a dar vueltas por la puerta con ojos rojos, su mano no paraba a temblar que ni siquiera pudo sostenerse bien el cigarrillo.

No se permitía fumar en el hospital, pero todos presentes del hospital no se atrevieron a impedirle.

El cuerpo fue enviado a la morgue, Umberto ayudó a ocuparse de las exequias, Albina se sentó sola en el suelo, las lágrimas en su rostro se habían secado.

El médico dijo que su madre tenía otra hemorragia en el cerebro y que el lugar de hemorragia estaba en el puente de varolio, el punto grave para la vida, lo que le provocó una muerte repentina.

Ella no podía aceptar esta realidad, pensaba curar pronto sus ojos y la enfermedad de su madre para llevarla de viaje y quedarse a su lado. Su padre la había cuidado la mitad de su vida y ella podría cuidarle el resto de su vida.

No alcanzó a decírselo a su mamá, ni siquiera tuvo la oportunidad a verla por última vez.

Los ojos de Albina estaban doloridos, pero las lágrimas se habían secado y no podían llorar más.

En ese momento se escuchó que alguien se le acercó con tacones altos, una mujer agachada a su lado, y Albina pudo distinguir el olor del perfume en ella.

Era Yolanda.

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