La Verdadera Novia del CEO romance Capítulo 2

En cuanto sale de la habitación, los periodistas no dejan de hacerle preguntas y de acosarla, pero ella solo deja esa máscara fría que se vio obligada a usar desde hace unos años, sin responder a nada. Y Francesco no es de ayuda para nada, porque no se ve por ninguna parte.

Las puertas del ascensor se abren y entra, presiona el botón, fija la vista al frente, porque si su rostro se hará famoso, al menos que sea la mejor parte de ella. Las puertas se cierran y siente las ganas de llorar, pero no puede, no ahí.

Que cuando baje de la caja metálica, nadie diga que iba con los ojos rojos por el llanto.

Al salir, revisa su cartera, encuentra que tiene dinero suficiente para el taxi, se apresura a tomar uno que la lleve directo al único refugio que le queda.

Consigue detener uno y se sube rápido, antes de que la prensa o alguien más pueda verla. Incluso en ese momento no se permite llorar, ya tendrá oportunidad de hacerlo sola, sin que nadie sienta lástima por ella, porque detesta que se la tengan.

El trayecto a la mansión de su abuelo se le hace eterno, pero cuando al fin llega, una de las chicas del servicio la espera en la entrada y le recibe los tacones que aún lleva en la mano.

—Su abuelo está en el comedor, señorita.

—Gracias.

Camina con toda la entereza que puede, si hay en el mundo una única persona que la ama y a quien le duele defraudar, es su abuelo.

En cuanto ella pone un pie en el lugar, se lanza a sus brazos, sin dejar de sentir esa vergüenza que la atormenta.

—Hija… ¿qué te pasó?

—Lo más horrible que le puede pasar a una mujer, abuelo… —ella se separa y le dice con la voz apenas audible—. Anoche… anoche estuve con un hombre… y esta mañana he quedado expuesta ante todo el mundo…. ¡Y no puedo recordar cómo llegué allí!

—¡Zoe! —le dice el anciano, pero ella le toma las manos suplicante.

—No me juzgues sin oírme primero, por favor te lo ruego, tú me conoces y sabes que sería incapaz de hacer algo así… de hacer algo que te avergüence.

El hombre la mira con el ceño fruncido, pero en lugar de enojo solo hay preocupación. Zoe se sienta frente a él y le cuenta todo lo ocurrido el día anterior.

«Zoe sale de la casa con aquel vestido de gala que pretende ser sencillo y ocultar toda su figura. Nunca le ha gustado mostrar su cuerpo, prefiere que la conozcan por su inteligencia más que por su cuerpo, que para ella tampoco es la gran cosa.

En el momento en que pone un pie frente al hotel en donde se llevará a cabo la fiesta que ha organizado su tío para los empresarios más importantes del país, siente que debería irse, que es una pésima idea, en especial porque esas cosas no son para ella.

Carlo, su primo se acerca a ella para tomarla del brazo con caballerosidad y caminan hasta la puerta, en donde entregan sus invitaciones. Una vez dentro, solo hay lujos y atenciones exageradas para toda esa gente que tiene por único mérito tener dinero.

—Y así se va el dinero de los contribuyentes —dice ella con sarcasmo.

—Esto es un horror —le responde Carlo, sin dejar de expresar su molestia por todo lo que hay.

Hablan con algunas personas que reconocen, les ofrecen champán, pero solo alcanza para Carlo, unos minutos después llegan otra copa para Zoe y se la bebe de una vez, porque esa fiesta la tiene aburrida, solo quiere irse.

—Tranquila, solo un rato más y luego nos vamos.

Pero Carlo se encuentra con una amigo que no ve hace tiempo, se disculpa con Zoe y la deja en una esquina, allí donde ella no es visible para nadie.

Hasta que todo comienza a darle vueltas, se va al baño, pero luego de verse al espejo, solo hay una oscuridad espesa en su memoria, que se disipa a momentos solo para recordar lo que pasó en aquella habitación.»

—¿Será que te pusieron algo en la bebida? —le pregunta su abuelo con clara expresión de preocupación.

—No lo sé, abuelo, pero si ese es el caso, el único interesado en llevarme a la cama sería él —baja la mirada y ahoga un sollozo—. Lo peor de todo es que su padre nos está obligando a casarnos… para cuidar la reputación de su familia, pero yo no quiero, abuelo… tienes que ayudarme.

Pero antes de que el anciano diga algo, alguien entra intempestivamente.

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