LOS HIJOS OCULTOS DEL CEO romance Capítulo 5

Cap. 4: SUFICIENTE

«Dios mío, ahora estoy totalmente sola, no sé si traerlos al mundo sea lo mejor, no estoy preparada para traer tres hijos al mundo sin su padre »

Caminó dubitativa, vio tantas mujeres embarazadas y de tantas, sólo una iba acompañada de un hombre. Mujeres con sus barrigas enormes entrando a obstetricia. Sus ojos se cristalizaron e instintivamente puso sus manos en su vientre.

« ¿Cómo serán sus rostros? —se preguntó, mientras sentía que los tocaba a ellos y les transmitía todo su amor—. ¿Cuál de los tres será el mayor? ¿Se parecerán a Ricardo? ¿O quizás a mí? ¿Serán unidos o pelearán entre sí? ¿Cómo les gustarán los huevos? ¿Fritos cómo a mí? ¿O cocidos en agua, cómo a Ricardo? ¿Será posible que yo llegue a saber cuál comerá especias y cuál les temerá? »

Lágrimas rodaron por sus mejillas. De repente, sus ojos se iluminaron, su mentón se levantó y una sonrisa llegó a sus labios al sentirles suavemente en su vientre. Sí, ellos dijeron presente, sintieron su caricia y su amor a través de su propia piel, el amor de madre que a Isabel se le volcó en esos momentos, ese sentimiento que te hace crecer y luchar contra el mundo si es necesario.

« Ustedes ya están en mi, son parte de mi y vendrán, claro que vendrán, me tienen a mí, y eso es suficiente »

Isabel llegó a la casa de su amiga con una decisión tomada. Así que, Agarrando su maleta se despidió agradeciendo, todo lo que habían hecho por ella, a Brizna y sus padres.

Tenía un dinero ahorrado, todo producto de su trabajo desde que se graduó de arquitecta. Tomó un tren y sin pensarlo mucho se dirigió a Pontevedra, a 6 horas de Madrid, sabe que allí el turismo ha ido creciendo y que se están haciendo proyectos de edificaciones modernas, así podría trabajar y con el dinero que llevaba comprar una casa sin gastar mucho, ya que tenía que guardar para el parto.

Allí fue y logró comprar una casa de madera en A Guarda, un pueblo portuario fronterizo con Portugal. Se fue lejos de la ciudad, donde nadie pudiera encontrarla, con su embarazo y sus ganas de seguir adelante. Poco a poco fue decorando la casita, incluso los vecinos le ayudaron, al verla como cada día le crecía en demasía su barriga de trillizos.

—Isabel, mira lo que te hice, unas cortinas que se ven bien en la madera —era Arminda la costurera y vecina de Isabel.

—Señora Arminda, no tenía que gastar sus telas en eso.

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