Matrimonio Forzado romance Capítulo 11

Voy en busca de un pequeño interruptor que anuncia a las damas entrar, pero en especial, en especial quiero a Nadia.

Luego de unos minutos las mujeres entran pidiendo el permiso al cuarto y habiendo toda la reverencia posible, logro ver a Nadia por fin. Ella por supuesto abre sus ojos notando mi extrañeza y mi comportamiento.

—Buenos días, gracias por venir… —hablo rápido entre tanto mis labios tiemblan—. Una habitación de aseo está ocupada por el rey, tomaremos la más pequeña hoy para no incomodarle, así que acompáñenme.

Las mujeres asienten mientras que rápidamente nos dirigimos hacer la tarea y yo puedo respirar por fin más sincronizada.

En algún momento las damas salen para tomar mi baño a solas, Nadia también sale en busca de mi ropa para el día de hoy, y en el abrir y cerrar la puerta, escucho como el rey se despide dejando algún recado que se me hace imposible entender, así que me introduzco totalmente en la bañera para poder olvidarme de todo.

Es necesario para mí.

El desayuno fue silencioso, era casi posible tocar el espesor del aire que se respiraba, porque toda la familia Sabagh estaba en la mesa. Para mi sorpresa hoy no desayunaría en la habitación donde llegué ayer, y por alguna razón quise regresar a ella, a pesar del desorden y la mucha gente que había en el espacio.

Cada uno estaba centrado en su comida, en terminar lo más pronto posible para levantarse de la mesa; cada uno en sus propios pensamientos.

¿Qué estaría pensando Kalil?, porque la única que en algún momento me observó y asomó una semi sonrisa, fue Hanna, que a pesar de que no fue mi intensión, estoy apenada por la situación de ayer.

Le devuelvo el gesto, y no pudiendo más con la incomodidad, decido en ponerle fin a todo esto.

—Quiero ofrecer una disculpa —digo tomando toda la fuerza de voluntad.

Los rostros de la familia se alzan en una sola dirección. La mía.

—Esto es nuevo para mí… pero, no es excusa para portarme de la manera en que lo hice, así que les pido una disculpa… a todos.

No me atrevo a mirar a Kalil, ya su mirada penetrante me tiene vuelta un lío y no quiero enfrentar lo que pasó hace unos minutos, aún no.

—Te entendemos, Saravi —dice Zura—. No es fácil estar en tu posición, yo te entiendo perfectamente.

—Aceptamos tu disculpa —ahora habla Hanna.

Kader alza sus hombros no dando mucha importancia, y Umar solo asiente sin decir una sola palabra, ni ninguna expresión.

Entonces le observo a él. Y por primera vez hay algo diferente en su mirada.

—Yo acepto tu disculpa, y ofrezco también las mías —dice el rey, mientras que el corazón me late con fuerza.

Solo asiento.

—Debo retirarme con la reina, llegaremos al atardecer, si Dios lo permite —Kalil se levanta de su asiento y gira hacia mi dirección—. En cuanto esté lista le espero en la biblioteca, allí estaré con el vizconde.

Y eso fue todo, o al menos por ahora.

El aire fresco choca suavemente en mi rostro, mientras aspiro el aroma de la naturaleza que mueve al ritmo del carruaje. El vizconde y el rey están conmigo en el mismo coche, hablando hace más de una hora de los procesos económicos que están utilizando para establecer el nuevo reinado. Otros carruajes y varios caballos vienen detrás, acompañándonos en el viaje corto de nuestra visita al pueblo.

Yo por mi parte tengo bastante expectativa a lo que veré a continuación, cuando pueda observar de lo que Kalil me habló un momento antes… Bueno, antes de lo que ocurrió.

El movimiento varias veces hace que mi cercanía con el rey produzca cierto roce, que, si no fuera por el vizconde, el viaje hubiese sido una tortura.

—Lo primero que haremos es ir a la villa, majestad —anuncia el vizconde Fais, captando mi atención.

—¿Qué hay en la villa? —pregunto interrumpiendo.

Fais da una sonrisa.

—Niños…

—¿Viven allí en comunidad?, ¿con su familia?

Su sonrisa se borra al instante.

—Espere a que lleguemos, es más interesante ir descubriendo las cosas a que se las cuenten —Las palabras de Kalil denotan un tono tan doloroso que elimina todas las ganas que tenía de seguir preguntando. Fais le da una ojeada al rey y vuelve su mirada al vidrio divisando el exterior.

—¿He dicho algo malo de nuevo? —preguntó muy bajo sin pensar otra vez en dirección de Kalil.

Su rostro gira quedando muy cerca del mío, no dice una sola palabra solo me observa. Y esto me irrita cada vez más.

¿Que hice? ¡Que alguien me lo explique!

Ante su falta de palabras resoplo haciéndole saber mi molestia y me retiro de su cercanía con el corazón desbocado.

Me di cuenta de inmediato cuando llegamos al pueblo, o al centro de Angkor como lo dijo Kalil. La calle estaba repleta de gente, había muchas ventas en las calles y las casas eran bastante bonitas, aunque pequeñas. Realmente todo era muy pintoresco fuera del lujo que concernía al palacio. Aquí se respiraba más natural, un ambiente agitado, pero más natural; donde la postura al comer no era relevante, donde las reverencias no eran importantes en el día a día, y la familiaridad reinaba entre todos.

Poco a poco fuimos pasando lentamente por el sector hasta llegar a lo que imaginé era la villa, que estaba un poco más apartada del centro como tal.

Parecía una capilla, pero tenía muchas ventanas, que a medida que íbamos llegando, más personas se asomaban por ellas.

—¡Hemos llegado! —anunció Fais contento.

Los carruajes se detienen, todos salen de ellos junto con los caballos y por último salimos nosotros. Varios guardas hacen una cadena dirigiendo nuestro camino a la entrada, y cuando voy a comenzar a seguir el paso, el rey toma mi mano.

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