Matrimonio Forzado romance Capítulo 16

Saravi.

El sonido del carruaje y el choque de las ruedas mientras impactan el suelo, es lo único que alerta mis sentidos en este momento, solo dicho sonido trata de distraerme a los recuerdos del día de ayer.

Una noche larga sin duda, junto con la opresión que comencé a sentir en mi pecho una vez Kalil salió de la habitación. Pensé, pensé mucho, traté de acomodar el desorden de mis ideas y mis convicciones, y por supuesto, en la charla esperada que tendría con Mishaal.

Esa era una de las cosas que tenía mis nervios de punta.

Una parte de mí ansiaba verlo con añoranza, otra muy por el contrario lo único que deseaba era obtener una buena explicación concreta del por qué el movimiento Ayatolá se convirtió en una oscura enfermedad para Angkor; esa parte de mí es la que está más acelerada por propiciar el encuentro de inmediato.

Pero, por otro lado, también me martiriza el hecho de que Kalil estuviera en este momento frente al amor de su vida, e imagino que estaría comentándole lo difícil que estaba siendo la vida sin ella, lo difícil que es lidiar conmigo y sin contenerse, estaría besándola con su arrebatada forma de ser.

Dios…

—Estamos llegando, mi reina —la voz apaciguada del vizconde hace que parpadee varias veces fijándome en el exterior, notando que, sin duda alguna, estábamos llegando.

—Vizconde… —trato de pronunciar segura—. Sé que tiene mucho que hacer con el conde Marras, y yo estoy deseosa de hablar con su esposa. Pero, me urge ir primero donde… La compañera de Nadia. ¿Le parece que Borja me acompañe mientras usted se instala en la casona de los Marras? Seré rápida, lo prometo.

—Si es su deseo su alteza, no tengo inconveniente alguno. Me parece muy propicio que Borja la acompañe.

—Perfecto, lo dejaremos a usted primero y luego el carruaje destinará al otro sitio.

Él solo afirmó lentamente sin observarme en lo absoluto. Justo cuando llegamos a la casona de los Marras, Borja abre el carruaje, quizás para esperar mi plan hasta que el vizconde se adelantara. Pero antes de dar el paso para bajar, el hombre se devuelve y me observa detenidamente.

—¿Podrá decirme la dirección de su visitante, mi reina?

¡Rayos!

Un trago pasa duramente por mi garganta. Desesperadamente trato de recordar alguna dirección, pero me es imposible, no conozco ningún sitio de esta parte se Angkor.

—Su amiga vive cerca de la villa, un poco antes de llegar a los mercados, aldeas camperas para ser más exactos —explica Borja irrumpiendo, dejándome con la boca abierta mientras que Fais le observa con el ceño fruncido.

—Nadia se lo ha explicado a él, soy un poco mala para las direcciones —digo tontamente.

—Entiendo —responde Fais, y por fin se despide dejando una sensación amarga en mi estómago.

«¿Qué estoy haciendo?», pienso recostándome en el cojín del asiento, entre tanto Borja ordena al cochero a seguir el curso del próximo destino.

Varios suspiros son soltados por mi boca mientras cierro mis ojos tratando de acompasar el ritmo de mis latidos.

¡Que Dios me ayude!

—No demoraremos mucho, el señor la está esperando en un lugar que arreglé.

Sus palabras y su rostro de piedra, me ponen la piel de gallina, pero intento ser dura también con él. Asiento en respuesta sin siquiera pronunciar una palabra.

En algún momento nos desviamos a una zona más boscosa, alejada un poco de la ciudad, pero no es ni parecida a la extensión de bosque que hay en el norte de Angkor, esta parece más descuidada y menos agradable. El carruaje se detiene de golpe, pero no veo nada más que árboles y arbustos.

—Debemos caminar un poco, nadie dirá nada de esto, ni siquiera el cochero.

Levantó mi cabeza firme y comienzo a seguirle el paso. Camina tan rápido que a unos pocos kilómetros ya comienzo a sentir la fatiga. La adrenalina junto con la euforia comienza a hacer estragos en mi sistema, aunque a la vez el ejercicio de la marcha pasa a ser menos pesado. Al cabo de unos minutos, denoto una pequeña cabaña, que al parecer esta tan descuidada que da miedo solo verla.

—Está dentro… Vaya, yo vigilaré desde aquí.

El corazón se me estruja lentamente mientras que a pasos lentos y con mucha duda, voy emprendiendo mi encuentro con Mishaal. Tomo la manilla deteriorada sin ejercer mucha presión y me adentro al lugar.

El choque del olor a humedad y envejecido me provoca un poco de náuseas, trato de llevar mi mano a la cara entre tanto giro lentamente hasta encontrar de pie al hombre que tanto deseaba ver.

Mishaal.

Pero su rostro no está feliz, no, este está demacrado como si la furia ahora se hubiese apoderado de él, como si en sus gestos y ceño, me demostrará que tiene mucho que reclamarme.

—Mishaal… —logro pronunciar.

Una mueca es torcida por su sonrisa, pero inmediatamente la borra, como atormentándose por alguna causa.

Poco a poco él se acerca a mi posición, observándome detenidamente.

—¿Podré abrazar a la mujer de otro hombre? —Pregunta dejándome perpleja y un poco lastimada.

¿Qué es lo que quiere decir con eso?

Aunque mi pecho sube y baja sin soportar el arrebato de mi respiración, mantengo una postura erguida.

—Si más no recuerdo dijiste que no repararías en ello —digo con total dureza, porque ahora no le explicaré que mi cuerpo nunca fue tocado por el rey.

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