Matrimonio Forzado romance Capítulo 6

Saravi.

El día de la boda real ha llegado, estos dos últimos días han sido algo… Extraños para mí, le he huido en muchas ocasiones a mi madre para no tener ningún tipo de confrontación con ella, así que, he pasado la mayoría del tiempo con la hermana de Kalil, Hanna.

Al principio tenía mucha reticencia de entablar alguna relación con personas de este palacio, incluso sabiendo que no duraré mucho tiempo aquí. Pero Hanna es diferente, muy diferente. Por otra parte, no volví a ver al príncipe Kalil en las instalaciones del palacio, su hermana en repetidas ocasiones me informó que necesitaba cerrar asuntos pendientes, y yo no reparé en ello.

Un vestido inigualable es el que logró divisar, mientras me detengo en un gran espejo. Mi cabello está delicadamente recogido, mientras hermosas horquillas toman cada mechón.

«Si esta boda fuera con el hombre que amo, sería el día más feliz de mi vida» Sin duda alguna.

—Te ves muy hermosa —dice Hanna llegando a la habitación y sacándome de mis pensamientos.

—Gracias —trato de asomar una sonrisa fingida, porque a la verdad, en este preciso momento quisiera olvidar todas las promesas e irme de este lugar.

—Debemos salir ya, los hombres y el resto ya se ha ido en los carruajes, yo pedí irme contigo.

¡Qué inteligente!

—De acuerdo —mi voz apenas sale. Entre tanto un grupo de damas comienzan a recoger todo el vestido sobrante para irnos.

Después de un tiempo el carruaje se detiene justo delante de la enorme iglesia. La impresión comienza a invadirme, cuando salgo con ayuda de varios lacayos, y observo una multitud de gente que es apabullada por varios guardias que protegen los alrededores.

El pánico de la multitud me deja estática, jamás en mi vida había visto tanta gente reunida, ni siquiera puedo concentrarme en un solo rostro; todos gritan, todos aplauden, todos tienen alegría en sus rostros.

Menos yo.

—Tranquila, Saravi, solo saluda con tu mano, ellos son tu gente —susurra Hanna muy cerca de mí—. Solo daremos unos pasos, tu padre y el rey te esperan en la puerta.

¿El rey? No, no, no, no quiero que el rey esté cerca de mí.

De un tirón suave, Hanna me lleva para que yo iguale su andar, y con la inseguridad más grande, comienzo a dar el paso que quería postergar por el resto de mi vida.

Al llegar a la puerta mi padre me sonríe, entonces mi garganta se aprieta al instante, y un escozor en mis ojos anuncia que mis emociones están al límite. Hanna se despide de mí y se pierde entre la multitud, así que mi padre toma mi mano, y el sonido del piano anuncia el comienzo de mi triste futuro.

Gente y más gente desconocida, es lo que observo a través de mi velo, no logro retener algunas lágrimas, me es imposible no sentirme impotente en este momento, y cuando pienso que nada puede ir peor, mi padre se detiene a mitad de la iglesia.

—Te amo… —dice con tono compungido.

—¿Papá? Qué…

Una mano dura toma la mía dirigiéndola a su brazo, cara a cara me encuentro con Umar Sabagh haciéndome temblar del repudio ante su tacto. El hombre sonríe ante la gente y camina un poco más rápido de lo que lo hacía mi padre. Pareciera que se apresura porque todo esto termine cuanto antes.

Al llegar al punto final, el príncipe Kalil da media vuelta abrazando a su padre, besándolo con respeto en ambas mejillas, y luego se acerca a mi vacilante, pasando un trago por su garganta. Aunque no es mi propósito, no puedo evitar quedarme observándolo detenidamente. Su ropa, su porte, y el aire de autoridad que emana su cuerpo, no pasa desapercibido así quiera hacerme la ciega.

Él aún no puede verme, porque mi velo cubre todo mi rostro, y gracias a Dios mis expresiones. Entonces para terminar de hacer de mi cuerpo un mar de emociones, justo cuando nos colocamos de frente al obispo, su mano busca la mía y la entrelaza teniendo un agarre firme. La corriente eléctrica que pensé era mi imaginación, comienza a hacer estragos en mí de nuevo. Reprimo los ojos haciendo caso omiso a su tacto, al impacto que tienen mis fosas nasales teniéndolo tan cerca, y pienso una vez más en Mishaal… y en que no debo perder mi norte…

Palabras sin sentido, vacías y carentes de importancia era lo que podía escuchar a lo lejos de mis oídos, por supuesto provenían del obispo que estaba dictaminado la boda.

Por algún motivo quería llevar mi mente al bosque y centrarme en visionar una fantasía, donde Mishaal y yo éramos los protagonistas; una y otra vez repetía sus últimas palabras en mi mente; solo que el permanente tacto del príncipe y su firmeza en tomar mi mano, no dejaron que tuviera dicha concentración. No me quedó de otra que reprimí mis ojos varias veces, intentando liberar mi mano disimuladamente.

Pero no pude lograr mi objetivo.

Es como si de alguna forma él estuviera leyéndome el pensamiento, como si quisiera sabotear mi estado de ánimo.

Entonces un carraspeo torpe me vuelve a la realidad; la mirada del obispo se centra en mí esperando una respuesta, así que afirmo pausadamente declarando una disculpa en silencio, y seguido de esto él vuelve a su libro y dice:

—Repito… mi lady —pronuncia bajo, para que solo nosotros dos escuchemos las primeras palabras—. Saravi Eljal, ¿Acepta usted en matrimonio al Príncipe Kalil Sabagh? ¿Para amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, en el tiempo bueno y en el tiempo malo, hasta que la muerte los separe?

Mis labios comienzan a temblar ante la magnitud de esas palabras, unas ganas impresionantes de llorar me invaden, tanto, que terminó por apretar equivocadamente la mano del príncipe, buscando algún refugio.

No quiero, no quiero… ¡No quiero hacerlo!

—Acepto… —emito por fin casi obligando a mi boca abrirse, mientras que las lágrimas comienzan a derramarse en mi rostro y por dentro mi corazón reclama mis actos.

Paso el trago forzadamente.

Una pareja de niños camina lentamente entregando al obispo una almohadilla lujosa, donde reposan dos anillos. El hombre la toma haciendo algún tipo de reverencia ante ellos, «parte del protocolo», luego me ofrece uno de ellos, el más grande, para que yo puedo colocarlo en el dedo del príncipe.

Mi mano temblorosa toma con cuidado el anillo y de forma torpe lo voy colocando lentamente en su mano, a la vez que su mirada fija a través del velo trata de aumentar mis nervios. Luego de mi acto él toma el otro anillo y atrapando mi mano con las suyas, comienza a deslizar el anillo por mi dedo anular, y junto con eso una oleada de calor me estremece.

No sé qué ocurre, ¿Puede ser esto parte de mi aborrecimiento por él?

—Entonces —dice el obispo alegre, sacándonos del momento en que nuestras miradas se encuentran—. Con un beso esta pareja sellará un pacto, nuestra nación, Angkor se prepara para esta unión y así coronar a nuestros nuevos reyes.

Nunca escuche su “acepto” no puedo creer que mientras dejé divagar mi mente, él pronunció esas palabras.

Un mar de aplausos comienza a inundar el lugar restando importancia a mis pensamientos, rápidamente limpio las lágrimas sin ser vista, y como si me leyera otra vez la mente, el príncipe levanta mi velo descubriendo mi rostro completamente.

No logro descifrar lo que puedo ver en su mirada, pero esta parece estar metiéndose hasta mi alma, rebuscando todo lo que pueda encontrar, y sin ninguna advertencia el hombre se inclina lentamente hacia mí.

«Será un momento nada más… Será solo un momento»

Los labios del príncipe se unen a los míos de forma cálida, pero yo mantengo mi boca cerrada y sin ninguna respuesta de mi parte, solo esperando que pueda retirarse lo antes posible. Sin embargo, mi gesto parece que causa furor en él, porque de inmediato entrelaza sus brazos en mi cintura y me aprieta hacia él acentuando su beso, y de esta forma, obligándome a darle una respuesta.

Su brusquedad no me deja otra cosa que corresponderle; entonces la calidez entra a mi cuerpo de forma inadvertida, hasta que el tacto de su lengua hace que me estremezca por completo, y por consecuencia cierro los ojos involuntariamente.

El momento no dura mucho, justo cuando comenzaba a tener un torbellino de sensaciones, el príncipe se retira dejando una impresión bastante extraña en mí.

¡Vivan el rey y la reina! ¡Vivan!

Es la ovación que puede escucharse entre la multitud. La mano de Kalil se posa en su pecho, como haciendo una promesa a su pueblo, aunque aquí se encuentra la clase acaudalada, mientras que nos dirigen a dos sillones dorados en el púlpito de la iglesia.

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