Matrimonio Forzado romance Capítulo 8

Saravi.

Mis ojos se abren lentamente, puedo ver que ha amanecido a pesar de que las cortinas de las grandes ventanas están casi cerradas. Me siento lentamente recostándome sobre la almohada mientras mis ojos se posan en el resto de la cama.

Está vacía.

Unos toques en la puerta me anuncian que alguien entrará, así que tomo la sábana para taparme un poco, hasta que Nadia aparece dándome una sonrisa.

—¡Buenos días!

—Buenos días, Nadia —respondo aliviada—. ¿El rey salió?

Mi pregunta la toma por sorpresa, pero se repone y se acerca hacia mi cama sin sentarse.

—Vengo a su petición, me dijo que habían hablado de desayunar juntos y la está esperando.

¡Rayos!, no me dijo nada igual, pero imagino que está simulando frente a todos.

—Ayúdame a arreglarme, Nadia, te iré contando… ¡Espera! ¿Y las demás damas? —pregunto interesada.

—El rey ordenó que solo yo entrara a su habitación —responde con una sonrisa—. Las demás solo la asistirán cuando usted lo pida y se amerite.

No puedo creerlo.

—Saravi, ¡ese hombre es un sueño hecho realidad!, discúlpeme que se lo diga.

Una sonrisa se forma en mi rostro al ver lo boba que se ve enamorada de una persona irreal.

—No seas tonta, Nadia, él no es lo que parece.

Entonces ella frunce su ceño mientras nos adentramos al baño de la habitación sin decir una palabra al respecto.

Unos minutos más tarde, camino junto a Nadia por los pasillos, las damas por supuesto forman un cerco a mi lado como una carabina, solo para llegar al desayuno.

—No puedo creer lo que me cuentas, ¡En serio no lo puedo creer! —expresa Nadia en susurro, después de comentarle parte de la noche anterior.

—Querida… hablaremos después —le digo volteando los ojos porque ahora mismo es un tema que debemos cortar. Nadie debe saber que no dormí con el rey ayer, y mucho menos, que nuestro matrimonio no se consumó.

Llegamos a una pequeña sala en donde se encontraba el rey, pero mi sorpresa fue que otras diez personas lo acompañaban en el instante; todas estas daban información de diferentes áreas, mientras él firmaba documentos y asentía hacia ellos si correspondí su respuesta. Por alguna razón desconocida me desanimé ante la visión, de alguna manera quería entablar dicha conversación en la que no participé ayer, aquella que quedó un poco inconclusa por mi parte.

Tenía la necesidad de pedir disculpas.

—Buenos días… —indico entrando a la sala. Las personas se detienen haciendo una reverencia por mi presencia, pero luego continúan sus tareas.

Nadia se queda atrás junto con las damas y yo llego a su mesa para que un lacayo saque una silla para mí, sin embargo, el rey continúa sin observarme.

La comida comienza a servirse para nosotros dos, entre tanto una conversación se desarrolla con un hombre a su lado que parece preocupado.

—¿No sé si quisiera reunir a los generales, mi señor? —es lo que puedo escuchar, a la vez que aparento estar desconectada de la situación llevando un trozo de pan a mi boca.

—No se preocupe por eso, le avisaré más tarde —contesta Kalil sereno, y el hombre se retira sin más.

Su mirada se levanta y me mira por fin.

—¿Cómo amanece?

¡Ay, Dios mío!, ¡aquí vamos!

—Bien… Gracias, ¿y usted? —me pego un poco más a la mesa para que nadie más pueda escuchar—. ¿Dónde durmió?

—Justo al lado suyo.

—No me di cuenta… —carraspeo y me retiro, pero su mirada me sigue traspasando.

—Quisiera saber si necesita más días de descanso o por el contrario quiere comenzar a tomar responsabilidades aquí en el palacio.

Quisiera hacer algo por supuesto.

—Parece que no soy solo yo, la que tengo conceptos erróneos sobre otras personas, majestad, creo que usted me sepultó en su propia estructura… ¿Quizás ha hablado con mi madre sobre mis cualidades?

Su ceño se frunce levemente y cuando va a gesticular alguna respuesta, un lacayo le interrumpe.

—Perdone su alteza, tiene esta notificación, y me pidieron ser muy discreto.

A pesar de lo bajo que habla puedo entender bien lo que dijo. El hombre le entrega un sobre blanco corto y él lo toma sin abrirlo, entonces el lacayo se retira dejándonos nuevamente a solas.

—Solo hablo por lo que veo, Saravi —dice continuando la charla y guarda el sobre en su chaqueta.

¡Dios…! ¿Por qué pronuncia mi nombre así? Me hace hervir la sangre, y a la misma vez, algo extraño me recorre el cuerpo.

—Bien, entonces respondo por mí, quisiera comenzar ayudando aquí, sé que tengo funciones específicas.

—Perfecto, hoy primero la llevaré por el palacio para que conozca parte de él, y de las personas que trabajarán a su lado y al mío.

Asiento en respuesta y termino mi desayuno, él por supuesto sigue haciendo lo mismo que yo, pero dando órdenes a todos a su alrededor. Realmente no quiero tener mis comidas de esa forma, no con este desorden que se forma a nuestro alrededor; sé que hay muchas cosas para hacer siendo parte de los que dirigen una nación, pero es necesario tener respeto por uno mismo para impartirlo hacia tu gente.

Luego de que terminamos el desayuno, el rey ofrece acompañarme para dar el recorrido por el palacio, y aunque es una locura lo que voy a hacer no dudo en pedir la solicitud.

—Majestad… —digo llamando su atención mientras caminamos un poco apartados del otro—. ¿Debemos siempre tener veinte personas a nuestro alrededor?, y digo veinte por tener un número. Eso de allá era un revuelo impresionante…

Ninguno de los que nos acompañan, como damas y lacayos, guardias de mando, se chispean al oírme.

—Es parte de nuestra seguridad, y por si en algún momento necesitas de algo.

—Lo sé, pero es incómodo. No podré hablar con libertad, ni expresarme como lo requiera —digo dejándome llevar por el momento.

Kalil se detiene al instante mientras frunce su ceño levemente.

—¿Quieres hablar conmigo algo diferente de Angkor?

OK, ¡Que se vaya al caño!, quise agradecer que de alguna forma fuera condescendiente ayer en la noche, quise llevar la situación en paz, pero verdaderamente su actitud altiva, me irrita hasta el punto de no controlarme.

—Olvídelo y haga cuenta que no dije nada —digo sin ocultar mi molestia.

Un pesado suspiro es liberado por su boca, mientras que coloca dos de sus dedos cerca de sus ojos, un gesto que lo hace atractivo de alguna manera remota.

—Retírense, cualquier cosa les haré saber —ordena a su alrededor y en un pestañear todos se retiran ante su orden, dejándonos completamente solos—. ¿Está mejor?

Por supuesto.

—No sé usted, pero me gustaría tener al menos un desayuno en paz…

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Matrimonio Forzado