Se rio con voz ronca, usó las manos para contener el agua y la vertió sobre sus pechos uno a uno, observando luego cómo las gotas se deslizaban por sus senos.
Dulce encogió los hombros, pero le tendió la mano inmediatamente para levantarle la barbilla y la besó.
—Mmm...
Ella forcejeó por un rato, pero al instante fue sujetada por él. Su firme pecho se le acercó y presionó los pechos grandes para que se desformaran y se estrecharan contra su cuerpo.
—¿Te duele?
Sus largos dedos le tocaron la parte inferior, masajeando con fuerza adecuada sobre la sedosa suavidad.
—Sí.
Ella alzó la barbilla y le miró a los ojos.
Por todo lo que estaba experimentando ahora, todavía no podía creer que fuera real... El matrimonio, un joven y rico hombre de negocios caído del cielo y los dos cuerpos entrelazados en la bañera...
—Espero que te comportes poco mejor mañana.
Retiró su mano, sacó la toalla de baño y la envolvió alrededor de su cintura.
—Tenemos tres días, Dulcita, nos vemos mañana.
Bajo la mirada atónita de Dulce, la envolvió en una toalla de baño y la empujó afuera de la puerta.
¿Qué demonios era esto?
«¿Qué demonios quiere, Alberto?» ¿Qué quería decir con tres días que había mencionado?
Vio cómo se cerraba la puerta y en el silencio sepulcral del pasillo, ella era la única cubierta de gotas de agua y parada sobre la alfombra...
Agarró fuerte la toalla de baño con una mano y se limpió la cara con la otra, se dirigió descalza hacia el ascensor a gran paso. Su puerta dorada reflejaba el aspecto suyo un poco lamentable, pero más encantador... ¡Había pasado de niña a mujer!
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