Dulce no volvió, así que vagó sin rumbo por la carretera. Cuando encontraba un anuncio de una empresa de decoración, se paraba a mirarlo un rato. Cuando el claxon del coche sonó detrás de ella, llevaba más de media hora caminando así.
—¿Alberto ? —Dulce miró la ventanilla bajada del coche con expresión de asombro.
—Sube y acompáñame en mis recados —Alberto dijo con indiferencia y subió la ventanilla del coche.
Dulce sólo entró en el coche y se sentó directamente en el asiento trasero.
—¿Qué, tienes miedo de que te toque las piernas mientras conduces? —Alberto la miró por el retrovisor y se burló.
—¿No puedes hablar bien? —Dulce replicó.
—Ven aquí, déjame besarte —Sin embargo, Alberto fue más revoltoso y se acercó de espaldas para tomar su mano.
—Estás conduciendo —Dulce estaba ansiosa y se sacudió la mano repetidamente.
—Si no te acercas a darme un beso, chocaremos con el coche de delante.
Alberto no se anduvo con chiquitas y le tomó la mano con firmeza, y mientras veía avanzar el coche, Dulce se apresuró a darle un suave beso en la mejilla.
—No cuenta —Sin embargo, Alberto no la dejó ir todavía.
—¿Qué quieres? —La cara de Dulce se puso roja.
—Rápido —Volvió a girar la cara hacia un lado, su mano agarrando su muñeca dolorosamente.
Dulce tuvo que adelantarse de nuevo, dudando, y le besó en los labios.
—Eso es bueno, una buena recompensa por la noche —Sólo entonces curvó los labios y sonrió con maldad.
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