Mi Chica Melifluo romance Capítulo 33

Al final del día, un gran conejo apareció frente a los ojos de Dulce, pero su pequeña nariz se cayó y sus pequeños ojos miraron fijamente a Dulce.

Dulce lanzó un largo suspiro de alivio y se levantó sujetando con fuerza el conejo empapado, intentando secarlo en el cenador del jardín.

Alberto había vuelto a salir en coche. Dulce miró hacia atrás para ver que esta vez había más de un coche, y su conductor le seguía detrás en un Cayenne.

También se puso tranquilo.

No había visto a las ayudantes desde la noche anterior. Ella tampoco había preguntado, ¿si eran los que Alberto había llamado para limpiar temporalmente? A Dulce tampoco le gustaba que esos extraños se entrometieran en su pequeño mundo.

El sol entraba a través de las hojas de la parra y brillaba en su rostro.

«Planté estas uvas con mi padre, y el próximo año producirán racimos de fruta, ¿verdad?»

Apenas había terminado de fijar los clips cuando un repentino zumbido pasó por la cabeza de Dulce. Sintió un dolor agudo y, de repente, vio una oscuridad.

Se agarró apresuradamente a la estantería y se sentó lentamente a lo largo de ella hasta el suelo. La noche en que enterraron a su padre, el dolor de cabeza le había atacado una vez. Habían pasado más de cinco meses y el dolor agudo seguía siendo tan familiar, como un cuchillo cortaba con fuerza sus fibras nerviosas en la cabeza…

Finalmente se derrumbó en el suelo y se hizo un ovillo, tratando de alcanzar su teléfono. Pero había dejado su teléfono en el escalón para lavar esa muñeca, preocupada por si se mojaba algo…

No podía arrastrarse, como un pez moribundo al que sacan del agua intenta desesperadamente abrir y cerrar la boca y respirar. Además, la garganta le dolía violentamente.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Chica Melifluo