Mi Esposa Astuta romance Capítulo 502

—Señor Alarcón, no es que tengas dinero y estés justificado. ¿Qué hay de malo en que yo revele la verdad? —Belana dijo

a la ligera y soltó una risotada.

«¡Bah! ¿Crees que yo, la tercera señorita de la familia Murillo, tengo miedo de él?»

Tras una breve pausa, ella añadió:

—No tiene sentido que nos detengas. Todos de la ciudad habrán debido ver claramente la verdad. A veces, uno tiene que ser realista y aceptar la dura realidad. Señor Alarcón, ya no eres un niño.

Sin responder a Belana, Pascual ojeó a Paola con ojos indiferentes. Después de unos segundos de silencio, tiró directamente de la mano de Leila y dijo:

—Leila, vámonos.

Esta última ahora tenía bastante miedo de él. Después de todo, ella misma sabía mejor que nadie lo que ella había hecho, por lo tanto, todo su cuerpo no dejó de temblar que saber qué reacción tendría el hombre.

—¡Perra! ¡No te vayas! ¡Tienes pagar caro por la muerte de mi hijo!

La mujer que había sido expulsada de la sala volvió a irrumpir de la nada y se lanzó a por Leila, con aspecto muy enfadado.

—¡No me toques! —Leila le dio inconscientemente un violento empujón a la mujer.

—¡¡¡¡Ah!!!!

La mujer, que no esperaba que Leila la empujara con tanta fuerza, no pudo sostenerse y dio varios pasos hacia atrás por la inercia.

Como resultado, se estrelló contra un estante improvisado de equipos de cámara, que se derrumbó instantáneamente tras el grave choque, enterrando a la mujer debajo. Luego se veía una manca de sangre extendiéndose en el suelo gradualmente, desprendiendo un olor desagradable a sangre en el aire.

Paola y Belana se quedaron congeladas en su sitio al presenciar la escena que tenían delante.

—¡Llamar a la ambulancia! —Paola, que fue la primera en reaccionar, gritó con voz temblorosa.

—Tú llama a una ambulancia y ustedes se apresuran a mover el estante que la presiona encima —Pascual, quien tampoco no esperaba un accidente, ordenó a sus guardaespaldas a su lado.

Después de todo, salvar la vida era lo más importante. Aunque era un error involuntario de Leila, si no hubiera empujado a esa mujer, no habría ocurrido tal accidente.

—¡Yo... no te dejaré en paz aunque muera! —la mujer habló débilmente y entrecortadamente antes de desmayarse.

Paola, quien había estado teniendo hematofobia desde que era una niña, se puso mareada, y casi se desmayó mirando esa mancha roja y oleando la sangre.

Ignacio, que había permanecido inmóvil entre la penumbra, se acercó rápidamente y la tomó en sus brazos, con sus finos labios fruncidos.

Leila se quedó tan asustada que se olvidó de reaccionar.

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